Desde que tengo uso de razón he convivido con un viejo refrán, pleno de optimismo, que suele repetirse en Cuba por estas fechas navideñas: Año nuevo, vida nueva, se dice, poniendo en la fórmula una carga de deseos incumplidos, de metas pospuestas y de esperanzas posibles en la vida que comenzará con el cambio de calendarios. Como si pensar la posibilidad fuese una manera de acercar esa vida nueva, diferente y mejor.
Desde hace veinte años (cada vez más viejos), cuando el derrumbe del socialismo europeo y la implosión de la URSS dejaron a Cuba en una sideral soledad política y económica, los habitantes de la isla han atravesado uno de los períodos más arduos de la existencia nacional. Y aunque ya hoy no se hable de período especial en tiempos de paz (como fue oficialmente bautizada la brutal crisis económica que tocó y luego perforó todos los fondos), la vida cotidiana sigue siendo un reto diario para la casi totalidad de los once millones de personas que residen en el país.
Si bien es cierto que las remesas enviadas por los parientes exiliados o la posibilidad de trabajar en actividades cercanas a las divisas (como el turismo o la colaboración médica, deportiva, etc., en el exterior) pueden aliviar las tensiones económicas de una
parte de la población, también es una verdad como un templo que la mayoría de los cubanos debe hacer malabarismos monetarios para vivir con un cierto decoro.
La crisis del modelo económico cubano, la ineficiencia de los mecanismos productivos, la solución (o el intento) de los problemas con fórmulas políticas está detrás, debajo y sobre la situación a la que han llegado el país y sus ciudadanos y el estado de deterioro material y moral en que ha nacido y crecido, incluso, toda una generación de cubanos. Y cada uno de esos factores están también dentro de la decisión actual del gobierno de realizar numerosos cambios económicos y sociales para hallar una vía de escape a tanta presión, a intrincados mecanismos de control que muchas veces generan corrupción, a decisiones económicas de comprobada ineficiencia.
El cierre del año 2010 se produce en medio de un debate sobre la nueva forma de vida que se implementará en el 2011, cuando las propuestas y discusiones de hoy se conviertan en política de Estado sancionada por el congreso del Partido Comunista, previsto para el mes de abril. Temas como el despido de entre 500 mil y un millón 300 mil trabajadores estatales o gubernamentales, la apertura de nuevas posibilidades de trabajo por cuenta propia gravado con fuertes impuestos, la descentralización del Estado y la eliminación de muchas de sus estructuras burocráticas, o la tímida reforma en la tenencia de la tierra advierten de un giro notable en el sistema hacia el que derivó el país con la crisis de la década de 1990.
¿Nos acercamos ahora a un país nuevo? Todo parece indicar que sí, al menos económicamente, y aun cuando muchas veces las cosas no sean llamadas por su nombre (propiedad privada, por ejemplo), cuando la implementación de las nuevas posibilidades de inversión o creación de negocios sean bastante nebulosas o cuando muchas personas empiecen a sentir nuevas presiones laborales, económicas, alimenticias de un modo quizás más dramático (si eso fuera posible) que en años anteriores.
Lo que muchos cubanos querrían saber es si con el año y la vida nueva las cosas serán mejores para ellos. Porque mientras se propone un perfeccionamiento del modelo económico cubano, que quizás dé mayores oportunidades de ascenso social y financiero a algún sector de la población, sobre la mayoría caerá el peso de la reducción de subsidios, la falta de empleos, el alto costo de la vida, la escasez de viviendas entre los que ya han vivido y… posiblemente seguirán viviendo en el país nuevo que sin duda se implantará en el año nuevo. Y aunque lo nuevo suele ser mejor que lo inmóvil y lo probadamente ineficiente, lo bueno no es necesariamente una consecuencia directa de esa novedad.
Por lo pronto, los cubanos viven esta temporada bastante ajenos al llamado espíritu navideño, mientras hacen largas colas para adquirir unas libras adicionales de arroz y le preguntan a los vecinos si saben dónde conseguir frijoles negros para armar una discreta cena de fin de año y soñar con una vida nueva. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas y su más reciente obra, El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y su asesino, Ramón Mercader.