La atención dedicada al sumergimiento del cadáver de Bin Laden, sobre si se hizo respetando los ritos musulmanes y si se violó la costumbre ancestral de un enterramiento tradicional, es verdaderamente digna de meditación. Sin embargo, esta consideración de procedimiento funerario y forense se ha visto superada por la polémica generada por la conveniencia o desventaja de proporcionar material gráfico que refuerce las declaraciones de las autoridades de Estados Unidos con respecto al fin efectivo del líder de Al Qaeda.
Enterrada (o sumergida, según se vea) en las páginas de los diarios ha quedado la muerte (un día antes) del escritor argentino Ernesto Sábato, del que una función nada literaria es conveniente traer a colación ahora. Se trata de su dirección de la Comisión Nacional de Desaparecidos (CONADEP) creada por el presidente argentino Raúl Alfonsín en 1983 para esclarecer los detalles fundamentales de la represión militar del final de la década de los 70. Nunca más, el documento librado en 1984, sigue siendo uno de los documentos más estremecedores de la crueldad humana y la barbarie liberada por los regímenes con ansias de asesinato sistemático y organizado. La variedad de métodos para torturar y matar a seres indefensos solamente fue superada en su momento por la estrategia nazi en ejecutar el holocausto.
Sábato tuvo que oír declaraciones de supervivientes y familiares que una vez recogidas en un volumen provocan tanta nausea y tristeza como el golpe asestado el 11 de Setiembre. Mientras se reclama piedad respetuosa por disponer de los despojos de Bin Laden, y se duda de la conveniencia de proporcionar documentación gráfica de los resultados de su abatimiento en Pakistán, resulta recomendable, al borde del vómito, releer la descripción de unos especiales sumergimientos perpetrados por los militares argentinos. La diferencia no estriba en el grado de crueldad, sino en el hecho de que la liquidación de Bin Laden fue de un cadáver. Los sumergimientos en Argentina se perpetraron con seres vivos lanzados al mar.
El informe dirigido por Sábato es contundente. Como evidencia, que no se sabe bien si algún día se reproducirá en el caso de Bin Laden, quedaron los cuerpos que las corrientes marinas arrojaron a la costa. El guión comenzaba así: «Eran llevados a la enfermería del sótano, donde los esperaba el enfermero que les aplicaba una inyección (Penthotal) para adormecerlos, pero que no los mataba. Así, vivos eran sacados por la puerta lateral del sótano e introducidos en un camión. Bastante adormecidos eran llevados al Aeroparque, introducidos en un avión que volaba hacia el Sur, mar adentro, donde eran tirados vivos». Muchos cadáveres aparecieron luego en distintas playas . el agua salobre y la voracidad de los peces habían desfigurado a casi todos. Los certificados de defunción no identifican pudorosamente a los muertos.
Retornando al drama de Estados Unidos, Obama creía haber cerrado el expediente a las exigencias de presentar su certificado de nacimiento en territorio norteamericano para sacarse de encima las insidias de Donald Trump y el Tea Party. Ahora todavía sufre la presión de librar un certificado de defunción con la prueba irrefutable de unas fotos del cadáver de Bin Laden. Depende de la futura evolución del caso que su imagen se fortalezca o se difumine.
La lógica de una mayoría pensante de norteamericanos, predominantemente de su electorado natural, aconsejaba dejar el asunto con el anuncio, sin acudir a una documentación que sería impactante, por mucho que los maquilladores se esfuercen y se aplique un toque de Photoshop. Es lo que todavía piensan en el Departamento de Defensa y la CIA. Sobretodo, la decisión de no ir más allá del anuncio debió pesar también en la oficina de Hillary Clinton. Como excepción con cierto toque femenino, se tapaba la cara en la foto de familia de todo el entorno de Obama cuando contemplaban en vivo y en directo la operación de acoso de la mansión del terrorista.
Ahora bien, Obama todavía sufre las presiones de otro sector notable (y cierta izquierda) que seguirá exigiendo la confirmación mediática y con morbo. Si Obama hubiera sucumbido hubiera revelado que no se sentía seguro y trataba de aplacar las fuerzas que le han concedido su apoyo antes y después de su primera elección. Pero, el mayor riesgo todavía estriba en que un video o foto clandestina aparezca en You Tube, como sucedió con la ejecución de Sadam Hussein.
En el exterior, la mayor parte de los gobiernos europeos se han sentidos satisfechos con no meneallo, ya que sufrirían las consecuencias de un renovado terrorismo. En el mundo musulmán, la revelación de documentos gráficos podría perjudicar al movimiento laico de las revoluciones y protestas. Por lo tanto, desde el punto de vista de interés nacional y política exterior, dar carpetazo sin certificado visual ha sido lo más aconsejable. Y los sumergidos-desaparecidos de la dictadura argentina siguen igual: sin fotos o videos. Y en todo este panorama de defunciones y desapariciones todavía queda la signatura pendiente sobre la tortura aplicada en Guantánamo. A la más eficaz se le califica como water boarding, un sumergimiento simulado. El precio de la muerte de Bin Laden sigue siendo alto. Bien lo saben los familiares de los miles de las Torres Gemelas que fueron sumergidos en vida en el polvo del desplome. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).