La crisis rebasó la incertidumbre provocada por la autoinmolación de Mohamed Bouaziz, un informático desempleado que se dedicaba a la venta ambulante de fruta. Luego resultaron curiosas dos reacciones de las grandes potencias que más influencia pueden tener en el desarrollo posterior del drama tunecino: Francia y Estados Unidos.
Hillary Clinton, hablando por la Casa Blanca, declaraba que Estados Unidos no tomaba partido en el desarrollo confuso de la situación tunecina. Cuando el Presidente Zine el Abidin Ben Ali trató de refugiarse en el dorado exilio en Paris, el Presidente Nicolas Sarkozy lo mandó a buscar otras alternativas menos comprometedoras. Lógicamente acabó en Arabia Saudita, lo que es una indicación de que ninguno de sus vecinos estaba dispuesto a actuar de anfitrión de un novedoso apestado.
La actitud inicial de la secretaria de Estado norteamericana recordaba como una réplica la histórica reacción del general Alexander Haig al estallar el intento del golpe de estado en Madrid, hace treinta años. Es un asunto interno de España. Ni siquiera hoy se ha aclarado la información que la inteligencia norteamericana tenia de los planes del golpista Tejero, y qué quiso decir el entonces Secretario de Estado con su declaración.
Hablando de Haig, resulta sumamente aleccionador recordar ahora su propia osada reacción cuando el presidente Ronald Reagan sufrió un atentado. El general se apresuró a situarse al mando de la maquinaria gubernamental, reclamando que estaba a cargo de la presidencia vacía, en ausencia del vicepresidente. No se necesitaba ser un experto en derecho constitucional para reparar que si se debía producir una sucesión, aunque fuera temporal, pertenecía al presidente de la Cámara de Representantes. Es lo que ha sucedido ahora cuando, Mohamed Ghanuchi, el primer ministro de Ben Ali fue tonsurado por el autócrata a punto de huir. Se aposentó en la oficina presidencial, pero otros protagonistas del orden jurídico de la dictadura le recordaron que la sucesión le pertenecía a Fued Mebaza, el presidente del Parlamento.
Era la culminación del caos que había comenzado por el celo de un policía que había confiscado el carrito de fruta. Era un episodio más de la dictadura de la burocracia que se refugia en el cumplimiento drástico de reglamentos, consignas e instrucciones para protegerse y hacer métodos. Era igual que el fiel cumplimiento de los funcionarios de Hitler para seguir las órdenes. Esta vez, la tragedia individual desembocó en serias protestas, enfrentamientos callejeros represaliados por las fuerzas policíacas (Túnez tiene tantos policías como Francia )
La cautela, cuando no la connivencia, con que los poderes europeos, y la propia UE, han estado tratando a gobiernos como el de Túnez, se explica (aunque no se justifica) como el producto de una coalición formada entre los regímenes autocráticos de la ladera mediterránea desde Suez a Rabat. Por una parte, los regímenes autoritarios son conscientes de que tienen dos enemigos internos. Uno es la latente oposición, muy débil en casi toda la zona (ahora, excepto en Túnez). La otra es la amenaza del fundamentalismo islámico violento.
Todos deben estar preocupados. Al Oeste, el monarca marroquí Mohamed VI de Marruecos (que solamente ha superado a su padre Hassan en represión y corrupción) y su vecino argelino Abdelaziz Buteflika por una vez están de acuerdo. Al Este, el patéticamente maquillado emperador libio Muammar Abu Minyar al-Gaddafi y el octogenario hombre fuerte egipcio Hosni Mubarak (programado para ser sucedido por su hijo Jamal) se aprestan a reforzar su seguridad.
Todos esos autócratas norafricanos han estado haciendo un guiño a Europa: la única manera de no generar mas emigración controlada y tener a raya a Al Queda es que Europa mire hacia el otro lado. Todos (con la excepción de las poblaciones, claro) ganan. Los gobiernos garantizan su propia seguridad mediante la represión frente al amenazante integrismo religioso, y los países europeos se sienten más tranquilos, viendo cómo sus inversiones están protegidas. Voces responsables frecuentemente advierten a los gobiernos europeos que su autócrata preferido en la zona es un hijo de p., como los wikileaks han revelado, pero Washington respondía (como hizo en su día FD Roosevelt, con respecto a Somoza) que eran sus hijos de p.
Está por ver si el ejército tunecino (modesto y comparativamente profesional) puede asumir el papel del portugués en esta revolución de los jazmines, y dejar que los jóvenes airados les colocan flores magrebíes en las bocas de los fusiles. También habrá que esperar a si, en esa eventual liberación, los garantes de la seguridad serán capaces de ejercer su decisivo liderazgo. Deberán ejecutar las medidas necesarias para que la región de la antigua Cartago reviva de sus cenizas, sembradas de sal, tal como Ben Alí parece que hizo imitando a las legiones romanas. Se espera que el desenlace de la admonición de Catón el Viejo (Carthago delenda est) no se repita. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).