¿Qué haremos si las negociaciones sobre cambio climático fracasan y no se consigue una reducción suficiente de gases contaminantes o los países no cumplen las metas? Entonces debemos prepararnos para la geoingeniería, según científicos reunidos en la capital danesa.
«¿Necesitamos la geoingeniería? Eso depende de la COP 15 (15 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático), señaló el oceanógrafo John Shepard, de la británica Universidad de Southampton.
«Si no podemos reducir las emisiones con la rapidez y en la cantidad necesarias, ¿qué más podemos hacer?», preguntó Shepard, quien participa en Copenhague de reuniones en torno a la cumbre climática, que comenzó el lunes y concluirá el 18 de este mes.
Shepard es uno de los autores del informe «Geoengineering the Climate. Science, Governance and Uncertainty» (La geoingeniería del clima. La ciencia, la gobernanza y la incertidumbre), publicado en noviembre.
El término geoingeniería está referido básicamente a intervenciones humanas intencionales y a gran escala para producir alteraciones en el sistema climático planetario, a diferencia de los cambios involuntarios e irreversibles del clima que la humanidad ha provocado con sus acciones, especialmente desde el inicio de la industrialización.
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La COP 15 procura delinear un tratado para la reducción de emisiones de gases invernadero, causantes del recalentamiento de la Tierra, que dé continuidad al Protocolo de Kyoto, aprobado en 1997, en vigor desde 2005 y cuyas metas vencen en 2012.
Shepard, quien trabaja en la búsqueda de soluciones de geoingeniería para paliar la crisis climática, explicó que no le gusta la idea de tener que recurrir a la misma. «A mí mismo me da miedo», confesó.
Pero el científico agregó que, aunque discrepemos con el uso de intervenciones tecnológicas masivas para mitigar el cambio climático, tenemos la responsabilidad de buscarlas porque es posible que pronto las necesitemos.
Los estados deberían idear un sistema para gestionar y controlar ese tipo de intervenciones, recomendó.
Actualmente existen dos opciones de geoingeniería. La primera es la remoción del dióxido de carbono, el principal gas invernadero, realizada a través de la fertilización del océano con hierro, el uso de filtros de gases, árboles artificiales o carbón biológico. Esta opción se puede aplicar localmente e implica riesgos bajos.
Lo malo de esta técnica es que llevaría mucho tiempo absorber la enorme cantidad de carbono previamente liberado y tampoco impediría su expulsión a la atmósfera.
La otra opción es la gestión de la radiación solar, que implica reflejar la luz del Sol para reducir el recalentamiento planetario a través de espejos en el espacio, aerosoles estratosféricos o el mejoramiento de las nubes.
Este método no reduce la presencia de los gases invernadero ni mitiga las consecuencias de las emisiones, como la acidificación de los océanos. Por otra parte, es una solución rápida. En cuanto al riesgo, los científicos ven con cautela sus posibles repercusiones en los patrones y ecosistemas climáticos.
Para Jason Blackstock, físico investigador del canadiense Center for International Governance Innovation, la geoingeniería «es un apuesta muy insegura que no queremos tomar». Coincidió con Shepard en que «la reducción de las emisiones sigue siendo la prioridad, como la opción más segura y previsible».
Blackstock dijo que los científicos abocados a la geoingeniería combaten las opiniones como las del libro «Super Freakonomics», en el cual los autores Steven Levitt y Stephen Dubner sostienen que la humanidad no debe tomarse el trabajo de reducir las emisiones y simplemente colocar espejos en el espacio exterior.
Una comisión de científicos de centros de investigación de Estados Unidos y Gran Bretaña reunidos en Copenhague el jueves hicieron hincapié en que las investigaciones deben realizarse de manera responsable y que se debe informar a la sociedad internacional de cómo funciona la geoingeniería.
Los gobiernos, las organizaciones internacionales, los centros de investigación y ciudadanos de todo el mundo deben tener el derecho a opinar sobre la geoingeniería, señalaron los científicos. Los mismos convocaron a realizar sugerencias sobre la regulación de las investigaciones y el control de los instrumentos de manipulación del clima una vez que se pongan en práctica.
Las respuestas a la geoingeniería deben hallarse en el diálogo internacional lo antes posible, de la mano con la evolución de la investigación, afirmaron.
El mundo debe tener «un plan B», recalcó Shepard.
No obstante, también se declararon conscientes de que existen intereses creados contrarios a las medidas de mitigación del cambio climático y que pretenden recurrir exclusivamente a la geoingeniería.
«Es probable que la geoingeniería sea posible técnicamente en el futuro, pero la tecnología apenas está formada», explicó Shepard. Todo se desarrollará en las décadas venideras, agregó.
Pero una vez que eso suceda, las tecnologías de remoción del dióxido de carbono o la gestión de la radiación solar no serán muy caras. Por ejemplo, es probable que entre 50 y 100 países puedan emplear aerosoles estratosféricos, manifestó Blackstock.
«Imagínese el caso dentro de 10 o 15 años de un pequeño estado insular harto» de que Estados Unidos y China, los principales emisores de gases invernadero, «no hagan lo suficiente para mitigar el cambio climático y decida emplear la tecnología unilateralmente», continuó Blackstock.
La idea es que se adopten los marcos de gobernanza adecuados antes de que surja una crisis climática para que las grandes empresas no se apropien de las tecnologías ni los estados las utilicen de manera unilateral.
Pero las complicaciones reinantes en las negociaciones de Copenhague hacen parecer imposible que la humanidad logre ponerse de acuerdo sobre esos instrumentos de gobernanza.