Las dos mayores familias político-ideológicas que en mayor medida contribuyeron a la unidad europea fueron indiscutiblemente el socialismo democrático (laboristas, socialistas y social-demócratas) y la democracia cristiana. Sucede que estas familias están -desde hace mucho- en decadencia: la primera, desde el colapso del universo comunista (1989-1990) y la «colonización» neoliberal a la que se sometieron; la segunda, desde las transformaciones que siguieron al Concilio Vaticano II, desde los años setenta.
Sin embargo, el Tratado de Maastricht de 1992 constituye el punto más alto del desarrollo de la construcción europea. Pero el Tratado de Niza, que le siguió, concluyó en un fracaso enorme. En vez de avanzar con denuedo hacia una Europa Política en el camino hacia los Estados Unidos de Europa, la Unión Europea optó por la ampliación, integrando a los países del Este en la medida en que se fueron liberando de las dictaduras comunistas. Sintomáticamente, los nuevos miembros prefirieron siempre la OTAN a la Comunidad Europea, por motivos de seguridad. Para ellos, salvo honrosas excepciones, una Unión Política no tenía sentido. Lo que sí les interesaba eran los apoyos financieros y económicos comunitarios.
La frustrada tentativa de una Constitución Europea que hubiera representado un avance en sentido federal fue obstruida por el veto francés (y después holandés). Y hay que reconocer que en ello influyó el Partido Socialista francés con sus luchas internas. Desde entonces, la Unión Europea quedó paralizada. Y el remiendo que in extremis constituyó el Tratado de Lisboa de 2007, de inspiración económica neo-liberal, no hizo avanzar a la Unión, ni en términos institucionales ni políticos, aunque representó un paso al frente en materia de derechos humanos.
Los partidos de la familia demócrata-cristiana europea perdieron mucha fuerza con su conversión en Partidos Populares, sin preocupaciones sociales. En Italia, España y Portugal, las democracias cristianas prácticamente desaparecieron. La alemana se mantuvo, pero evolucionó peligrosamente hacia la derecha, sobre todo desde que se asoció en el gobierno con los liberales.
En la familia socialista el New Labour de Tony Blair con la llamada Tercera Vía, no sólo se volvió un vasallo de la política belicista de Bush sino que causó estragos en la Internacional Socialista en términos de ideología y de valores ético-políticos. En Italia, el partido socialista bautizado Democrático perdió identidad y representatividad. En toda la Unión Europea los gobiernos de esta familia cayeron uno tras otro. El electorado debe haber comprendido que para hacer una política de derecha es mejor votar a partidos de derecha. Así es que de los quince gobiernos que la Unión llegó a tener a fines del siglo pasado hoy quedan tres, en España, Grecia y Portugal, todos Estados del sur, ya que en Austria, aunque el primer ministro es socialista, el gobierno es de una coalición que integra la derecha.
Entretanto, el mundo está cambiando aceleradamente. Han surgido los Estados Emergentes, que pesan mucho y tienen visiones diversas. Estados Unidos tiene como Presidente a una figura carismática, Barack Obama, cuya visión del mondo y de los valores está en las antípodas de su antecesor Bush, de mala memoria. Es humanista, pacifista y legítimo heredero de los grandes presidentes nortemericanos como Jefferson, Lincoln, Roosevelt y Kennedy.
En un mundo que atraviesa una crisis de extrema complejidad y en plena evolución el hecho de que la políitica estadounidense está haciendo un viraje de 180 grados no parece ser comprendido y ciertamente no es acompañado por los dirigentes políticos europeos. Esta divergencia puede resultar trágica para Europa y para Occidente en general. Al mismo tiempo que los Estados Unidos están atacando paulatinamente las causas de la crisis de manera que no se vuelva a repetir, la Unión Europea sólo piensa en reducir los déficit de presupuesto, mientras ignora los efectos restrictivos sobre el crecimiento económico y la suerte de las personas.
Así las cosas, no es de extrañar que los ciudadanos europeos se alejen cada vez más de sus actuales dirigentes y que comiencen a cuestionar a la Unión Europea, ya que se está comprometiendo el proyecto político de paz, de bienestar y de justicia social que ha conformado la esencia de su identidad. ¿Veremos retornar el auge de los egoísmos nacionales que nos condujeron a dos terribles guerras mundiales? (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Mário Soares, ex Presidente y ex Primer Ministro de Portugal.