El desastre del Partido Socialista en las elecciones autonómicas y municipales en España apenas ha ocupado una limitada parte de la atención de los medios de comunicación de Estados Unidos. Deberá pasar un tiempo prudencial para que algún centro de reflexión y especialistas académicos dediquen sus esfuerzos a explicar qué ha pasado. Depende mucho de cómo evolucione la economía, la evidencia mostrará que el resultado es más una derrota del Partido Socialista (PSOE) que una victoria llana del Partido Popular.
De momento, conviene destacar algunas dimensiones en el contexto de Estados Unidos. En primer lugar lo que ha sido en España un cambio dramático no va a cambiar radicalmente la percepción norteamericana del país, por dos razones. Una es la moderada importancia que se le da a España en Estados Unidos, a no ser que las circunstancias mediáticas hagan obligatorio aplicar la lupa hacia Madrid. La otra es que Estados Unidos y sus dirigentes están extremadamente ocupados por otros escenarios que tocan más sensiblemente la seguridad y los intereses nacionales.
La crisis de Oriente Medio y el Norte de Africa, el nuevo capítulo de la liquidación de Ben Laden, los problemas económicos internos y la presión de la inmigración son algunos de los temas. El viaje de Obama a Irlanda, Londres, París y Polonia reforzará los puntos de interés para Estados Unidos. España no será uno de ellos, y menos las elecciones. La única manera de que Washington pierda el sueño por las acciones del gobierno español (el de ahora y el que viene) es que colisione con los intereses vitales de Estados Unidos, como pareció suceder a la llegada del PSOE al poder en 2004 y la desaparición de José María Aznar, el fiel aliado de Bush. El prácticamente cheque en blanco que Zapatero ha dado a Obama se verá magnificado por el seguro apoyo que Mariano Rajoy le conceda al entrar en La Moncloa en 2012 (o antes), el mismo año de la más que probable reelección del presidente americano.
Para la perspectiva norteamericana, la derrota del PSOE es vista como encajando en la evolución de la crisis europea y el impacto en los partidos de izquierda. Se les ha culpado de todo el descalabro financiero. Certeramente se les señala la carencia de mecanismos de reacción para defender precisamente las conquistas sociales que fueron su marca desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El estado de bienestar, marca de la socialdemocracia, se está erosionando. Los sectores más débiles pagan ahora los costes de la privatización, las burbujas inmobiliarias y la corrupción. La fuga de votos de la izquierda al PP se ve como la venganza de una parte de los indignados, de los que no se entiende su protesta no partidista.
¿A quién en Estados Unidos beneficia o alegra el resultado de las elecciones españolas? En primer lugar, al núcleo duro del Partido Republicano que siempre ha visto al PSOE como contrario a sus intereses, políticos y económicos. Aunque en unos países selectivos de Europa (Alemania) los socialdemócratas se han visto como aliados necesarios, en la mayoría de los casos se les han considerado como herederos del socialismo tradicional. Naturalmente, los continuadores de la ideología de George W. Bush se sienten ahora vengados en lo que consideraron como falta de lealtad en 2004 con la retirada de Epaña de Iraq.
Otros sectores que reclaman como propia la victoria del PP incluyen diversas ramas de acción coaguladas en el Tea Party. Conviene aclarar que solamente tienen en común con los acampados de la Puerta del Sol y la Plaza de Cataluña la desconfianza ante el sistema. En realidad, esos colectivos norteamericanos sienten nostalgia por un país mitificado, que se les escapa de las manos.
Finalmente, una dimensión que escapa a la comprensión de los observadores norteamericanos poco avezados en el complejo sistema partidista español es el contraste entre los resultados en el País Vasco y Cataluña, en lo que atañe al nacionalismo y el independentismo. Mientras los vascos independentistas de Bildu han conquistado notables escaños y municipalidades, los independentistas catalanes de Esquerra han sido arrinconados por los nacionalistas moderados y conservadores de Convergència i Unió, que han añadido la alcaldía de Barcelona al control del gobierno autonómico. Los mismos sectores que se sienten satisfechos por el desastre del PSOE respiran ahora aliviados por el resultado catalán. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).