ESPECULACIONES CUBANAS

Uno de los ejercicios más complicados e ingratos al cual se ven obligados a recurrir los periodistas y especialistas en asuntos de política y economía cubanas es el de hacer predicciones sobre las razones ocultas que están detrás –o debajo- de lo que sucede o sucederá en el país. Sin embargo, no parece que les desagrade: más bien se diría que de alguna manera disfrutan esta práctica délfica de suponer, a partir de lo poco visible, cuál es el resto invisible o sencillamente impredecible de la densa y silenciada política económica y social de la isla del Caribe cuya realidad no deja de atraer a la prensa internacional.

Los más recientes acontecimientos ocurridos en Cuba –digamos, a partir del anuncio de la liberación de cincuenta y dos prisioneros, calificados por un lado de “contrarrevolucionarios” y por otro de “conciencia”- han desatado una verdadera catarata de especulaciones que se vieron impulsadas por hechos inesperados como la insistente reaparición pública de Fidel Castro, luego de cuatro años de ausencia por enfermedad; la decisión del presidente Raúl Castro de no hacer el discurso central por el aniversario del 26 de julio –considerado hasta ahora la intervención pública más importante del año en Cuba-; o el anuncio presidencial, durante la última reunión de la Asamblea Nacional (Parlamento) de que se ampliarían las formas y alcances del trabajo por cuenta propia como forma de aligerar las dificultades económicas y de absorber una parte de los empleados estatales que necesitan ser racionalizados (más de un millón, es decir, un espeluznante 20% de la fuerza laboral del país).

Las preguntas que con más insistencia se han hecho esos especialistas y reporteros –y que le hacen a todo el que pueda “suponer” algo, quizás interesante- tienen que ver con la posible existencia de una lucha por el poder o cuando menos por una orientación económica divergente en las altas esferas cubanas (incluso de tensiones entre los hermanos Fidel y Raúl), con el nuevo modelo económico al que pudiera estarse encaminando el país y con la posibilidad de que cambios económicos conduzcan a transformaciones políticas.

El problema a la hora de realizar esas predicciones es que, para hacer una suma, es necesario poseer los factores que se relacionarán en la adición y, en el caso cubano, nunca se tienen todas los cifras y, por tanto, los resultados conducen más a tanteos, deseos, imaginaciones que a saldos confiables.

En ese mar de augurios hay, sin embargo, algunas islas visibles sobre las cuales sería más factible realizar las operaciones de avistamiento del presente. La más notable de las realidades cubanas es, sin duda, la crítica situación económica y financiera que atraviesa el país, no solo a causa del embargo/bloqueo norteamericano y la crisis global, sino y sobre todo, por el agotamiento o improcedencia de sus actuales estructuras económicas y comerciales… que tarde o temprano deben ser modificadas.

Así, la decisión del gobierno de abrir un espacio al trabajo privado (no se sabe aun en qué sectores ni en qué condiciones) responde sin duda alguna a esa coyuntura que exige a gritos diversas transformaciones. El propio presidente Raúl Castro admitió, en su más reciente alocución, que no era posible sostener la imagen (o la realidad) de que Cuba es un país donde se puede vivir sin trabajar, pero donde, además –él mismo lo ha reconocido- no es posible vivir del trabajo (ni siquiera para los profesionales más capacitados), lo cual revela la existencia serias deformaciones en el sistema económico de un país que se dio el lujo de lograr el pleno empleo a costa de la ineficiencia, la improductividad, la creación de puestos de trabajo innecesarios y, en consecuencia, del pago de un salario más virtual que real, que desmotiva a los asalariados y obliga a muchos a buscar el sustento por las vías más enrevesadas que, por lo general, nacen y desembocan en la corrupción, el robo al Estado y el mercado negro.

También resulta muy evidente que la política social cubana, aun conservando ciertos estándares de seguridad social, ha dejado de ser “paternalista” (una creación del Estado) no por voluntad política, sino por necesidad económica. Ya los efectos de este cambio se advierten en el sector de la educación (supresión de becas y reducción de la matrícula universitaria, por ejemplo), en el de las jubilaciones (se ha incrementado en cinco años de edad del retiro) y se aplicará al terreno muy poco cultivado en Cuba de los impuestos fiscales.

Por último (pero no en importancia), en la lista de certezas está el hecho de que las formas de dirección no han cambiado en Cuba, ni cambiarán en un plazo breve. El gobierno ha advertido que el sistema político de partido único y el económico de planificación socialista no se modificarán por los cambios que se vayan introduciendo o por la aplicaciones de medidas específicas como la liberación de cincuenta y dos prisioneros.

Lo que resulta incontestable, en medio de tantas predicciones y de escasas informaciones, es que el gobierno cubano busca alternativas económicas que sustenten su posición política. Solo así se pueden entender que se vuelva a alentar el trabajo por cuenta propia, restablecido y a la vez denostado en la década de 1990, o que se planifique una apertura turística que incluirá, junto a dieciséis nuevos campos de golf y la construcción de marinas para yates, la venta de casas a extranjeros, otra práctica de los años 1990 que virtualmente había desaparecido… Y para no desentonar, podríamos entonces preguntar a los oráculos: ¿a qué turistas se les venderán esos productos?; ¿hay cartas escondidas debajo del tapete de las relaciones Cuba-USA? (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Leonardo Padura, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas y su más reciente obra, El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y su asesino, Ramón Mercader.

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