Refugiados iraquíes en círculos del infierno

La iraquí Leila, de 17 años, asoma su cabeza por la puerta y aguza el oído para escuchar si hay alguien afuera. «No es nada», se dice, y retorna con su madre, Rawda, al interior del tranquilo apartamento donde se esconden en la capital siria.

Crecer es difícil para los niños y las niñas iraquíes en Siria. Crédito: Rebecca Murray/IPS
Crecer es difícil para los niños y las niñas iraquíes en Siria. Crédito: Rebecca Murray/IPS
También están los hermanos de Laila: Khaled, de 10, Mona, de 19, y Nadja, de 15.

Esta familia unida sufre paranoia, y no sin razones. Huyeron de la violencia sectaria en Iraq a Damasco con su padre en 2006, sólo para verse obligados luego a escapar de él también.

Desde el inicio de la invasión de Iraq en 2003, liderada por Estados Unidos, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) ha registrado en Siria a 260.000 iraquíes, pero se estima que en realidad unos 1,5 millones han vivido en este país en los últimos siete años.

Se trataría entonces de la mayor comunidad de iraquíes fuera de su país. Aunque Damasco les concedió visas, no están autorizados a trabajar.
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La familia de Rawda inicialmente se instaló en Sayida Zeinab, uno de las caóticas comunidades satélite de Damasco, con una gran concentración de refugiados iraquíes. Como la mayoría de los recién llegados, tuvieron pocas opciones más que registrarse en Acnur y esperar.

La familia se vio obligada a vender todas sus pertenencias, incluyendo las joyas de oro de las niñas, pieza por pieza. Rawda, obligada por sus padres a casarse a los 13 años con un hombre mucho mayor que ella, obtuvo un empleo informal en una peluquería donde era acosada sexualmente por los clientes.

Contó que cuando ella trabajaba, su esposo bebía, dormía con prostitutas y pedía dinero prestado. La situación llegó al extremo cuando él negoció que sus hijas se casaran por dinero con lo que ella consideraba "malos hombres", comenzando con la mayor, Mona.

"La última vez trajo a su amigo con mucho dinero, y estaba claro que quería casarla con ese tipo", contó Rawda. "Mona se enfermó y no podía mover sus manos. Quedó paralizada por tres horas".

El año pasado, cuando el esposo de Rawda regresó temporalmente a Iraq para vender más muebles hechos por la familia, ella y sus hijas aprovecharon para esconderse. Se ocultaron por 10 meses en un refugio administrado por una iglesia, y luego pasaron a un pequeño apartamento de sótano, donde viven ocultas y lejos de los enclaves iraquíes.

Mona es la que está en condiciones más difíciles: a los 19 años es demasiado mayor para inscribirse en el colegio y es la que más sufre de paranoia: no deja el apartamento porque teme que amigos o familiares la identifiquen.

Cuando Firas Majeed, él también un refugiado iraquí, visita a la familia cada semana, se cocina algún suntuoso plato típico de su país y las risas vuelven al apartamento.

Su proyecto comunitario "Nativos sin nación" procura instruir a niñas y niños iraquíes en las bases del idioma inglés y capacitarlos en computación. También organizan conferencias sobre Internet, reuniendo a jóvenes refugiados y a estudiantes estadounidenses de su edad para promover un mejor entendimiento entre ambas culturas.

La educación es la piedra fundamental para construir una nueva vida para los niños refugiados iraquíes.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) señaló que más de 200 escuelas en Siria han sido rehabilitadas por la agencia y el Ministerio de Educación, que establece la enseñanza obligatoria para todos los menores de 15 años, incluyendo a los iraquíes.

Sin embargo, estadísticas de Unicef muestran que la matriculación ha caído entre los refugiados iraquíes de más de 33.000 en el año escolar 2008-2009 a unos 24.500 este año. Esas cifras reflejan también una caída general en los registros en centros de Acnur.

El encargado de comunicaciones de Unicef, Razan Rashidi, explicó a IPS que muchos iraquíes llegan a Siria con la esperanza de pasar a ser de clase media, pero cuando se les impide trabajar, terminan por gastar todos sus ahorros.

"El abandono escolar es todo un tema. Hay niños iraquíes, especialmente varones, que tienen que trabajar… sobre todo en áreas lejanas al centro de Damasco", indicó.

Hamed, de 18 años, pertenecía a una familia de clase media en Bagdad. Pero, después de recibir amenazas de muerte por la milicia local y luego de que asesinaran a su tío, su familia huyó a Siria en 2006.

Un año después habían gastado todos sus ahorros, y su padre decidió hacer un peligroso viaje a Iraq para intentar obtener más dinero. Pero nunca volvió. Desapareció en el desierto o en algún lugar de la frontera.

Hamed contó que su pequeña familia en Damasco estaba traumatizada. Se sentían seguros sólo cuando se encerraban en su pequeño apartamento en el populoso barrio iraquí de Jeremana. Él y su madre trabajan como sastres para cubrir las necesidades básicas.

"Durante la escuela me deprimí", contó. "Comencé a preguntarme: ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué clase de mundo es éste? ¿Estoy vivo o muerto? Me rapé la cabeza y usé la misma hoja de afeitar para cortar mis brazos y mi estómago. Sentía que si podía ver mi propia sangre me sentiría mejor".

"Hay miedo y ansiedad en los niños, sentimientos sobre todo transferidos por sus padres", explicó Maysoun Alradi, consejero de la organización benéfica Terre Des Hommes Siria. "La mayoría de los padres no saben cómo manejar (los problemas). Se vuelven aislados, dejan de hablar, están a la defensiva o son agresivos".

Gracias a esta organización, Hamed ahora tiene una más clara visión de su futuro. Tomó cursos en el centro recreativo del grupo y se enamoró de la poesía. Su consejero le dio una guitarra, y aprende melodías árabes o de flamenco.

Ahora tiene nuevas ganas de inscribirse en el colegio, y le gustaría en el futuro trabajar con niños. "Nunca regresaré a Iraq", afirma contundente, para luego meditar, y aclarar. "Sólo iría para ayudar a la sociedad. Ahora no hay nada allí".

* Los nombres de la familia han sido cambiados por su seguridad.

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