Estadísticas e impresiones no engañan: el Barça puede ser el mejor equipo de futbol de la historia delbello juego. En años recientes, bajo dos entrenadores y dos presidentes diferentes, ha capturado la Champions League, varias veces la liga española (los últimos tres años consecutivos), en una temporada ganó todos los torneos en que participó, incluido una Copa Mundial para clubs, y este año ha maravillado a comentaristas y técnicos al batir brillantemente el temible Manchester United, uno de los clubs exitosos del planeta. Su entrenador, Alex Fergusson, declaró que en su cuarto de siglo al mando de los rojos, no había sido vencido tan brillantemente por un equipo así.
La actuación de los jugadores del Barça transciende los límites del club. The Economist, el New York Times, Financial Times, Newsweek le han dedicado portadas y comentarios exclusivos. El equipo nacional español que conquistó la Copa Mundial de 2010 contaba en algunos partidos con nada menos de siete jugadores del club catalán. En la última votación para el Balón de Oro los tres finalistas eran tres barcelonistas: Messi (el ganador previsto, por segunda vez), Xavi e Iniesta. Nada tiene de extraño que la cotización de la actual plantilla esté fuera del alcance de las posibilidades de la mayoría de los clubs de primera línea, tentados de emular el éxito azulgrana.
Conviene meditar sobre las claves del éxito del Barça. Las explicaciones son tan sencillas como su juego y tan complejas como la sociedad que sirve de seno al club. El análisis se debe fijar en tres ejes fundamentales: el deportivo, el sociopolítico y el empresarial-institucional.
La fascinación que produce el juego del Barça tiene una simple explicación: es un juego de niños. Juega como un puñado de niños en una calle o en un patio de colegio. Su obsesión es controlar el balón. Una mayoría de los jugadores del Barça no han dejado de ser los niños que fueron en los equipos inferiores de La Masía, la mítica escuela. La diferencia: ahora cobran fortunas.
Esos niños maduros crecieron obsesionados por el control del balón, manteniéndolo fuera del alcance de los adversarios. Desde los tiempos de Johan Cruiff en los 70 como jugador y de los 90 como entrenador, la concreción del juego de niños ha sido el rondo. Un puñado se colocan en círculo y se pasan la pelota unos a otros, retando a un solitario en el centro. Frustrado, se esfuerza en recuperar el balón (como lo hacen ahora los delanteros) y el perdedor pasa a ocupar su sitio.
Así transcurre el rondo durante largos minutos. Como en colegio o la calle, los niños no le entregan el balón a nadie si no están seguros de que el receptor se lo va a devolver. La excepción, luego de unos pases de un toque, es entregarlo exactamente al lugar adecuado para que otro marque. Así de simple. Claro: para tener éxito, se debe contar con pasadores como Iniesta o Xavi y ejecutores como Messi o Pedro, que han crecido interpretando esa partitura.
La segunda clave es que este guión ha sido forjado por una organización en la que desde los 10 u 11 años los aprendices son ubicados en equipos de acuerdo con su edad y son seleccionados según sus capacidades. El método es el mismo y cuando suben de categoría, hasta el equipo profesional, cada uno sabe como interpretar su papel en dos o tres variantes. En La Masia, la antigua casa de campo, y ahora en la residencia Joan Gamper de las afueras de Barcelona, los aprendices de jugadores profesionales son formados en tres ramas básicas: deportiva, educativa (como en cualquier escuela selectiva), y carácter (como personas destinadas a encajar en la sociedad).
En estos momentos, casi dos tercios de la plantilla del equipo profesional han surgido de unas recientes generaciones de residentes de La Masía. En algunos partidos cruciales de los recientes triunfos, hasta ocho jugares formados en casa ocuparon los puestos titulares.
El tercer detalle es la sistemática construcción de un club en una seña de identidad catalana. Pero esa marca nacionalista es la de la variante abierta y liberal. Barça fue considerado desde los 60 en algo más que un club, la confluencia de un sentido nacional en un contacto donde esa conciencia no era posible por las limitaciones impuestas por el régimen político. En la ausencia de un gobierno autónomo, unos ayuntamientos libremente elegidos, un parlamento deliberante, los recién llegados y los nativos se identificaron con el Barça, un proyecto al que uno podía pertenecer en pocos días.
¿Es sostenible este modelo? Nada es eterno y los adversarios pueden encontrar el antídoto para la magia del Barça. Para el bien del fútbol, falta que sea mejor y más bello. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu)