ETA: EL ORIGEN DEL FIN

La declaración de ETA anunciando el cese permanente de sus actividades criminales, representa, por lo menos, el comienzo de lo que puede ser la etapa definitiva de la desaparición del suelo de la Unión Eueopea del último rastro de terrorismo autóctono. El origen de la banda criminal tiene que rastrearse a la sublimación de un nacionalismo que reclamó estar basado en unos argumentos étnicos. De la defensa de los fueros en el siglo XIX, se desarrolló un movimiento de alcance limitado, luego concretado en formaciones políticas, como el Partido Nacionalista Vasco (PNV).

Esa tendencia se dividió luego en dos ramas diferenciadas. Una reclamaba el hecho diferencial vasco, la existencia de una cultura y una lengua constatables y unos deseos de plasmar un estado independiente por procedimientos democráticos. Otra no estaba dispuesta a esperar por esa senda que se veía utópica y no alcanzable. Mientras la primera sobrevivió entre dos aguas y consiguió gozar de un apoyo mayoritario, dominando el gobierno autonómico, la otra optó por la línea de la violencia.

La línea violenta estuvo en su origen ayudada por el propio régimen franquista que en sus etapas finales no hizo más que oponerse, no solamente a los argumentos de ETA, sino a cualquier movimiento, tendencia o reclamación histórica que cuestionara la inmovilidad del Estado español. Este inmovilismo dio fuerza a la banda, que se apuntó algunos éxitos sonados como el asesinato del vicepresidente franquista, el almirante Carrero Blanco, en 1973 y la amenaza seria a la sucesión del régimen.

Pero con la reconstrucción de la democracia en 1976, ETA trató de sacarse figurativamente la capucha con la que se cubre en las declaraciones. Se presentó como un movimiento supuestamente “socialista” que tenía como objetivo no solamente la independencia, sino la reconversión del régimen democrático en uno totalitario.

ETA ya había ensayado su estrategia en los estertores del franquismo. Se basaba en provocar una respuesta represora de las fuerzas de seguridad, y sobretodo en una misión final, del propio ejército. Esta errónea acción recibiría la respuesta de una población generalizada que interpretaría el Estado como enemigo de no solamente los sectores independentistas radicales, sino también de toda la “nación” vasca, entidad de distinta interpretación según los sectores sociales, inclinaciones políticas, o incluso localización geográfica. El pueblo, entonces, se rebelaría contra el llamado “Estado español”.

Pero sucedió que la violencia recibió el rechazo mayoritario de la ciudadanía y redujo el sector votante de los intereses de ETA a representaciones testimoniales. Sin embargo los núcleos nacionalistas de distinto grado se engrandaron a medida que las legislaciones estatales no conseguían hacer desaparecer por completo el tenue apoyo electoral. La ilegalización de partidos políticos (Herri Batasuna) considerados como brazos de la organización, aunque debilitó a ETA, fue replicada con la transmigración de la ideología (no necesariamente terrorista) hacia otras formaciones, existentes o inventadas (Sortu, Bildu).

En el exterior, de cierta manera, la banda criminal, como era la definición legal de Estado español, a pesar de su etiquetado como “terrorista” por la Unión Europea y Estados Unidos, se veía beneficiada por un malentendido romanticismo. Era ejercido por cierta prensa internacional, predominantemente angloamericana, que se refería a ETA con términos tan suaves como “grupo independentista”, “rebeldes” o llanamente “nacionalistas”.

Por su origen en tiempos de la dictadura, se había construido un caparazón de justificación histórica, con potencial en el futuro. Pero la desaparición del Ejército Republicano Irlandés (IRA) puso en evidencia a ETA y la señaló como el último vestigio de terrorismo estrictamente europeo. La globalización no generó alianzas con grupos afines en el resto de mundo. Los propios terroristas vascos rechazaban, por razones que iban desde el racismo hasta el modelo nacional final, la simbiosis con el fundamentalismo islámico violento. Estos grupos mostraron siempre desdén por lo que consideraban provinciano y alejado de una meta universal.

El mismo recrudecimiento del terrorismo de Al Qaeda, ejemplificado con acciones de tal magnitud, crueldad y cobardía como los ataques del 11 de Setiembre, en Londres y sobretodo en el propio Madrid despojaron a ETA de toda poca cobertura que le quedaba para obtener un apoyo popular mas allá del testimonial. La sólida colaboración de Francia en la lucha antiterrorista ha terminado de debilitar a ETA hasta el máximo. Los sectores que prestaron apoyo moral y económico consideraron que la apuesta más rentable era infiltrar el sistema democrático de nuevo. Su mayor éxito es la cosecha de votos de Bildu en las últimas elecciones municipales, con la captura de varios ayuntamientos en las tres provincias vascas y la alcaldía de la emblemática capital de Guipúzcoa, la emblemática San Sebastián

Sin embargo, hay que resaltar que la declaración de ETA es todavía arrogante, pues solamente reconoce el dolor de sus agentes eliminados o en prisión, y no recuerda a las más de 800 víctimas inocentes de sus propias acciones. Reduce el conflicto a un tema meramente político, exigiendo un ”diálogo” directo con el gobierno. Habrá que esperar, sobretodo cuando se constituya precisamente el nuevo gobierno español surgido tras las elecciones de noviembre, para ver qué clase de negociación, si la hay, se establece. Los dos temas pendientes de calado son la admisión de perdón por las víctimas y el tratamiento de los presos. No será nada fácil mientras ETA no se disuelva y entregue las armas. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Joaquín Roy es Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu )

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