LA FIEBRE DEL GAS SE PROPAGA A MEDIO MUNDO

Nueve mil pies por debajo de la superficie de 34 estados de Estados Unidos se encuentran vastos depósitos de esquistos impregnados de gas natural. Al contrario de los reservorios concentrados de eras anteriores, la mayor parte ya vaciados, este gas está atrapado en grietas de los propios esquistos y sólo puede ser extraído mediante un controvertido proceso recientemente desarrollado por expertos estadounidenses, llamado “fractura hidráulica” o “fracking”.

En este proceso se inyectan agua y productos químicos tóxicos a dos millas de profundidad y a otra milla en todas las direcciones para romper la roca de esquisto y liberar el gas.

El fracking está siendo promovido por las industrias del gas y el petróleo y sus aliados en el Congreso como el principal “combustible puente” entre una peligrosa dependencia del petróleo extranjero y una era pospetrolera de fuentes renovables de energía como la eólica y la solar.

Pero para los escépticos, esta es la última táctica dilatoria de la industria petrolera en el continuo aplazamiento de una esencial transición hacia una energía eficiente y una sociedad libre del contaminante carbono.

“El potencial del gas natural es enorme”, dijo el presidente Barack Obama al presentarlo como el elemento central de su política energética. En los tres años transcurridos desde su aplicación industrial, la producción de gas basada en el fracking en Estados Unidos ha llegado a medio millón de barriles diarios y se prevé que llegará a tres millones en 2020.

La fiebre del gas que comenzó en Estados Unidos se ha extendido rápidamente al resto del mundo, particularmente a yacimientos de gas o petróleo profundamente enterrados en Australia, Canadá, Venezuela, Rusia, Ucrania, Polonia, Francia, India, China, África del Norte y Oriente Medio. En conjunto, estos descubrimientos podrían cambiar el panorama energético mundial al hacer de países como Australia y Canadá algo así como nuevas Arabia Saudita.

Dada la potente serie de promotores de esta fuente de energía, hasta hace poco las voces escépticas han hallado dificultades para hacerse oír. Pero a medida que el fracking ha afectado gravemente el suelo en algunas regiones, las informaciones sobre contaminación del agua, las engañosas prácticas de contratación y otros abusos han comenzado a ganar terreno.

En una reciente visita al noreste de Pennsylvania y a la fracción Sur del estado de Nueva York, este periodista escuchó las quejas de los residentes de una zona en la cual una docena de vecinos de un lugar donde se efectúan operaciones de fracking hallaron una extrema contaminación de gas metano en sus suministros de agua. Uno de ellos inclusive vio como, tras un fogonazo, su pozo de agua ardía en llamas a causa de una explosión de gas.

Episodios similares han ocurrido alrededor del mundo. Un filme llamado “Gasland”, con la narración de testimonios recogidos a través de Estados Unidos sobre los perturbadores daños causados por el fracking, obtuvo una designación como candidato a premio de la Academia de Cine de Hollywood. En una serie de crónicas, el New York Times planteó serias interrogantes acerca de la seguridad y los peligros para el ambiente del fracking. Francia se convirtió en la primera nación en prohibir el fracking, mientras el Reino Unido está considerando la adopción de una medida similar.

Las preocupaciones acerca del auge del fracking giran alrededor de varios puntos clave:

-Para sacar el gas atrapado en grietas de esquistos deben ser inyectados muchos millones de litros de agua en los miles de manantiales, a menudo en regiones áridas. Una vez mezclada con productos químicos, la mayor parte de esa agua es irrecuperable. Aunque el gas natural se quema más limpiamente en el tubo de escape, el proceso de extracción libera gas metano en el aire y en la capa freática. La filtración ambiental de un gas invernadero más potente que el carbono, como el metano, puede agravar aún más el problema del cambio climático.

-La rápida extracción de recursos naturales suele ocasionar grandes altibajos económicos que a su paso diezman el tejido social de las comunidades y dañan el paisaje. En regiones y en culturas con tradiciones hondamente arraigadas y desacostumbradas a tales intrusiones, los efectos son a menudo devastadores y duraderos.

-La industria petrolera y sus aliados han sido hábiles al desviar las presiones para exigir eficiencia energética y conservación. Han desacreditado a la ciencia del clima y aseguran que operan a favor de un futuro sostenible, sin dar un sólo paso concreto.

Para las comunidades y los países maltratados por la recesión, el desempleo y los crecientes costos de la energía, la perspectiva de una fiebre del gas parece llovida del cielo. Pero en la prisa para desarrollar este recurso con nuevos y más peligrosos métodos estamos creando más problemas sin confrontarnos con nuestro desafío central, el de aprender a vivir usando menos energía en todas sus formas. Esta transición no es tanto una cuestión tecnológica como un viraje cultural. Es un desafío más sencillo pero al mismo tiempo más duro. ¿Estaremos en condiciones de enfrentarlo? (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Mark Sommer, periodista y columnista estadounidense, dirige el programa radial internacional A World of Possibilities ( www.aworldofpossibilities.com).

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