ORDEN ECONÓMICO MUNDIAL: NO BASTAN LAS CONCESIONES DE LOS PAÍSES RICOS

En los albores del Milenio el escenario mundial era inconcebiblemente diferente al que ahora vemos. Hoy en día varios países en desarrollo son reconocidos como actores de importancia en la economía global, algo inimaginable una década atrás.

En el año 2000 el debate sobre el gobierno de la economía estaba firmemente situado en el G-8. Se consideraba que era inevitable participar en la Organización Mundial del Comercio (OMC), dada la incontenible marcha hacia la globalización. El Consenso de Washington -y sus condicionamientos- era aplicado rigurosamente en todo el mundo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial tenían estructuras de gobierno cerradas. China era una fuente de mano de obra barata y de nuevos mercados. Turquía, India y Brasil eran vistos como pobres actores económicos, con poca voz política. No había voz africana alguna en el panorama mundial. Y los Estados en Desarrollo de las Islas Pequeñas (SIDS) eran considerados como periféricos en el diálogo global.

En cambio, ahora ¡qué diferencia! Un grupo de economías en desarrollo son vistas como actores globales. Organismos regionales como la Unión Africana y el Mercosur han sido demostradamente efectivos. La OMC ha visto incrementar la influencia de su voz y del principio del consenso. El FMI y el Banco Mundial han efectuado reformas, aunque sólo un poco. Los SIDS se han hecho escuchar en Copenhague y más allá aún. Todo esto ha iniciado la callada ­aunque en modo alguno completa- desaparición del paradigma de las “buenas políticas” según el Consenso de Washington y de las condiciones que imponía. Los éxitos de programas sociales como Bolsa Familia y Oportunidades, respectivamente en Brasil y México, y el NREGA en India, así como el crecimiento de los emprendimientos locales en Bangladesh y Turquía han dado resultados que han transformado las vidas de millones de personas.

Si todo esto indica un renacimiento en el Sur global seguramente habrá también un renacimiento en la Cooperación Sur-Sur (SSC). Pero ¿cuál será el contenido de ese renacimiento? La SSC estaba enraizada en un profundo compromiso histórico dentro del Sur y en la convicción de que la solidaridad política, en un mundo política y económicamente desigual, era un sine qua non para garantizar el desarrollo. Este diálogo político dentro del Sur era complementado con intercambios de tecnologías, técnicas y recursos.

Pero ahora está surgiendo la opinión de que a causa de los cambios en el contexto global, el imperativo de la solidaridad política ha dado paso a una intensificada cooperación económica y tecnológica a la cual pueden unirse los países desarrollados en un armonizado arreglo triangular. Esta opinión se completa con la afirmación de que las economías emergentes deben cargar con una porción mayor de la carga del desarrollo. Hay una búsqueda de caminos para extender el papel de las economías emergentes en esa cooperación Sur-Sur.

No estoy de acuerdo con esa opinión. Es verdad que en la post crisis el proceso de reequilibrar la economía mundial condujo, al margen, a una mayor participación de algunos países del Sur en las instituciones internacionales. Pero ello ha sido una concesión, no un viraje, y no implica disminución alguna en la necesidad de solidaridad política dentro del Sur y de la consecuente necesidad de diálogo para determinar el curso futuro del gobierno de la economía mundial.

De hecho, los países emergentes que han entrado a formar parte de las nuevas instituciones que orientan la economía mundial, como el G20, IBSA y BRIC tienen la responsabilidad de demostrar que su participación y las políticas que adoptan son favorables para el Sur global y aumentan su influencia, por ejemplo en la dirección del FMI y del Banco Mundial. Sólo así la cooperación Sur-Sur podrá dar lugar a consecuencias concretas en los marcos de la justicia social y la atribución de poder económico. Es aquí que el juego debe intensificarse para tomar en serio la Declaración del Milenio y no sólo su contenido tecnocrático encarnado en los ODM y sus indicadores. Es aquí, y no en la vacía retórica de la “mejor eficiencia” tan amada por los profesionales del desarrollo, que los necesarios cambios de paradigma en los discursos sobre comercio, ambiente y desarrollo humano podrán obtener resultados significativos. Y la Cooperación Sur-Sur, como toda cooperación para el desarrollo, debe estar en el centro de esos esfuerzos, en lugar de dejarla caer, como a menudo ocurrió en el pasado, en un lodazal tecnocrático que promete mucho pero consigue poco (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Rathin Roy, Director del Centro de Política Internacional para un Desarrollo Inclusivo con sede en Brasilia.

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