La gigantesca reunión en Washington del Tea Party ha llevado a cerca de 300.000 estadounidenses a protestar contra el pago de impuestos, contra Obama que sería un marxista o musulmán nacido en Kenia, contra el Estado que ahoga a los ciudadanos. Para ellos, ya es tiempo de que Washington vuelva a ser el líder mundial, sin discusiones y vacilaciones. Todo esto podría solo parecer folclórico, si no hubiera elecciones en noviembre, que probablemente entregarán a los republicanos el control del poder legislativo.
Desde comienzos de agosto la mayoría desaprueba al presidente Obama (56%). Sobre esto pesa la idiosincrasia del pueblo norteamericano, que en cada crisis espera del gobierno soluciones, y a la vez rechaza que el gobierno pueda inmiscuirse en la vida de los ciudadanos.
El verdadero problema es que Estados Unidos ha entrado en una profunda crisis de crecimiento y de empleo. La economía necesita crecer por lo menos un 2.5% para mantener el nivel actual de ocupación. Como está creciendo alrededor de 1,2%, no logra reabsorber desocupación, que está ahora oficialmente al 9.6%, cerca de 15 millones. Pero hay un millón más que ha dejado de buscar empleo, y cinco millones con trabajos part-time. Moraleja: la Universidad de New York calcula que uno de cada siete estadounidenses están afectados por la crisis financiera. No es de extrañar que el 62% de los americanos vea el futuro con preocupación, y que las tiendas estén desiertas.
Si uno mira la situación de las empresas, el panorama es diferente; el Wall Street Journal calcula que han incrementado su capital en 38% en el último año, pero no tienen ninguna intención de contratar personal. Más bien, la idea es seguir despidiendo, para reducir costos y aumentar beneficios. Durante la crisis, de diciembre del 2007 a diciembre del 2009, el producto interno bruto bajó del 2.5% y la tasa de despido fue del 6%.
Y el sector financiero esta aún en mejores condiciones. La inyección de cerca de 750 mil millones de dólares lo ha reanimado, ayudado por la bajísima tasa de interés con la que toma dinero de la Reserva Federal y lo presta con amplio margen de rendimiento. No es casual que haya repartido 20 mil millones de dólares de premios y bonos entre su personal a fines del 2009.
El neologismo político en Washington es la "nueva normalidad": hay que acostumbrase a una economía que ande bien, sin que esto signifique que haya pleno empleo. Para los economistas optimistas (pocos), el fin del túnel se verá en el 2014. Para los pesimistas
(muchos), en 2018.
Todo esto tiene un impacto político, si se puede decir, muy americano. Estados Unidos tiene un presidente que ha hecho mucho más que su predecesor: una reforma de la salud pública sobre la cual habían naufragado varios presidentes americanos, una reforma del sistema financiero (insuficiente), una política de estímulos económicos, por más de 700 mil millones de dólares, sin la cual, admiten los economistas, la desocupación sería mayor y ha salvado de la quiebra al sector automotriz. En política internacional ha devuelto la credibilidad a Estados Unidos, como partner de la gobernabilidad mundial. Sin embargo, solo el 37% de los blancos, y el 47% de los hispanos, dicen que ha sido mejor que Bush, mientras la parte más progresista del país se declara defraudada por Obama, que no ha realizado los grandes cambios que esperaba.
Es cierto que Obama no ha sido tan audaz como se esperaba. Ha tratado en todo momento de cooptar a los republicanos, cuya política es simple: nada y nunca con Obama, haga lo que haga, y han logrado bloquear muchos proyectos del presidente.
Es difícil de entender porqué Obama sigue soñando en una política bipartidaria, cuando sus oponentes siguen proponiendo en un país en crisis, proyectos que en otra parte del mundo llevarían a revueltas populares. Por ejemplo, ahora piden que se renueve por otros diez años la rebaja de impuestos a los norteamericanos más ricos, establecida por Bush.
Es cierto que Obama ha tenido mala suerte (por ejemplo paga de persona el desastre del petróleo derramado en el Golfo de Mexico, en contra de toda lógica). Pero el problema real es otro. Los norteamericanos tienen una idiosincrasia especial, basada en la excepcionalidad del país. La reforma de la sanidad no le gusta a la mayoría, ni la política de estímulos, ni la intervención en el sector automotriz.
Gran parte de la población no ha digerido la elección de un joven negro muy intelectual. La gran acusación es que está traicionando la identidad estadounidense para introducir progresivamente el modelo europeo, en el cual el Estado es el actor principal, en lugar del ciudadano. Casi todos los estados norteamericanos están en crisis, se despiden policías, se reducen o eliminan servicios públicos, como la iluminación. Las grandes manifestaciones del Tea Party, que brega para eliminar los candidatos republicanos moderados de las elecciones próximas, claman por la eliminación impositiva, y por una nación nuevamente grande y omnipotente.
Todo esto implica que Estados Unidos no podrá tomar ninguna posición importante sobre el cambio climático, que nos afecta a todos. Estamos en un momento en que el mundo se está realineando. China ha superado a Japón como segunda economía mundial e inicia su desafío a Estados Unidos. Ciertamente, pocas veces un pueblo ha estado tan poco preparado para comprender las nuevas realidades, y hacer frente a una crisis de manera racional. Ojalá que el proceso de declinación no tenga alguna derivación militarista, que personajes como Sarah Palin no tendrían ninguna hesitación en incitar… (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).