Hace pocas semanas, el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín hizo recordar a los estadounidenses cuan orgullosos se sintieron cuando un triunfante Estados Unidos se sentó a horcajadas sobre un imperio soviético que se derrumbaba. Dos décadas después, los estadounidenses se encuentran a sí mismos desconcertados, perplejos y resentidos por la situación de su nación, aunque en realidad la decadencia de su supremacía mundial se veía venir desde hace tiempo.
Incluso en la cumbre del poder de Estados Unidos, ciertas tendencias cruciales estaban socavando la salud futura de la sociedad estadounidense. Una derrota humillante en Vietnam, una extenuante guerra en Iraq, una clase política cada vez más dependiente de las arcas de las grandes corporaciones, el desmoronamiento de los sectores de la educación, la salud y las infraestructuras públicas, una economía inmersa en la deuda y dominada por riesgosas especulaciones financieras a expensas de la actividad productiva y muchas cosas más debilitaron las fuentes esenciales de la fortaleza nacional.
Ahora, a medida que los estadounidenses contemplan las ruinas de sus sueños, sus respuestas son marcadamente diversas y hasta contradictorias. El colapso financiero de 2008/2009 dejó a la mayoría sin aliento y desposeídos de buena parte de lo que antes tenían. Algunos se inclinan por simplificar sus vidas y muchos están dispuestos incluso a aceptar un cambio que incluya el retorno a los sencillos ritmos de otros tiempos y a saborear los placeres íntimos de la familia, los amigos y la naturaleza en lugar del precipitarse en una loca carrera hacia el consumismo.
Los ricos, no obstante el desafío ético que deben enfrentar, no han cesado en sus despilfarros, pero el escándalo público suscitado por las gratificaciones récord que han sido otorgadas a los bancos rescatados con el dinero de los contribuyentes los coloca ante un delicado problema de relaciones públicas, obligándolos a acallar sus impulsos de alardear de su riqueza por temor a provocar la cólera pública y la aprobación de medidas de regulación de sus actividades.
El colapso financiero ocurrió justo a tiempo como para dejarle a Barack Obama una bomba de tiempo. Documentos recientemente divulgados revelan que el desastre ya estaba en curso durante los últimos días del gobierno de George W. Bush y que todo estaba pronto para dar a los bancos y a las firmas de inversión estadounidenses un pase libre para cubrir sus desmanes y salir de la situación no sólo ilesos sino también con un papel aún más dominante en la economía del país. Al gobierno de Obama le pasaron un cáliz con veneno y lo obligaron a beber de él.
Pero Obama agravó la situación con notorios errores propios que han dejado a sus partidarios profundamente desalentados. En lugar de defender a los estadounidenses comunes de los estragos de un desvergonzado sector financiero, él pasó el timón a los banqueros.
Por su parte, los amargados republicanos de estos días alimentan de cólera y resentimiento a los remanentes de la cultura rebelde de los que fueron los confederados sureños, para quienes la Guerra Civil aún hoy continúa. Ellos practican la estrategia de tierra arrasada de negar a Obama, y al país, todo recurso esencial para el éxito.
El resultado de ello es que casi un año después de una marea de esperanza progresista, el momento liberal está ya decreciendo. En su lugar está emergiendo un mucho más amenazante populismo que explota hábilmente los temores de aquellos dejados atrás por la nueva economía y atiza miedos y odios con venenosas afirmaciones lanzadas por incendiarios presentadores de programas televisivos.
Este populismo retrógrado se jacta de su propia ignorancia. Durante las últimas décadas, los republicanos han hallado una fórmula ganadora al presentar a candidatos presidenciales manifiestamente sin la calificación necesaria para el cargo como modo de atraerse el apoyo de un significativo segmento de la población que no se siente cómodo cuando quien los dirige sabe más que ellos. Como Sarah Palin, la encarnación y la quintaesencia de la viveza y la ignorancia carismáticas, quien dijo, con un lenguaje cuidadosamente codificado, del moreno de piel y educado en Harvard Barack Obama: Él no es uno de nosotros.
El populismo de extrema derecha es alimentado por fantasías sobre conspiraciones y el malhumorado desdén por los hechos y por el debate bien argumentado. Como un virus político letal, habitualmente irrumpe durante períodos de dificultades económicas y de trastornos sociales.
Todo ello suena familiar, con evocadores ecos del ascenso del fascismo en Europa dos generaciones atrás. La acelerada decadencia del poder de Estados Unidos después de décadas de prácticas equivocadas y mal gobierno suscita la cuestión de cómo se tomarán sus ciudadanos el hecho de que su país no es más el Número Uno en el mundo. Los opuestos populismos de derecha y de izquierda proporcionan respuestas radicalmente diferentes. En la izquierda está emergiendo en movimientos pospolíticos un nuevo localismo que busca la autosuficiencia, la simplicidad y un renovado espíritu de comunidad interdependiente. Muchos anhelan que su país sea liberado de las cargas del imperio, así como en que se ponga énfasis en reconstruir un sueño americano más equitativo y sustentable.
Enfrentando las mismas inquietantes tendencias, el retropopulismo comparte el impulso de retornar a la familia y a la comunidad, Pero, en cambio, expresa su enfadado rechazo a los inmigrantes, las minorías y las elites culturales, que considera que están socavando los valores tradicionales estadounidenses. Y con toda energía rechaza la perspectiva de un futuro en el que Estados Unidos no sea percibido como la más grande nación de la Tierra.
Los progresistas vienen advirtiendo desde hace tiempo del peligro de un fascismo estadounidense. Sin embargo, la naturaleza de autoequilibrio de su gobierno y el lastre de su sociedad de clase media han siempre evitado que el país cayera en sus peores excesos. Pero ahora, la decadencia de su estatus de superpotencia, su masiva inseguridad económica, su orquestada cólera y su pobremente informado e instruido público podrían combinarse con los efectos amplificadores de los medios partidistas para trastornar la historia estadounidense. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Mark Sommer, periodista y columnista estadounidense, dirige el programa radial internacional A World of Possibilities (www.aworldofpossibilities.com).