Los estadounidenses Joe Wilson y Dean Hamer, residentes de Washington DC, no esperaban convertirse en cineastas cuando publicaron el anuncio de su casamiento en el periódico del pueblo natal del primero.
Un aviso similar que enviaron a The New York Times solamente les había hecho recibir felicitaciones. Pero en Oil City, en el nororiental estado de Pennsylvania, los matrimonios entre personas del mismo sexo no suelen tener un recibimiento tan cálido.
"Fue un contraste fascinante", dijo Wilson, cuando el diario de Oil City recibió cartas enojadas en vez de buenos deseos.
Wilson cursó toda la enseñanza secundaria sin revelar su homosexualidad, y durante mucho tiempo sintió que no era bienvenido en su propio pueblo. Por eso, la gélida recepción que tuvo la noticia de su casamiento no le resultó sorprendente.
Lo que sí le sorprendió fue recibir una carta de Kathy Springer, la madre de CJ, un adolescente gay de Oil City que había sido acosado tan ferozmente en su escuela pública que había desertado, pasando a recibir educación en su hogar y casi sin salir de él.
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La junta directiva de la escuela se negó a ayudar a CJ, y su madre no supo a quién acudir. "Y yo era la única persona abiertamente gay que ella conocía", explicó Wilson.
El movimiento por los derechos de los homosexuales se ha centrado en las áreas urbanas, agregó.
Aunque ni él ni Hamer habían hecho una película antes, quisieron contar la historia de CJ. "Nos dimos cuenta de que si queríamos que esto fuera documentado, debíamos empezar a filmar", dijo Hamer.
Esto dio origen a su película, "Out in the Silence" (Salir del silencio) que se exhibe desde el lunes y hasta el miércoles en la neoyorquina Film Society del Lincoln Centre, como parte del festival de cine que organiza Human Rights Watch.
Esta entidad no gubernamental internacional expresó su interés mientras la pareja trabajaba en el proyecto, por considerar que el hecho de que aborde los derechos de los gays "está vinculado a la lucha mundial por la igualdad", dijo Wilson.
A lo largo de tres años, el matrimonio viajó con frecuencia a Pennsylvania para rodar allí, e incluso el independiente Instituto Sundance les otorgó fondos para que pudieran terminarla. En el interín, Wilson y Hamer quedaron impactados por el silencio en el que se ven forzadas a vivir las personas gays, lesbianas, bisexuales y transexuales en los pueblitos del interior de Estados Unidos.
CJ se había convertido en blanco de la violencia por atreverse a romper ese silencio mientras cursaba la enseñanza secundaria, algo que nadie hacía en Oil City cuando Wilson era adolescente.
La visibilidad cada vez mayor de los homosexuales tuvo consecuencias contradictorias en adolescentes como CJ, dijo Hamer.
"Lo bueno es que los chicos como él saben que no son los únicos gays en el mundo, pero lo malo es que, a consecuencia, hay una reacción violenta", sostuvo.
"Esto ha empeorado la intimidación como manera de etiquetar a los muchachos que son gays", agregó.
La comunidad cristiana de Oil City, manifiestamente conservadora, les hizo la vida especialmente difícil a los homosexuales de la comunidad.
Según Hamer, aunque en el pueblo los activistas contra los gays parecían constituir un grupo marginal de extremistas, "tienen poder porque nadie quiere irritarlos".
Pese a los esfuerzos de estos activistas, Wilson y Hamer se sorprendieron de hallar en Oil City una comunidad más abierta que el primero había pasado por alto, mientras crecía sumido en el silencio.
"Me aterrorizaba empezar a comprender quién era yo. La cultura general dominante decía que esto no era bueno, y yo no estaba buscando escaparme de la comunidad", relató Wilson sobre su adolescencia.
Sin embargo, a la hora de filmar la vida de CJ, Wilson —junto con su esposo— se hizo amigo de unas vecinas lesbianas que nunca antes supo que tenía, y que enfrentan su propia lucha.
Ahora incluso puede hallar un común denominador con algunos de quienes se quejaron por el anuncio de su casamiento.
"Eso cambió mi percepción sobre mi propio pueblo natal", dijo Wilson.
Ahora, él y Hamer se han vuelto una suerte de embajadores de Oil City.
Llevaron su película terminada a la municipalidad y allí dijeron: "Ustedes pueden o bien negar que todo esto ocurrió, o bien verlo como una herramienta para mostrar en qué gran lugar se está convirtiendo Oil City", relató Wilson.
"Y ellos hicieron lo segundo", agregó.
Una posterior proyección en la escuela comunitaria local agotó las entradas, y los cineastas llevaron su obra a otros pueblos, con la esperanza de que los avances logrados en Oil City sirvan como modelo.
La película "es una poderosa herramienta para el activismo comunitario", dijo Hamer.