Antes del Islam Arabia vivió durante siglos varias formas de chovinismo (asabiya): el chovinismo árabe, el tribalismo o el de los clanes dentro de las tribus, lo que condujo a muchas largas guerras. Pero en el 610, el Profeta Mahoma, a los 40 años, recibió los primeros versos de El Corán, cuyo contenido desafiaba el orden social y político tradicional. Las diversas formas de asabiya cedieron desde entonces ante la hermandad entre hombres y mujeres en una comunidad de valores, la Umma, palabra derivada de umm (madre), preconizada en El Corán.
Los árabes se comprometieron con entusiasmo con este nuevo orden social basado en una religión donde se establece que no hay diferencias entre un árabe y no árabe o entre un blanco y un negro, excepto por el grado de piedad que tenga. Toda distinción basada en la raza, el grupo étnico, el color, el género, etcétera desapareció a favor de la unidad, la libertad, la justicia y, sobre todo, el rahma (amor verdadero).
La Umma fue guiada por el Profeta y dirigida después de su muerte por los Correctamente Guiados Sucesores. Pero sólo 30 años después de la muerte de Mahoma los valores que había enseñado fueron violados y se volvió al asabiya.
Así comenzó un largo decaimiento de la sociedad musulmana. Auque el Califato se mantuvo formalmente, la Umma se dividió en innumerables segmentos político-militares basados en la represión y la corrupción. La autocracia y la cleptocracia se convirtieron en la regla. Esto abrió las puertas a la agresión externa y, en el siglo XIX, vastos territorios fueron colonizados. En 1924 el Califato Otomano fue desmantelado.
Después de la independencia, la elites políticas importaron el modelo secular de Nación-Estado. Nació entonces el asabiya basado en la nación, por ejemplo el arabismo, el turanismo (Turquía) y el persianismo, que a su vez provocaron naturalmente el surgimiento de asabiya en determinadas minorías, por ejemplo el kurdismo y el bereberismo.
La primera de las organizaciones regionales surgidas dentro de la Umma fue la Liga de los Estados Árabes, fundada en 1945 siete meses antes de la ONU- y que actualmente cuenta con 22 Estados miembro. Sus propósitos declarados son los de impulsar el crecimiento económico en la región, resolver disputas entre sus miembros y coordinar objetivos políticos, pero 66 años transcurridos desde su fundación no han traído ni la paz ni la prosperidad al mundo árabe. Su acción fue siempre socavada por el asabiya de sus miembros y por sus contradictorias metas, así como por la interferencia e influencia extranjera. El único organismo operacional de la Liga es el Consejo de Ministros del Interior, que coordina sus políticas represivas.
En una conferencia en Rabat, Marruecos, en septiembre de 1969 fue fundada la Organización de la Conferencia Islámica con el fin de salvaguardar los intereses de la Umma, lo que constituyó una reacción política ante el incendio premeditado cometido por Denis Michael Rohan dentro de la mezquita al-Aqsa de Jerusalén el 21 de agosto de ese año. En junio del 2011 los Estados miembro acordaron cambiar el nombre, que pasó a llamarse Organización para la Cooperación Islámica (OIC). Con sus 57 Estados miembro diseminados por cuatro continentes, la OIC es la segunda mayor organización gubernamental internacional después de la ONU.
Con mayor libertad y prosperidad, los 1.600 millones de musulmanes promoverán la integración económica e incluso política. Pese a la oposición de las potencias imperialistas y neocolonialistas, ello debería conducir a una Organización de la Comunidad Islámica, un modelo de Umma del siglo XXI. La Comunidad Islámica no será chovinista ni construida sobre el antagonismo con otros sino, en cambio, un espacio abierto, basado en la unidad islámica y en la cooperación para la paz y la prosperidad de toda la humanidad.
¿Puede una Organización de la Comunidad Islámica institucionalizar una visión de un Islam pacífico? La Unión Europea (UE) también está construida sobre la visión de una Europa con las guerras entre sus Estados no sólo descartadas sino también impensables.
La nueva OIC de cooperación planteará un desafío a la ONU. De las cinco potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU cuatro son cristianas (Estados Unidos, evangélico; el Reino Unido, anglicano; Francia, católica-secular y Rusia, ortodoxa) y uno, China, taoísta, confucionista-budista. Sin embargo, la OIC tiene más población que cualquiera de esos estados, incluyendo a China.
Esto no sólo es totalmente injusto, considerando que las fronteras que fragmentan a la comunidad islámica fueron principalmente diseñadas por aquellas potencias occidentales, sino que también hace que las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU contra países musulmanes resulten ilegítimas. Un poder de veto musulmán podía haber salvado muchas vidas humanas, haber evitado muchas políticas imprudentes de Estados Unidos y Occidente y abrir la posibilidad de una ONU más equilibrada y con más acción regional. Un Consejo de Seguridad reformado bien podría dar cabida a la OIC, así como a la UE en lugar de a dos de sus miembros. La idea de colectividades de Estados está consagrada en la Carta de la ONU para la defensa, a fin de facilitar una transición del mundo de 1945 hacia el mundo actual.
Pero mejor aún sería una Unión para la paz, una organización democrática con representantes elegidos directamente a fin de poner fin al sabotaje de las potencias que viven en el pasado. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Abbas Aroua es profesor adjunto en la Facultad de Medicina de Lausanne y Director del Centro de Estudios sobre los Conflictos y la Paz de la Fundación Córdoba en Ginebra. Johan Galtung es el fundador de TRANSCEND, organización para promover las paz, el desarrollo y el medio ambiente y es autor de «50 Years – 100 Peace and Conflict Perspectives» ( www.transcend.org/tup).