Cuba: ¿Qué nos deja el Papa?

¿Qué dejará la visita del Papa a Cuba? La pregunta que con tanta insistencia precedió la llegada de Benedicto XVI a la siempre polémica isla del Caribe, ha quedado aparentemente intacta al terminar, el 28 de marzo, su intensa estancia de tres días en el país.

El propio cardenal cubano Jaime Ortega, en las palabras previas a la homilía del Pontífice en la misa celebrada en la Plaza de la Revolución habanera, se formuló, y formuló a todos, esa interrogante… y la dejó abierta, como un gran misterio (palabra por lo demás tan grata a la religión católica).

Antes del paso del obispo de Roma por Cuba había quedado más o menos claro que tres sectores del entramado social y político cubano esperaban obtener algo más o menos concreto de la presencia del Pontífice y su carga simbólica en el país. De un lado la iglesia católica local, aspirante a elevar su presencia social y pastoral y que, pese al espacio obtenido en las dos últimas décadas y fortalecido en los años más recientes, pretende más influencia en esas dos áreas, desde las cuales ha clamado una y otra vez por la reconciliación y el perdón entre los nacidos en la isla, como se hizo evidente en las dos misas celebradas con la presencia del Pontífice. Sin duda la ola levantada por el Papa traerá arenas a estas playas.

El gobierno cubano, por su parte, se empeñó en garantizar a Benedicto XVI una estancia bien organizada y, en términos políticos, lo más tranquila posible, pues esta visita podría resultar legitimadora, sobre todo en el terreno de las relaciones internacionales.

Y aunque el Papa no se refirió explícitamente a temas que hubieran agradado mucho a las autoridades del país (el embargo y las relaciones con otros países, por ejemplo), el solo hecho de haber llegado a Cuba y, al parecer, salir satisfecho de su estadía, son un triunfo político para el gobierno presidido por Raúl Castro, con cuya presencia contaron las dos misas oficiadas por el Pontífice.

Los diversos grupos opositores internos, también muy interesados en la visita pastoral, llegaron a tensar la situación del país con acciones concretas como la estadía en varias iglesias ­en una por 48 horas- en contra de la voluntad del clero cubano, o con peticiones de atención por parte de Benedicto. Y mientras el gobierno aumentaba de manera visible (y seguramente invisible) los controles policiales, el rédito para este sector quedaba garantizado con su propia visibilidad, sobre todo hacia el exterior, alcanzada gracias a los reflectores papales.

En términos populares, en especial entre los creyentes cubanos, la presencia del Papa en Santiago de Cuba, el poblado de El Cobre (sede de la parroquia que acoge la imagen original de la Virgen de la Caridad, patrona de la nación) y La Habana puede traer también resultados beneficiosos. Para los católicos cubanos, incluso los muchos que viajaron desde los Estados Unidos para asistir al histórico evento, la satisfacción podría llegar (o tal vez ha llegado) por una vía mucho más espiritual que material e inmediata.

Si hace catorce años el Papa Juan Pablo II, fiel a su estilo, durante su visita a Cuba entró en temas de actualidad para una sociedad todavía muy afectada por la caída del socialismo en la Unión Soviética y la Europa del Este, ahora su sucesor Benedicto XVI, también en su proceder habitual, se refirió mucho más a lo teológico y trascendente (sin dejar de hablar de la caridad más concreta) que a lo inmediato palpable cuando la realidad cubana comienza a asimilar ciertos cambios económicos y sociales.

En la homilía celebrada en La Habana, sin renunciar a su misión de peregrino de la Caridad, el Papa dedicó la parte central de su intervención a los temas concomitantes de la verdad y la libertad, según las entiende la doctrina cristiana, pero también de un modo que afecta a toda la conducta social a través de sus expresiones éticas. Sin condenar ni exaltar a nadie, centrado en su mensaje apostólico y en un sentimiento conciliador, el prelado insistió en la búsqueda de la verdad como ejercicio de auténtica libertad, un desafío espiritual que afecta no solo a los católicos, sino a todos los ciudadanos… y no solo a los cubanos, por supuesto.

Si alguna ganancia tendrá entonces la visita de Benedicto XVI a Cuba para la gran masa de la población, pienso que radicaría en la validez de su mensaje ético, que puede ser asumido por todos, con independencia de si se posee o no una fe.

Porque si un problema recorre hoy la sociedad cubana de una manera cada vez más alarmante, es el deterioro moral que sufre el país, generado por todas las crisis materiales y espirituales vividas en los años recientes. La palpable erosión de valores ancestrales y universales, la pérdida del sentido de la urbanidad y el respeto, todo ese desgaste espiritual de la sociedad cubana de estos tiempos debería mirarse en espejos como el que ha levantado el Papa en su invocación de la verdad. Con independencia de si uno cree o no en los dioses o sus representes terrenos, al margen de afinidades o antipatías, incluso, de intereses políticos, siempre tan presentes en la vida cubana.

Si esta última fuera la única ganancia dejada por la visita del Papa a Cuba, bien valdría la pena haber sentido la tensión vivida en estos días por buena parte de la sociedad de la isla. Así no habría perdedores, ni siquiera empatados, sino muchos ganadores, justo lo que la nación más necesita para superar los odios, las pérdidas de valores y las agresividades que tanto la afectan y podrían afectar en el futuro.

(FIN/COPYRIGHT IPS)

* Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas y su más reciente obra, El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y su asesino, Ramón Mercader.

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