Desde hace más de medio siglo la sangrante herida de Palestina está golpeando a la conciencia mundial y recordándole continuamente las atrocidades imperiales de Israel y Estados Unidos en el Oriente Medio y en otras áreas.
Sin embargo, todavía estamos esperando una solución justa para el conflicto palestino-israelí.
En los últimos 200 años, los colonizadores franceses y británicos subdividieron la región en separadas esferas de influencia. A principios del siglo XX, los británicos pusieron los cimientos para el surgimiento de un Estado exclusivamente sionista con la asistencia y la participación militar francesa. El nacimiento en 1948 de un estado de Israel de características colonialistas y colonizadoras, aunque auspiciado por las Naciones Unidas fue dirigido por Estados Unidos. El apoderamiento ilegal de tierras por parte de Israel en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, y en 1973, durante la Guerra de Yom Kippur, no podía haber sido realizado sin el apoyo absoluto de Estados Unidos.
Merecedora de la mayor condena es también la impunidad con la cual Israel conduce sus despiadadas operaciones militares en Palestina, gracias a la inquebrantable e incondicional ayuda de Washington. Esta cultura de la impunidad tiene por resultado los desconsiderados bombardeos contra las casas de palestinos y las matanzas de inocentes en Líbano, Cisjordania y Gaza. La hipocresía imperial implicada en esa situación es despreciable. ¿Cómo puede el poderoso y benévolo Estados Unidos hablar de democratizar el Oriente Medio por medio de su invasión a Afganistán e Iraq- cuando hace la vista gorda a los crímenes contra la humanidad perpetrados por su aliado regional, Israel?
En su discurso en El Cairo, el presidente Barack Obama prometió una nueva era en las relaciones de Estados Unidos con el mundo islámico. Es justo reconocer que Obama está entre los pocos presidentes estadounidenses que se han concentrado sin demora en el proceso de paz y ha indicado la necesidad de una visión más constructiva para la región. Sin embargo, la elocuencia de Obama debe todavía traducirse en un cambio sustantivo en el perenne e irrestricto respaldo a Israel.
No obstante, nuestras esperanzas acerca de un mundo más libre y justo deberían verse afianzadas en una circunstancia propicia: la decadencia imperial de un debilitado y arrogante Estados Unidos; la crisis financiera ha puesto en evidencia los débiles cimientos de su economía real.
En Oriente Medio estamos presenciando no sólo la gradual declinación del poder estadounidense sino también el creciente aislamiento de Israel. El crecimiento en Irán de los partidarios de la línea dura contra Israel, el descontento cada vez mayor en la opinión pública árabe con sus sumisos gobiernos, y el surgimiento de una Turquía más firme y enérgica están alterando fundamentalmente el balance de poder en la región. La decadencia estadounidense está también creando un enorme vacío político regional, que está siendo llenado crecientemente por potencias regionales.
La crisis que se profundiza en la Palestina ocupada, la inestabilidad en Iraq y Afganistán y la proliferación de la piratería y el terrorismo en la región han estimulado a las potencias locales a ofrecerse para resolver conflictos mediante sus propios y más constructivos términos. Estas potencias regionales advierten que, mientras Washington puede retirarse cuando la situación se ponga más dura como en Vietnam- ellas quedarán ahí para tratar de revertir el desastre provocado por la intervención estadounidense.
Irónicamente, mientras Washington predica democracia y derechos humanos en Iraq, Afganistán, o en Irán, poco dice de las gruesas violaciones en sus autocráticos aliados árabes, como Egipto y Arabia Saudita. Es precisamente tal hipocresía la que ha frustrado a un creciente número de jóvenes árabes y los ha radicalizado contra Estados Unidos.
Mientras los Estados árabes seguían siendo sumisos ante Israel, el surgimiento de un nuevo actor, Hezbollah en el Líbano, dio esperanzas al infligir dos derrotas militares a Israel, una en 1992, cuando forzó a los israelíes a retirarse del Líbano, y la otra en 2006, cuando venció a la invasora Fuerza Israelí de Defensa. Ello aportó mucho para reavivar el orgullo árabe y demostró a Israel que la ecuación militar está cambiando.
A fin de cuentas, el crepúsculo del imperio, el creciente aislamiento de Israel, el aumento de firmeza en las posiciones de Irán y Turquía, la radicalización cada vez mayor de los pueblos árabes y el surgimiento de nuevos actores como Hezbollah y Hamas contribuirán a impulsar a la región hacia una solución justa y viable para el conflicto Israel-Palestina. Sin embargo, a menos que Obama comience a disciplinar a los partidarios de la línea dura en Israel, es altamente improbable una solución pacífica. Esta es la oportunidad que tiene Obama para probar que su elocuencia no es solamente vehemente sino que también refleja un compromiso genuino para llevar la paz a la región. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Walden Bello, diputado filipino por el Partido de Acción Ciudadana (Akbayan) y Richard Heydarian, polítólogo y experto en Oriente Medio.