Sin educación universitaria y en un contexto rural de limitadas oportunidades laborales, a la keniata Salome Wairimu, madre soltera de dos hijos, no le resultaba fácil conseguir empleo. Pero un programa de microcréditos cambió su destino.
Cada día era el preludio de más preocupaciones e incertidumbres. A veces tenía trabajo, pero algunas jornadas pasaban sin que tuviera la oportunidad de ganar dinero.
Wairimu, quien vive en el central condado keniata de Kiambu, llevó una vida llena de incertidumbre financiera antes de que el Women Enterprise Fund (WEF, Fondo Empresarial para la Mujer) le diera la oportunidad de transformar su situación.
Las estadísticas oficiales del gobierno estiman que 40 por ciento de los keniatas están desempleados. Millones sobreviven realizando trabajos ocasionales, generalmente manuales.
La situación es peor para las mujeres de las áreas rurales. Muchas de ellas son analfabetas y por lo menos 70 por ciento trabajan como pequeñas agricultoras, generando la mayor parte de los suministros alimentarios del país. Sus salarios son bajísimos y, a menudo, inciertos.
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Wairimu también enfrentaba un futuro incierto. Completó la enseñanza secundaria con una calificación que le permitía ingresar a la universidad, pero sus padres campesinos no podían pagarle los estudios. Así que empezó a hacerles trenzas a las mujeres para, peinándolas, ganar dinero.
Cuando estaba en la escuela secundaria realizaba este trabajo a cambio de unas pocas monedas, relató.
"Al terminar la escuela y sin tener ni empleo ni capital, no podía instalar una peluquería", explicó Wairimu.
Durante seis años trabajó desde su casa. Pero no fue un negocio regular y tuvo dificultades para atraer a nuevas clientas.
"Fue muy frustrante, dado que ¿por qué vendrían a mi casa en vez de ir al salón de belleza, donde hay instalaciones para lavar y secar el cabello antes de hacer las trenzas?", planteó.
Ella necesitaba un lugar para trabajar y equipamiento que le permitiera diversificar sus servicios, agregó.
En 2007, Wairimu asistió a la reunión de un grupo de mujeres y allí se enteró de la campaña del gobierno para dar poder económico a la población femenina a través del WEF.
Las mujeres pueden postularse a préstamos que luego devolverán en cuotas a lo largo de un periodo predeterminado. Y luego de completar exitosamente el pago del primer préstamo, son aptas para sacar un segundo, e incluso un tercero, por sumas mayores.
"En ese entonces no me entusiasmé mucho, porque había rumores de que esta iniciativa era un complot del gobierno para atraer al electorado femenino. Pero seguí yendo a las reuniones y me convencí de que era una buena idea. No requerían garantía, así que era muy tentador", agregó.
Junto con otras nueve mujeres, Wairimu formó una organización para acceder al dinero, uno de los requisitos del Fondo. Cada mujer tenía su propio emprendimiento, pero cada una recibía unos 600 dólares. Pagaban el préstamo en un plazo de un año y calificaban para un segundo del mismo monto.
"Al ser del área rural, esto significó que pudiera alquilar un local comercial en la ciudad y pagar los tres primeros meses, incluido el depósito", dijo Wairimu.
No podría haber hecho eso sin el préstamo, agregó.
"Con un lugar estratégico para atraer a las clientas, empecé a expandir mi base. Con las ganancias que hice, incluido lo poco que quedaba para el préstamo, compré equipos", señaló.
El grupo de Wairimu es apenas uno de los 3.913 que recibieron préstamos desde la creación del WEF. Ahora su familia dejó de ser pobre para pasar a integrar una acomodada clase media.