En los pocos días transcurridos desde que el Presidente Obama logró la aprobación de la reforma sanitaria, acontecimientos muy distintos nos llevan a evaluar cómo la búsqueda de una gobernabilidad global se hace cada día más difícil. Empecemos por Estados Unidos, donde la lección es que la política, cuando es de gran respiro, puede permitirse ignorar a la opinión pública. Obama presionó a varios senadores demócratas que, por votar a favor de la reforma, corren el riesgo de no ser reelegidos.
Pero en buena medida, Estados Unidos ha perdido una característica esencial de la democracia: la capacidad de encontrar consenso en nombre de intereses superiores a los del propio partido. El líder republicano en el Senado, Mitch Mcconnell, ha dado una orden muy sencilla: no se vota para Obama, presente lo que presente. La campaña de denigración de Obama tiene resultados concretos. El día previo a la aprobación de la reforma sanitaria, una encuesta citada en el diario español El País revelaba que el 24% de los americanos creen que Obama es el Anticristo, el 38% que está emulando a Hitler, el 45% que no es realmente norteamericano, el 57% que es musulmán, y el 67% que es socialista. La ola de histeria llegó a tal punto que el líder de la mayoría democrática en la Cámara de Representantes, Steny Hoyer, se tuvo que reunir con un centenar de colegas y el FBI para considerar la protección de los votantes a favor de la reforma. Para quienes piensan que Estados Unidos y Europa comparten la misma visión del mundo, es útil escuchar la declaración de Mcconnell sobre los demócratas: "En la medida en que ellos buscan trasformarnos en un país de Europa Occidental, no van a encontrar nuestra ayuda".
¿Cómo en este país dividido como nunca se podrán lograr encontrar acuerdos, por ejemplo, en la cuestión Palestina o en el cambio climático? Estos son temas importantes para Europa, donde la crisis de gobernabilidad no es sólo de factores internos en los países miembros (que no son pocos). La evidencia de que los intereses nacionales están primando sobre el diseño europeo es obvia.
Me gustaría que alguien me diga qué ha hecho el presidente europeo Van Rompuy desde que Alemania forzó su elección, para evitar candidatos de mayor personalidad. En los diarios dirigidos a los 400 millones de europeos no hay mención de este despeinado político belga, mientras se habla de la ministra de relaciones exteriores de Europa, baronesa Ashton, sólo por su colección de errores o porque no consigue poner en marcha el servicio exterior comunitario
Nadie quiere renunciar a ningún privilegio. Y es indudable que, como dice Die Zeit, los intereses de Alemania no coinciden más con los de Europa. Helmut Kohl, cuando
respaldó la creación del euro, lo hizo en contra de la opinión pública (como Obama), aceptando que el primer presidente del Banco Central Europeo fuera otro despeinado holandés, con gran horror de los alemanes que abandonaban el marco porque no se confiaba al gobernador del propio Banco Central la tarea de asegurar un tránsito responsable hacia el euro, en compañía de irresponsables fiscales como los italianos y los griegos.
Por el contrario, la canciller Angela Merkel, que escucha mucho a la opinión pública, ha llegado en estos días a proponer la reformulación de Europa, expulsando a los países que no respeten los parámetros comunitarios. Moraleja: Europa está lejos de ofrecer las condiciones para un liderazgo que se complemente con los planes de Obama.
En todo esto China ha demostrado claramente que tiene un camino propio y que sus relaciones internacionales están en función de este camino. Así, comercia con las dictaduras africanas, Corea del Norte, Birmania, Irán, etcétera, o realiza acuerdos dudosos sobre el control del cambio climático. Siendo China la única gran locomotora de la economía mundial que no ha perdido velocidad, sabe perfectamente que está fuera del control de Estados Unidos y sobre todo de Europa. Por su propia cuenta está logrando cambios internos para el conrtrol climático muchos mayores que Europa y Estados Unidos. Pero un acuerdo global entre estas potencias, parece irrealizable.
Tras haber tirado al aire 40 billones de dólares, el futuro de la economía mundial no es rosado. El Vicepresidente de la Unión Europea Joaquín Almunia, cree que llevará por lo menos 10 años la absorción del exceso de endeudamiento público europeo. John Lipsky, subdirector del Fondo Monetario Internacional, cree que la deuda pública volverá a los niveles de 1950, o sea de la posguerra . Dominique Strauss-Khan, director del FMI, por su parte nos informa que, si no se hacen rápidamente las tan anunciadas reformas del sistema financiero, tendremos pronto "revueltas sociales".
La conclusión es clara: o la política vuelve a concebir grandes diseños para una gobernabilidad mundial a través de actuaciones nacionales, aunque esto no sea ni popular ni fácil, y enfrenta los grandes temas del cambio climático, de la reforma financiera (sólo en Washington en los últimos diez años los lobbies financieros han gastado más de 200.000 millones de dólares), de la paz en Palestina, del desarrollo en África, de la producción de alimentos y de todos los temas recurrentes en las declaraciones del G8 y ahora del G 20, o asistiremos, como dice el Director del FMI, columna del sistema y símbolo del mal desde las grandes manifestaciones de Seattle hace diez años, a una época de revueltas sociales.
Todo lo que acontece en el mundo no cabe duda que nos afecta directa y personalmente ¿Ser optimistas o pesimistas? Decía Indira Gandhi que el optimista es un pesimista que no tiene todos los datos. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).