El cable de fibra óptica que permitirá la conexión plena de Cuba al sistema mundial de telecomunicaciones ha comenzado su recorrido por el lecho del Mar Caribe. Desde las costas de Venezuela hasta una playa al sur-oriente de la isla, el cable deberá extenderse por 1600 kilómetros, en un proyecto valorado en más de 63 millones de dólares.
Los beneficios prácticos de la operación, sin embargo, están garantizados: una vez conectada a través del cable, Cuba dejará de depender de la más costosa y lenta comunicación satelital y tendrá una velocidad de transmisión de 320 Gigabytes en cada uno de los dos pares de fibra óptica, por lo que aumentará por 3000 veces su capacidad de trasmisión de datos, voz e imágenes. Además, el país podrá recibir señales telefónicas y televisivas.
Este proyecto, sustentado por los gobiernos de Cuba, Venezuela y Jamaica, forma parte del llamado Sistema Internacional de Telecomunicaciones Alba I y es uno de los diversos programas de colaboración entre los países de la región afiliados al bloque de la Alternativa Bolivariana para las Américas. La conclusión de este empeño está prevista para los primeros meses de la segunda mitad del año y entonces se producirá la chispa que pondrá a las telecomunicaciones del país al nivel que hoy existe en casi todo el planeta. O en línea con el mundo según el slogan de la Empresa cubana de telecomunicaciones.
Sobre estos hechos y datos concretos, comienzan a surgir entonces las más diversas interrogantes sobre la manera en que esa capacidad de conectividad será administrada por las autoridades de la isla, habida cuenta la problemática relación que hasta ahora ha existido entre la sociedad cubana y la computación y la conexión al ciberespacio.
La primera paradoja la establece la cantidad de equipos de computación de uso privado que existen en Cuba, posiblemente una de las cifras más bajas del mundo en relación con el alto nivel educacional e informático con que cuenta el país. Hasta hace unos tres años la adquisición de computadoras y otros componentes ofertados por minoristas estaba prohibida a los ciudadanos cubanos, aunque se permitía ya su importación, también limitada por mucho tiempo (como también lo estuvo el uso de los teléfonos móviles). Esta barrera, que fue vencida sucesivamente por alternativas como la de adquirir el equipo a través de un extranjero residente en la isla, o de una institución cubana con licencia para acceder a ellos, o por medio de alguna empresa de capital mixto, tenía (y tiene) como segundo inconveniente el hecho de que un equipo de computación llega a venderse a precios (más de 500 CUC, los pesos convertibles cubanos, unos 600 dólares) que resultan inalcanzables para la mayoría de los ciudadanos que dependen de un salario estatal, que promedia unos 25 CUC mensuales.
Más compleja aun ha sido y es la relación de los cubanos con las comunicaciones por vía digital. Hasta el momento en que se produzca la conexión del cable de fibra óptica, el país seguirá dependiendo únicamente del enlace por vía satelital, más caro y lento, pues la llegada a la fibra óptica también le había sido embargada por los Estados Unidos (apenas a 30 kilómetros de las costas cubanas pasa el cable que une a Miami con Cancún). Esta realidad práctica y tecnológica ha sido la que ha impedido, hasta hoy, la posibilidad de un mayor acceso de los cubanos a los beneficios de Internet y la comunicación por correo electrónico, al cual el gobierno le ha dado un uso social en instituciones y centros de trabajo por encima del individual y privado.
Es por esa razón que solo a través de una cuenta y un servidor adscrito a una institución del Estado o el gobierno o a una institución reconocida, los cubanos pueden tener acceso a distintas calidades de comunicación que van del correo electrónico sin salida internacional al que si la tiene, y del ingreso a una red interna (intranet) a la entrada a la red internacional solo en el caso de personas (entre las que me cuento) a las cuales se les ha concedido por razones de trabajo.
La nueva coyuntura que se abrirá cuando se produzca la conexión de Cuba al cable de fibra óptica cambiará radicalmente (o al menos por 3 mil veces) la situación actual y, potencialmente, podría permitir el acceso a la red a todos los interesados (y con posibilidades materiales de hacerlo), una vez vencida la dificultad tecnológica que lo impedía. Por lo tanto, muy pronto la relación de los cubanos con la comunicación digital dependerá solo de la voluntad política con que el gobierno asuma estas realidades y los consecuentes retos que implican para un país como Cuba un acceso más abierto a la información y las comunicaciones.
Para una sociedad moderna y contemporánea el pleno ingreso a los canales informativos de la red es, más que una facilidad, una necesidad en la que se empeña su desarrollo. El mundo de hoy ha trascendido la era industrial para entrar en una nueva etapa histórica, la era digital, en la cual muchos códigos económicos, sociales y hasta políticos están siendo transformados, revisados, desechados, y el uso de las comunicaciones cibernéticas desempeña un papel decisivo en ese proceso de carácter global.
En medio de la política de reordenamiento económico que se ha desatado en Cuba, con las consecuentes modificaciones que la economía (menos centralizada, más abierta a las inversiones foráneas, con participación notable de capital privado) provocará en la esfera social, la entrada plena de los ciudadanos cubanos en la trama de las comunicaciones digitales representa (y lo ha representado siempre) un escalón de ascenso para el presente y el futuro económico y social del país… Mientras, el cable se acerca a la isla y, con él, hechos incontestables y preguntas por responder. (FIN COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas y su más reciente obra, El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y su asesino, Ramón Mercader.