Si alguna de las más importante encuestadoras del mundo se atreviera a realizar un macro survey que registrara las respuestas de los once millones y algo de cubanos que habitan en la isla del Caribe, y limitaran su sondeo a la única pregunta ¿Hacia dónde cree usted que se dirige el futuro de la nación?, pienso que una cifra abrumadora de los que se atrevieran a responder con sinceridad darían una demoledora respuesta: Chico, pues no lo sé. Lo más dramático de tal afirmación resultaría, por supuesto, que el inescrutable futuro del país engloba también el de cada uno de sus habitantes, incapaces de prever los rumbos de su propio porvenir.
Si en otras ocasiones he expresado mi incapacidad para hacerme una idea de los derroteros económicos y sociales que adoptará el futuro cubano, hoy más que nunca la incertidumbre respecto al carácter del modelo posible me resulta agotador, como creo- a la mayoría de mis compatriotas.
Algo parece claro en medio de la oscuridad: la dirección del Partido Comunista, del gobierno y del Estado cubanos no contemplan entre sus expectativas la modificación del sistema socialista de partido único, el mismo que durante el pasado siglo rigió en la URSS y las republicas socialistas de Europa del Este y que se mantiene vivo, en lo esencial, en algunos de los estados comunistas asiáticos, desde Corea del Norte a China, aunque con características muy dispares y, en general, poco deseables (es mi opinión) como modelos de desarrollo y de vida para un país como Cuba.
Hecha esa salvedad cardinal, cuando se mira hacia el resto de los factores económicos y sociales, quizás los que de manera más directa influyen en la vida de los cubanos, tal vez se podría pensar que muchos de ellos sí pudieran estar en juego: si no de manera esencial, al menos en cuanto a formas de aplicación que podrían ser muy importantes en el devenir de los destinos individuales y colectivo.
En los últimos meses, por ejemplo, se ha desatado en los medios de debate alternativos cubanos (emails y blogs) una significativa polémica respecto a los modos en que la economía de la isla podría encontrar alivios monetarios que la ayudaran a salir de sus múltiples crisis de eficiencia y productividad, generadas por el propio modelo actuante por cinco décadas, por la falta de controles y por la desmotivación general que, desde hace veinte años, provoca entre los productores recibir un salario que resulta insuficiente para vivir.
El más reciente tema de debate es la anunciada apertura de la industria turística cubana a un visitante de alto nivel que, se dice, incluye la construcción de marinas para yates de lujo, la construcción de 16 campos de golf de 18 hoyos y hasta casas y departamentos que podrían ser adquiridos por extranjeros con licencias de propiedad válidas por 99 años (según el Artículo 222.1, del Decreto Ley 273, del pasado 19 de julio). La decisión ha explotado las más diversas opiniones que van desde la del ortodoxo que expresa que no tomo un fusil e hizo la revolución para vender la patria a los millonarios, hasta el que, queriendo resultar comprensivo, argumenta que unos campos de golf no cambian nada si no se cambia nada… de lo importante.
Ya en la década de 1990, cuando se hizo presente la profunda crisis económica que invadió a la isla tras la desaparición del socialismo del este, el negocio de las inmobiliarias de capital mixto que construían casas y apartamentos para extranjeros se había abierto en Cuba, aunque poco después su ritmo se ralentizó casi hasta detenerse. Recuerdo, incluso, haber oído la frase de que no se vendería al extranjero ni un centímetro de la patria. Ahora, el nuevo decreto da un impulso extraordinario a una apertura de inversiones en el sector turístico y residencial ligado al visitante foráneo, algo que resulta cuando menos curioso en un país donde los ciudadanos no pueden vender o comprar inmuebles o necesitan una cantidad incalculable de permisos para construir uno con sus propios recursos o cambiarlo por otro (la famosa permuta cubana, toda una institución social y cultural en el país).
Al mismo ritmo se han ido introduciendo cambios en toda una serie de esferas donde el proteccionismo estatal rigió durante años, y que van desde la eliminación de la venta subsidiada de una cuota mensual de cigarrillos a todos los nacidos antes de 1956 (¡) hasta la regulación de impuestos a las personas que en el borde de una carretera decidan vender los mangos o los aguacates de sus arboledas (pagarán el 5% de la venta y harán un aporte a la seguridad social), los mismos vendedores clandestinos (¡de mangos y aguacates!) que, hasta ahora, eran perseguidos y multados por la policía.
La necesidad de encontrar alternativas laborales al más de un millón de trabajadores que será necesario eliminar de sus puestos en empresas estatales, está entre las razones de que se trate de revitalizar el trabajo por cuenta propia y, al parecer, incluso la microempresa. Pero nada más hablar del tema aparecen los cuernos del toro: ¿quiénes en Cuba tienen capital para fomentar un pequeño negocio?; ¿podrán hacerlo con capital enviado por familiares o socios residentes en el extranjero que pondrían de ese modo -más que una pica en Flandes- un pie en la economía cubana? ¿Cómo volver a montar toda una estructura que fue dinamitada con la Ofensiva Revolucionaria de 1968 y convirtió a Cuba en el país socialista con más trabajadores estatalizados y menos posibilidades de realizar labores como trabajador autónomo? ¿Y los insumos y el mercado, o el aparato fiscal, sanitario, policial que implica la reapertura de este sistema clausurado en el país por cuatro décadas?
Un reciente reportaje de la televisión cubana mostraba la situación en que se hallaba un centro de acopio de productos agropecuarios cercano a La Habana, donde, por falta de transporte, se perdían grandes cantidades de plátanos y boniatos ya cosechados. ¿Podría el sector privado ayudar a que no se produzcan tales situaciones? La respuesta debería ser afirmativa, pero en un país donde solo se pueden comprar y vender los vehículos fabricados antes de 1960 (¡) es difícil imaginar que se consiga organizar una cooperativa o pequeña empresa de transportistas privados.
Asumido el principio de que el gobierno no pretende alentar cambios políticos, la sola posibilidad de abrir algunas compuertas económicas debe implicar una reestructuración tal del sistema cubano que, aun siendo el mismo, ya no volvería a serlo. Solo que la imagen que proyecta hacia el futuro es el de una nebulosa entre la que apenas se distinguen formas imprecisas.
(FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas y su más reciente obra, El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y su asesino, Ramón Mercader.