Desde que la atención psiquiátrica fue descentralizada el año pasado en Sudáfrica, muchos pacientes fueron trasladados de hospitales a sanatorios comunitarios que carecen de recursos apropiados para tratar enfermedades mentales.
Como consecuencia, muchas de las personas más vulnerables de la sociedad cayeron en las grietas del sistema y ahora deambulan por las calles invisibles para los demás.
Se puede ver gente caminando a la vera de carreteras, balbuceando y gesticulando, mientras otros se sientan en cuclillas en el pavimento fuera de los restaurantes, ante la generalizada indiferencia de la gente.
Nosipho* es una mujer de 36 años de la Provincia Oriental del Cabo. Aunque creció durante el apartheid (régimen de segregación racial institucionalizada contra la mayoría negra), pudo asistir a una escuela local gracias al tutelaje de un benevolente maestro.
Era una brillante estudiante a la que le gustaba escribir historias en las que fantaseaba con escapar de su pequeña y pobre comunidad.
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En sus cuentos era siempre una cantante de gospel que viajaba por el mundo y dormía en camas suaves con muchas sábanas limpias que la mantenían segura y caliente.
Incluso a los 15 años estaba convencida de que iba a ser famosa, a pesar de que probablemente debería abandonar la escuela pronto para dedicarse a atender su hermana menor, ya que su abuela había enfermado.
Pero rápidamente comenzó a sufrir síntomas de desorden mental. Al principio eran pocos y esporádicos. A Nosipho le parecía escuchar su nombre en la radio cada vez que entraba en el cuarto de su abuela. Pronto los síntomas se multiplicaron: le parecía escuchar su nombre susurrado por el viento en cada lugar al que iba.
Sus amigos comenzaron a preguntarle si consumía drogas, porque parecía estar siempre absorta en un ensueño. Su sonrisa se convirtió en una máscara primero para eludir las constantes preguntas y luego para frenar las lágrimas que derramó sobre la tumba de su abuela.
Tras el funeral, su madre regresó a Ciudad del Cabo en busca de trabajo, y dejó a Nosipho cuidando a su hermana de ocho años de edad.
Los días eran largos y difíciles, y cuando finalmente podía descansar, las voces comenzaban a sonar nuevamente en su cabeza. Sentía que venían de fuera, a veces gritando incoherencias en su oído, y otras veces parecían provenir de lejos.
Una de las voces era reconocible. Era la de su abuela, quien le decía que había sido embrujada por un «inyanga», un curandero tradicional, y que si no iba a ver a su madre pronto en Ciudad del Cabo su hermana moriría.
Todos los días las voces crecían en intensidad, y pronto Nosipho dejó de salir de su casa por temor a ser atacada por lo que entonces ya creía eran espíritus enviados por el inyanga.
La gente de la aldea comenzó a mirarla en forma extraña y a hablar de ella. Una noche, luego de un día difícil en el que fue golpeada por otros niños que la llamaban «maldita», decidió viajar a Ciudad del Cabo para encontrar a su madre. Eso fue hace 20 años.
Hoy Nosipho sigue buscando. Milagrosamente, logró sobrevivir por sí sola en las calles o en cuevas de las lluviosas montañas de Ciudad del Cabo.
En el último mes buscó refugio entre las flores rojas que hay bajo mi balcón, donde se cubre la cabeza con bolsas de plástico para tratar de acallar a las voces que la atormentan, incluso cuando duerme.
Hace una semana, fui con Nosipho al hospital para solicitar medicación psiquiátrica, que podría cambiar significativamente su calidad de vida. Pero después de tres horas de esperar en la fila tuve que volver al trabajo, y Nosipho huyó poco después amedrentada por la mirada acusatoria de las otras personas.
Un estudio de 2007 hecho por el Consejo de Investigación Médica reveló que uno de cada seis sudafricanos sufre desórdenes mentales.
Muchos de nosotros hemos experimentado momentos de depresión y ansiedad en nuestras vidas, pero la recuperación de enfermedades mentales severas requiere de gran coraje y por lo general es una lucha larga y difícil.
Los pacientes admitidos en hospitales psiquiátricos como el de Valkenberg, en Ciudad del Cabo, por lo general proceden de comunidades marginadas donde no hay suficientes recursos y falta el apoyo necesario. Muchas familias y comunidades están abrumadas por la carga que entraña cuidar a personas con enfermedades mentales.
Afortunadamente hay pequeños grupos de voluntarios que trabajan para apoyar a personas como Nosipho. Organizaciones como la Fundación Amigos de Valkenberg y la Salud Mental del Cabo están siempre necesitando colaboración y donaciones de todo tipo.
Los sudafricanos han superado muchos desafíos en su atribulada historia. Estos grupos creen que constituyen una oportunidad para los sudafricanos de abrir sus corazones y mostrar compasión hacia los más vulnerables. Como dijo el líder pacifista indio Mahatma Gandhi: «Puedes juzgar a la sociedad por cómo trata a sus miembros más débiles».
* Publicado en acuerdo con el Street News Service. Originalmente publicado por Big Issue South Africa.
** La historia de Nosipho reúne biografias de dos mujeres para proteger sus identidades. Las imágenes y la información fueron obtenidas con consentimiento. Jamie Elkon y el fotógrafo Charile Sperring agradecen a Anton White por su apoyo.