DE CÓMO EL MOVIMIENTO ANTIRACISTA DE ALABAMA HIZO DE ESTADOS UNIDOS UNA DEMOCRACIA VERDADERA

Recientemente, me reuní con algunos de los héroes modernos de nuestra nación para remememorar el señero movimiento por los derechos civiles en Alabama. Nadie ha hecho más en los últimos treinta años para combatir el odio racial en Estados Unidos que Morris Dees mediante el Southern Poverty Law Center. Al frente de esa organización, Morris fue un pionero en la estrategia de enjuiciar a grupos racistas por daños y perjuicios de tal monto que frecuentemente los llevaban a la bancarrota. La reacción fue tan feroz que 30 personas fueron condenadas a prisión por complots para asesinarlo.

Con Morris visité el Capitolio de Alabama, donde, como Fiscal General de Estados Unidos, mi padre, Robert Kennedy, fue hace 48 años para exigir al gobernador George Wallace que cumpliera con la Constitución y pusiera fin a la segregación racial. El día de la reunión Wallace había quitado la bandera estadounidense del Capitolio e izado en su lugar la de la Confederación.

Visitamos el Rosa Parks Museum, donde hay una reconstrucción de la escena del 1 de diciembre de 1955, cuando el chofer blanco de un ómnibus de la ciudad de Selma exigió a la señora Parks, una afroestadounidense, que cediera su asiento a un blanco, a lo que ella se negó. Otra mujer, Jo Ann Robinson, después de la encarcelación de Parks proclamó un boicot al transporte público. Tres días después, se formó la Montgomery Improvement Association, que designó presidente a Martin Luther King. Sucesivamente, el 90% de los integrantes de la comunidad negra inició el boicot, que duró 13 meses hasta que entró en vigor la decisión de la Suprema Corte de declarar inconstitucional la segregación racial en el transporte público.

Estuvimos en la Primera Iglesia Bautista, donde los Freedom Riders buscaron refugio luego de haber sido atacados. Los Freedom Riders, literalmente viajeros de la libertad, habían constituido una organización interracial en mayo de 1961 para viajar en ómnibus interestatales del Sur en desafío a la segregación racial aún practicada en violación de la decisión judicial en ómnibus, salas de espera y restoranes.

De acuerdo con las enseñanzas de Mahatma Gandhi, la Freedom Riders había informado a las autoridades sobre sus planes. El FBI avisó a la policía de Alabama que, a su vez, le informó al Ku Klux Klan. Cuando los ómnibus llegaron a Montgomery, una chusma de unas 2.300 personas armadas con cadenas y porras los estaban esperando. La policía le había asegurado a la turba que no iba a intervenir hasta que ellos terminaran de apalear a los manifestantes, como efectivamente sucedió.

Después del brutal ataque los Freedom Riders que estaban en condiciones de caminar buscaron refugio en la Primera Iglesia Bautista del reverendo Ralph Abernathy. Tres mil manfestantes racistas rodearon la iglesia, amenazando a los muy superados en número guardias federales enviados para proteger a los ocupantes. Los fanáticos de la supremacía blanca rompieron los vitrales y arrojaron bombas Molotov tras rebasar a los guardias federales. Lewis, King y Abernathy llamaron por teléfono a Robert Kennedy para informarle de lo que estaba ocurriendo. Fue entonces que el presidente John F. Kennedy amenazó con enviar tropas federales. Finalmente, la Guardia Nacional llegó y dispersó a la turba racista.

También fuimos a Selma. En esa ciudad, el 7 de marzo de 1963 Hosea Williams y Lewis habían organizado un marcha de unas 50 millas hacia Montgomery. Cuando los 600 manifestantes intentaron partir se encontraron ante una muralla de policías a caballo. Lewis pidió a los manifestantes que se arrodillaran y rezaran. Sesenta segundos después, el mayor Cloud vociferó una orden: “Tropa ¡avance!”

La policía atacó, roció a los pacíficos manifestantes con gas lacrimógeno e inductor de vómitos y aporreó desenfrenadamente a hombres, mujeres y niños.

Aquel día, la cadena de televisión CBS interrumpió su transmisión para mostrar escenas de la carnicería. Escandalizados por la brutalidad policial vista por televisión y en las primeras planas de los diarios, millares a lo largo y ancho del país y del mundo expresaron su indignación. Cinco meses después entró en vigor la Ley de Derechos de Voto.

Cuando le pregunté a Lewis cómo se sintió al caminar, tantos años después, por el lugar de aquellos acontecimientos, dijo: “Agradecido”.

Yo también me siento agradecida. Agradecida por el coraje moral de Lewis y de los defensores de los derechos civiles que finalmente hicieron de nuestro país una democracia verdadera. Una persona, un voto. Agradecida por los cambios que han tenido lugar desde 1963 y por las mujeres y hombres que en nuestro país y en el mundo han dedicado sus vidas a la defensa de los derechos humanos, a veces a caro precio. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Kerry Kennedy, Presidenta del Centro Robert F. Kennedy para la Justicia y los Derechos Humanos.

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