Tiempo atrás, estábamos convencidos de que cuanta más información teníamos, más concientes éramos como ciudadanos y más capaces de hacer elecciones bien informadas. Hoy, cuantas más informaciones tenemos, más interrogantes se abren. Al final, en lugar de sentirnos más seguros, nos sentimos más inciertos.
Quiero dar algunos ejemplos. No sé cuantos recuerdan que Julian Assange declaró, poco antes de ser apresado por la policía, que Wikileaks iba a distribuir una documentación completa de cómo un importante banco norteamericano había cometido prácticas fraudulentas que lo habían llevado al borde de la quiebra, de la cual se había salvado gracias a las contribuciones estatales. El gobierno norteamericano está por concluir su segundo plan de salvación a los bancos, tras el de 750 mil millones de dólares de la administración Bush. Se calcula que, en el mundo, se han invertido 2,3 billones de dólares para salvar al sistema financiero.
Han pasado meses, y nada más se ha sabido de este tema. Ciertamente es mucho más dañina para los gobiernos una documentación sobre la responsabilidad del sistema financiero de una crisis que ha afectado a centenares de millones de personas en todo el mundo (hay 40 millones de nuevos pobres, según la OIT), que las revelaciones de los chismes de las embajadas norteamericanas. Y nos interrogamos: ¿que ha pasado con esto?
Ahora sabemos mucho sobre las prácticas fraudulentas y totalmente antiprofesionales que llevaron a la crisis del sistema financiero. Tan es así que varios bancos han pagado penalidades importantes para evitar procesos criminales que iban a perder con toda seguridad. Sin embargo, en los tradicionales bonos de fin de año, el personal de los grandes bancos estadounidenses se ha repartido la módica suma de 20 mil millones de dólares, como si nada hubiese pasado.
Cuando un sistema comete actos ilícitos, que llevan a la miseria una parte de la humanidad, y obligan a una carrera suicida a los países ricos para combatir al déficit fiscal ( y no al déficit social), se supone que la justicia castigará a los responsables. Sin embargo, hasta hoy, cuantos funcionarios de Wall Street han sido incriminados? Uno. Repitimos, exactamente uno. Se trata de un joven francés, Fabrice Tourrè, un cuadro menor de la Goldman Sachs, que ha pagado una penalidad de 550 millones de dolares, para evitar un proceso. Tourrè está acusado de haber creado un engañoso sistema de venta de hipotecas. Tourrè operaba en una sección de la Goldman Sachs bajo el mando de Jonathan Egon, que era el inventor del fraude. La defensa de Tourrè demostró era uno de los menos importantes en un equipo de por lo menos 15 personas. El banco ha trasladado a Tourrè desde el año pasado a Londres, donde no quiere hacer declaraciones y goza de vacaciones pagas. ¿No es inexorable que uno se pregunte que lógica tiene esta historia?
Es también inevitable que esta pregunta se pueda ver como un síntoma de la tesis de la inocencia bancaria que los financieros y sus lobbies tratan de instilar a la opinión pública: la Gran Recesión que aún sufrimos -sostienen- no habría sino causada por las extendidas prácticas fraudulentas bancarias sino por las oscilaciones del mercado, que hicieron estallar una burbuja financiera. En la especulación desenfrenada habrían incurrido sólo contadas excepciones como Bernard L. Madoff, que deliberadamente estafó por cerca de 40 mil millones de dólares, y que está justamente condenado a más de dos siglos de cárcel. Tendríamos por lo tanto que convencernos de que el sistema financiero es sólido, sano, eficiente y responsable.
Desgraciadamente, cuando uno observa el caso Madoff , descubre que la entidad que se ocupa de estos delitos, la Security Investor Protection Corporation, contrató una empresa de abogados, Baker & Hostetler, para liquidar las propiedades de Madoff y compensar parcialmente a los inversionistas defraudados. Esta empresa, hasta ahora ha rescatado 318 millones de doblares, y el juez Burton Lifland acaba de concederle honorarios por 43,2 millones sólo por el período de octubre a enero de este año. El liquidador, Irving Picard, ha cobrado por los cuatro meses 713.799 dólares. ¿Como funciona una justicia que sustrae sumas tan ingentes a los legítimos destinatarios, o sea las víctimas de la estafa?
Es de lamentar que no exista una respuesta, o al menos una creíble información disponible en los medios, a interrogantes como éste, que es sólo uno de las decenas de no esclarecidos comportamientos de los banqueros y de las instituciones de vigilancia financiera que confluyeron
en la catastrófica crisis recesiva de estos años.
El verdadero problema, es que el ciudadano cada día tiene menos confianza de las instituciones, y tiende a sospechar que muchas cosas
que son poco lógicas o comprensibles puedan ser un complot.
La conclusíón es que no necesitamos más información sino mejor y más confiable información. De este modo, todos estaríamos con la mente más tranquila (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).