UNIÓN AFRICANA: EN MEDIO DE LA GRAN CRISIS, SU VOZ ES DÉBIL Y TARDÍA

Mientras en el mundo se discute sobre las protestas y las batallas que se extienden por el norte de África –más recientemente en Libia- ¿qué dice al respecto la Unión Africana (UA)? Numerosos organismos multilaterales, incluyendo la Unión Europea (UE), la Liga Árabe y la Organización de las Naciones Unidas, han llamado a respetar los derechos humanos y a poner fin a la violencia patrocinada por los Estados en aquella región.

Al tratar la situación en Libia, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, incluyó a la UA en una lista de socios para buscar una solución. Pero, en general, la voz de la UA ha sido débil y ampliamente ignorada por los medios internacionales de comunicación.

Seguramente la UA debería haber estado entre las primeras organizaciones internacionales consultadas cuando los conflictos internos estallaron en los Estados del norte de África integrantes de la UA. ¿Por qué no fue así? Si tales conflictos hubieran tenido lugar en Europa, por cierto la UE habría estado en el centro de una búsqueda de soluciones.

Un problema que enfrenta la UA, junto con muchas naciones africanas, es que no es financieramente independiente. Debe buscar fondos de la UE, Estados Unidos y otros países, incluyendo algunos de los Estados más ricos entre sus propios miembros, a pesar de sus antecedentes en materia de antidemocracia y de violaciones de los derechos humanos. Libia, por ejemplo, se dice que aporta al menos el 15% del presupuesto general de la UA. En 2009, Muamar Gadafi, fue elegido presidente de la UA por el término de un año.

Esta dependencia dificulta de muchas maneras la eficacia de la organización. Incluso cuando la UA ofreció apoyo a Estados miembro –como ocurrió durante la violencia que siguió a las elecciones de 2007 en Kenia- no pudo proporcionar los recursos financieros que podrían haber ayudado a llevar la paz y eso debió quedar a cargo de otros países.

Otro problema es que la UA no tiene ni un ejército ni una fuerza de mantenimiento de la paz, de modo que no puede intervenir militarmente para proteger a los ciudadanos. Estados Unidos pudo hacer presión sobre el ex presidente Hosni Mubarak y el ejército egipcio mediante la amenaza de cortarle su ayuda de 2.000 millones de dólares. La UA no tiene tal palanca para aplicar a los líderes recalcitrantes. Sólo puede usar la persuasión, a la que fácilmente se puede hacer caso omiso, como quedó demostrado con la creciente violencia en Costa de Marfil luego de las disputadas elecciones presidenciales de 2010.

El 23 de febrero pasado, Jean Ping, de Gabón, presidente de la comisión de la UA, expresó “gran preocupación” por la situación en Libia y condenó el “desproporcionado uso de la fuerza contra civiles”, así como el número de vidas perdidas. A los ojos de muchos observadores, sin embargo, esas declaraciones llegan demasiado tarde y fueron ampliamente pasadas por alto.

Por otra parte, aunque la UA debería estar a la vanguardia en cuanto a exigir buen gobierno y desalentar la impunidad, en ocasiones se ha puesto del lado de Estados que muestran gran impunidad en sus acciones, por ejemplo, más recientemente, Kenia y Sudán. En ambos países, la UA ha apoyado el “descarrilamiento” de las intervenciones de la Corte Penal Internacional. A través de estas actitudes la UA pierde su potencial autoridad moral.

Es evidente que los cambios que están demandando los pueblos del norte de África no se realizarán de la noche a la mañana y que, por lo tanto, deberán aceptar que el cambio real es lento. Llevará tiempo construir las instituciones que permitan la creación de mecanismos de control y equilibrio entre poderes ejecutivo, legislativo y judicial independientes, ejércitos y policías, y que son a menudo las primeras víctimas de un mal gobierno.

Habrá cambios a lo largo y ancho de África. Queda por saber si serán la UA y sus Estados integrantes quienes los conduzcan o si simplemente ellos seguirán a su ciudadanía. Ese es el desafío. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Wangari Maathai, Premio Nobel de la Paz 2004, es cofundadora de la Iniciativa de las Mujeres Premio Nobel y fundadora del Green Belt Movement.

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