EL COMERCIO Y LOS DERECHOS HUMANOS VAN DE LA MANO

La historia de las relaciones entre el comercio y los derechos humanos es una historia de recelos y hasta cierto punto de deliberado desconocimiento recíproco. Sin embargo, el comercio va de la mano con los derechos humanos. El comercio presupone una interacción humana, respeto y entendimiento. Si es conducido con respeto, “limpia y suaviza las más bárbaras costumbres”, según Montesquieu.

Suele olvidarse que las normas de los derechos humanos y del comercio, incluyendo las de la Organización Mundial del Comercio (OMC), se basan en los mismos valores: libertad y responsabilidad individual, no discriminación, imperio de la ley y logro del bienestar a través de la cooperación pacífica entre los individuos.

Tanto las normas de los derechos humanos como las del comercio mundial fueron consideradas como un elemento clave del orden de la Segunda Posguerra Mundial y un baluarte contra el totalitarismo. No es una coincidencia que las semillas del sistema comercial multilateral fueron plantadas al mismo tiempo que se elaboraba la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

A pesar del respaldo normativo común del comercio y de los derechos humanos, durante décadas la interacción entre ambos pareció estar dominada por la desconfianza.

¿Qué papel juegan los derechos humanos en el comercio? Los derechos civiles y políticos son un ingrediente clave para un buen gobierno, que a su vez es esencial para una conducta apropiada en las relaciones comerciales. La libertad de expresión, por ejemplo, trae transparencia, uno de los principios centrales del sistema comercial mundial. En segundo lugar, los derechos sociales, económicos y culturales, a menudo vistos como las principales víctimas de la globalización y de la apertura de los mercados, son importantes ingredientes para una exitosa liberalización comercial.

Asimismo, las medidas comerciales son el instrumento más usado por los países desarrollados para presionar a los Estados que violan los derechos humanos.

El comercio también es un medio para elevar las condiciones de vida de todos. La apertura de los mercados crea eficiencia y estimula el crecimiento, favoreciendo los derechos sociales y económicos, que son derechos humanos fundamentales.

La reducción de las barreras comerciales en la agricultura, un mejor acceso a los mercados para los productos agrícolas y la gradual rebaja de los subsidios otorgados por los países ricos a sus agricultores, por ejemplo, contribuyen a extender el derecho al alimento para todos.

Debemos descartar un concepto erróneo que desafortunadamente se ha difundido ampliamente: la vocación principal de la OMC es la de regular, no de desregular el comercio. Al establecer normas para regular el intercambio y remover las distorsiones del comercio, la OMC apunta a crear un ámbito nivelado, con igualdad de condiciones para todos, en el que la justicia sea la norma y estén salvaguardados los derechos de los miembros individuales.

Por supuesto que las normas del comercio no son perfectas y pueden en algunos casos, tener consecuencias no deseadas sobre los derechos humanos. Algunos afirman que ello ocurre, por ejemplo, en el caso de los derechos de propiedad intelectual. Sin embargo, los expertos advierten una creciente conciencia sobre la importancia del comercio para la promoción de los derechos humanos. Las preocupaciones por algunas disposiciones del acuerdo sobre los TRIPS (Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio) llevaron a ulteriores negociaciones que introdujeron, en 2005, enmiendas para facilitar el acceso de los países en desarrollo desprovistos de capacidad doméstica para la producción farmacéutica a determinados medicamentos. Del mismo modo, están en curso discusiones sobre la posible protección del folclore y del conocimiento tradicional.

Pero el comercio no es una panacea. La liberalización comercial puede acarrear costos sociales. Para ser exitosa, la apertura de los mercados requiere sólidas políticas sociales para redistribuir la riqueza o proporcionar salvaguardas para las personas cuyas condiciones de vida han sido alteradas por la liberalización.

Esto es lo que llamo el “Consenso de Ginebra”, bajo el cual la apertura de los mercados es necesaria para nuestro bienestar colectivo, aunque no resulta suficiente por sí misma, a menos que fuertes redes de seguridad ayuden a corregir los desequilibrios entre ganadores y perdedores a escala nacional. También requiere que los países que no poseen suficientes recursos para construir la infraestructura necesaria o las redes de seguridad sean asistidos por la comunidad internacional.

Para que el comercio actúe como un vector positivo para el reforzamiento de los derechos humanos se necesita un esfuerzo internacional coordinado. Debería concebirse un enfoque coherente, que integre las políticas sobre las metas del comercio y de los derechos humanos.

El mundo actual es posible que sea plano, para parafrasear a Thomas Friedman, pero no está unido. Está, al contrario, más fragmentado que nunca. El viento de la globalización, que ha estado soplando durante las últimas décadas, ha dispersado nuestras energías. Ahora necesitamos reunirlas y actuar de modo coordinado. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Pascal Lamy, Director General de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

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