El escritor argentino Ernesto Sábato murió, a punto de cumplir cien años, mientras William y Kate, ahora duques de Cambridge, se casaban en Westminster y celebraban en Buckingham. Dos mil millones de telespectadores se fascinaban con los británicos, que respiraban aliviados por la supervivencia de la monarquía y la solidez del propio Reino Unido. Sábato falleció todavía habitando en un Buenos Aires hosco y una Argentina dividida. Londres se aferra con éxito a la historia.
La obra novelística del autor de Sobre héroes y tumbas es notable. Pero su producción ensayística supera en excelencia, una apreciación que en el fondo no le gustaba al autor, cascarrabias de una amabilidad extrema cuando se le solicitaban entrevistas repetitivas. Un café en el centro de Buenos Aires o en su casa de Santos Lugares era una experiencia que se quedaba grabada en la memoria del visitante. Las apreciaciones con que regalaba al visitante hacían efecto días y meses después.
Dos aspectos de su labor prosística destacan: su apreciación dura y sincera de la cultura argentina y su estilo personal ejercido con técnica de estilete en su escritura. Releer cualquiera de sus ensayos tiene un impacto perenne, aunque los temas tratados se refieran a acontecimientos, detalles o épocas de hace décadas. Parecen apreciaciones sobre la actualidad en ambos continentes (Europa y América), reproducibles en las páginas de colaboraciones de los grandes diarios, sin que el lector se dé cuenta.
En contra de lo que frecuentemente se cree en la obra en prosa de grandes escritores, novelistas o poetas, sus ensayos son un fiel ejemplo de lo que se conocer como estilo sin estilo. No sobran palabras; no se usan fórmulas de orden sintáctico que confunden al lector; no se eligen términos que obligan a acudir al diccionario. Pareciera como si Sábato hubiera estado obligado a ejercer la economía de medios como si estuviera redactando un telegrama, costoso según el número de palabras. Aunque quizá él no lo reconociera, el modelo de Hemingway y García Márquez en la construcción de sus textos narrativos encajan en el mismo universo. Frases cortas, declarativas, desprovistas de ambigüedad, según confesó el autor de Por quien doblan las campanas. Era la aplicación de la dictadura del manual de estilo de Associated Press impuesto a sus corresponsales.
En Heterodoxia, una colección de máximas y reflexiones, Sábato revela su oculta técnica y modelo al recordar la clase machadiana de Juan de Mairena: salga a la pizarra y escriba: los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético: El alumno, después de meditar, escribe: lo que pasa en la calle. Mairena: no está mal.
Pero esta economía del lenguaje no impedía su excelencia literaria. Cualquier párrafo de sus ensayos es susceptible de ser leído cortando a discreción, según la intuición del lector, las oraciones en versos. Se detecta una rima secreta, que el crítico argentino de Harvard Anderson Imbert llamó el ritmo de la prosa.
Este rasgo es más acusado cuando trata temas esenciales de lo que considera como la identidad argentina. Veamos este ejemplo en un clásico titulado sobre el acento metafísico en la literatura argentina, insertado en una compilación de amplia circulación en la década de los 70, La cultura en la encrucijada nacional:
Estamos en el fin de una civilización/ y en uno de sus confines/ Sometidos a esa doble quiebra, /en el tiempo y en el espacio,/ Somos destinados/a una experiencia doblemente dramática./perplejos y angustiados/, somos actores de una oscura tragedia/ sin tener detrás el respaldo /de una antigua cultura indígena/ y sin tampoco poder reivindicar del todo/ la tradición de Europa./ Y como si todavía fuera poco/, no habíamos terminado de construir y definir / una patria/cuando el mundo que nos había dado origen/ comenzó a derrumbase/. Lo que significa que si ese mundo es un caos,/ nosotros lo somos a la segunda potencia.
Sábato fue la figura más destacada de toda una escuela, que no una generación, de ensayistas cuyo tema central fue el contexto argentino de justamente antes de la crisis económica de los 30 y sus consecuencias. En la Argentina, su origen fue principio del descenso del poder mundial del imperio británico que ahora se ha apuntalado en Londres. Al haberse conformado la economía argentina como una sucursal inglesa el efecto de la crisis fue imponente. Coincidió con el escepticismo en las capas inmigratorias que agravaron el sentimiento de desarraigo (palabra clave) y el surgimiento de la centralidad de los descamisados, presa del populismo.
En El escritor y sus fantasmas, Sábato es contundente: Nuestro hombre es de contornos indecisos, complejos, variables, caóticos. Entonces ofrece una imagen original, cruel, certera que ha hado la vuelta al mundo: Esto es como un campamento en medio de un cataclismo universal. Es un fiel retrato de la Argentina actual (bronca a Vargas Llosa) y su entorno universal (norte de Africa), menos en el espejismo de Londres, claro. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy, autor dos libros sobre la teoría y práctica del ensayo: de Periodismo y literatura y Periodismo y ensayo: de Colón al boom .