En este mes de mayo se celebran los 60 años del llamamiento del ministro de relaciones de Francia, Robert Schumann, a favor de una Europa Unida que impidiera las guerras y los dramas que siempre sufrieron los europeos. Hubiera sido difícil imaginar una anticelebración más contundente.
Ya que el elemento formal de la crisis del sueño de Schuman y de su consejero Jean Monnet es la Grecia actual, vamos a utilizar la fachada de un templo griego, de tres órdenes de columnas, para examinar el desastre de la arquitectura europea.
El primer orden de columnas ha sido el triste espectáculo de 26 líderes incapaces de actuar con fuerza y coordinación por casi cuatro meses, mientras el precio del rescate iba subiendo dramáticamente. La responsable evidente es la canciller Angela Merkel, que buscó postergar para después de las elecciones en
Renania-Westfalia la adopción de medidas impopulares. Pero el único líder que tuvo la fuerza de presionarla ha sido el Presidente Barack Obama, que no es precisamente europeo. Merkel ha pagado cara la ilusión de poder mentir a su electorado, perdiendo la mayoría en la Cámara Alta.
A una Alemania más débil, cuya opinión pública no quiere seguir pagando los costos de Europa, la acompaña ahora una Gran Bretaña aún más antieuropea,.No son buenas noticias para una leadership europea, de la cual hay una necesidad imperiosa.
El segundo orden hace ver los políticos europeos todavía no han dicho la verdad a sus electores, por razones que tienen que ver con su supervivencia. La verdad es que, excepto los países nórdicos, los demás no tienen la capacidad de mantener el nivel de vida que hasta ahora han asegurado a sus ciudadanos. Es notorio que Italia tiene una deuda pública del 118% del Producto Bruto Nacional, parecida a la de Grecia. Pero el promedio europeo de la deuda pública está en el 73.6%, y la virtuosa Alemania en 73,2%. Si a la deuda pública se suma la proyección del déficit de la asistencia social y previdencial, el promedio europeo asciende en 25 años al 95%. Y esto sin contar el endeudamiento de las empresas y de las familias. En pocas palabras: los ingresos son insuficientes para enfrentar los costos. ¿Quién pagará los sacrificios? ¿Los jóvenes europeos que en gran parte tienen empleos precarios, y ganan alrededor de 1.000 euros mensuales?
El tercer orden, que culmina el edificio del fracaso de la clase política europea, es la inepcia para solucionar las causas de la gigantesca crisis financiera del 2007, que se ha tragado más de dos billones de euros. Esta crisis ha costado 50 millones de desempleados, y cien millones de nuevos pobres. Todo sabemos porqué: la deregulation empezada por Ronald Reagan y continuada por Bill Clinton, ha aceptado cosas antes impensables: que algunos bancos se transformaran en demasiado grandes para poder quebrar, que se quitara todo control sobre el sistema financiero, que se transformara el crédito inmobiliario en especulaciones comerciales, que por muchos años los bancos centrales prestaran a bajísimo interés, permitiendo a los especuladores hacer operaciones de gran riesgo y mucho lucro: y entre otras cosas, que los directivos bancarios pasaran a ganar sumas absurdas, fuera de escala con el sistema productivo.
Hoy el sistema financiero tiene un poder mucho mayor que la economía real, y solo hay tímidos intentos para introducir algunos controles, sin que se ataque el sistema. Hasta el caso clamoroso de las agencias de rating, donde un funcionario de 30 años, sin especiales títulos o experiencia, puede emitir juicios que derrumban la Bolsa. Y se sabe que las agencias se equivocaron dramáticamente en la evaluación de las empresas norteamericanas que quebraron, que tienen claro conflicto de interés porque no solo reciben dinero de esas empresas, sino que además han entrado directamente en la especulación financiera.
Lo único que queda ahora es esperar que Occidente tenga mucha suerte, que logre equilibrar la relación entre entradas y gastos (cosa no fácil sin sacrificios serios), y que el optimismo oficial resulte valido. Pero, si vemos las proyecciones de lo que los países tendrían que hacer para volver a los niveles del 2007, el optimismo vacila
Por ejemplo, Estados Unidos tiene que conseguir un superávit presupuestario del 4% durante diez años para volver del actual 101% al 69% que tenia en el 2007. Para entender de lo que estamos hablando, Estados Unidos se demoró 17 años, al fin de la II Guerra Mundial, para bajar su deuda publica de 108% del producto interno bruto al 42% de 1941. Europa requiere un crecimiento del 2.7% hasta el 2023, para volver a los niveles el 2007. Gran Bretaña necesita un superávit del 5% durante diez años y Japón del 7%.
En este decenio, los países emergentes seguirán creciendo seguramente más, gracias a su mercado interno inexplorado, y por haberse abstenido de la gran borrachera financiera que ha extraviado sobre todo a los jugadores del Norte del mundo. La razón por la cual Obama llama seguido a los líderes europeos, presionándolos para que pongan sus casas en orden, no es sólo porque es un político más responsable, sino también porque los bancos estadounidenses tienen una exposición de 3,6 billones de dólares en los bancos europeos (1 billón en Francia y Alemania y 200 millones en España) y no saldrían inmunes de una crisis europea
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En todo esto, China el año próximo superará a Japón como segunda economía mundial. Y en diez años, Brasil, Indonesia, India y África del Sur habrán desplazado de la lista de las mayores economías mundiales a Bélgica, Holanda, y otras, con excepción de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Y en Europa habrá un envejecimiento de la población de profundas consecuencias; según las Naciones Unidas, se necesitan por lo menos 20 millones de inmigrantes, para que Europa siga siendo competitiva. ¿Donde están los políticos capaces de anunciar estos datos a una población europea cada día más xenófoba e insegura? Quien lo haga, perderá las elecciones, y no hay muchos suicidas en política. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).