¿Puede una papelera sobrevivir sin el uso de combustibles fósiles y tener un impacto neutro de carbono? La respuesta está en esta pequeña localidad del estado de Wisconsin, en Estados Unidos, donde una planta fue rescatada y funciona con biomasa.
La reconversión a combustibles verdes de la empresa Flambeau River Papers se va a acompañar con la construcción de una biorrefinería, lo que constituye todo un desafío en estos tiempos de crisis financiera global.
Las fábricas de papel han sido la principal industria del boscoso estado nororiental de Wisconsin desde el siglo XIX. Pero la recesión y los altos costos energéticos forzaron el cierre de las más pequeñas, lo que ha devastado la economía de pueblos como Park Falls, donde esta industria empleaba a 310 de sus casi 3.000 habitantes.
Cuando William Johnson compró en 2006 una de las papeleras en bancarrota, tenía claro que para que la planta fuese viable debía reducir los costos energéticos.
Su plan de hacerla funcionar con biomasa procedente de residuos de la propia fábrica y de restos de madera procedentes de la tala, le permitió ser beneficiario de un préstamo gubernamental de dos millones de dólares, a bajo interés, y de otra cantidad similar para reabastecer la planta y hacerle las reparaciones necesarias.
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Johnson había intentado antes obtener un crédito comercial, pero sólo obtuvo una oferta de cuatro millones de dólares de una firma de capital de riesgo con un alto interés.
«Proyectamos devolver el préstamo en un plazo de entre siete y ocho años», indicó, y citó que «la mayoría de los inversores quieren recuperar su capital entre tres y cinco años».
«Como buen (miembro del Partido) Republicano, tuve que justificar anti mi mismo que iba a ir contra mis principios y aceptar préstamos del Estado», explicó Johnson. «Pero la Universidad de Wisconsin, en la ciudad de Duluth, realizó un estudio de impacto económico y concluyó que era un plan positivo y puso un equipo a trabajar», añadió.
En su infancia, Johnson pasó seis años en Park Falls, donde su padre tenía una compañía de cañas de pescar. Conocía a muchas de las personas que trabajaban en la papelera, construida en 1894. De hecho, una de las tres máquinas operativas en la actualidad, funciona desde 1895.
En los últimos años, la empresa maderera de su familia suministró pulpa de celulosa a Flambeau River Papers, así que Johnson también tenía un interés económico en reflotar la planta.
Felizmente, no hizo falta reconvertir la vieja caldera para que pudiese funcionar con biomasa, pero hubo que resolver muchos detalles técnicos.
Un paso que resultó trascendental fue el acopio de restos de madera para que se secaran al aire, entre abril y octubre, antes de poder transformarlos en las pequeñas esferas que sirven de combustible. Así se pudo ahorrar la energía que hubiera requerido extraerles la humedad.
Alimentada con 500 toneladas de materia orgánica al día, la vieja caldera ya no necesita combustibles de origen fósil en el verano boreal. La necesidad de templar las instalaciones en invierno obligó a recurrir a las reservas de carbón que tenía la papelera y que se agotaron en octubre de este año.
El bajo costo actual del gas natural permite usarlo para caldear el ambiente en los largos meses de frío, pero el plan es dejar de usar combustibles derivados del petróleo en 2012.
Con la caída en el uso de combustibles fósiles, las emisiones anuales de dióxido de carbono de la planta se redujeron en unas 92.000 toneladas, alrededor de 30 por ciento respecto al comienzo de la nueva gestión. Se trata de cálculos realizados con base en datos del Departamento de Energía de Wisconsin y de la federal Agencia de Protección Ambiental.
Otra de las claves de la recuperación de la papelera fue la relación de Johnson con los trabajadores, quienes llevaban seis meses sin laborar por el cierre de la planta. Los contrató a todos sin reducirles el sueldo ni los beneficios y, a cambio, les pidió que lo ayudaran a mejorar la eficiencia y reducir los costos.
«No tenía ni idea de cómo hacer papel», reconoció Johnson. «Conversé con el sindicato, y me prometieron que de hacer el papel se ocuparían ellos».
Gracias a las mejoras recomendadas por los propios empleados y la reconversión a biomasa, la papelera se ahorra 10 millones de dólares al año en combustible. Johnson espera reducir entre 3,5 y 4 millones de dólares adicionales en los próximos tres años.
El comienzo fue duro. «El primer año perdimos mucho dinero, 12 millones de dólares. En 2008, bastante menos, dos millones de dólares. Este año, finalmente, ganaremos dos millones de dólares», indicó Johnson. «Entre todos movemos el tren hacia delante», apuntó con seguridad.
El próximo paso será la construcción de una refinería que emplee el denominado proceso Fischer-Tropsch de segunda generación, que permitirá convertir en biodiesel y cera verde unas 1.000 toneladas diarias de la biomasa de madera usada para la caldera de la planta.
El biodiésel se venderá como elemento mezclador del combustible utilizado por aviones y camiones. La cera verde servirá para impermeabilizar cartón o fabricar velas, y reemplazar así a la que actualmente se importa y es elaborada a partir de combustibles fósiles.
El calor que origina el proceso Fischer-Tropsch permitirá contar con la electricidad, vapor y agua caliente que la papelera requiere para su funcionamiento.
Una refinería independiente implicaría liberar el exceso de calor a la atmósfera mediante torres de enfriamiento o volcándolo al río. En cambio, si se reutiliza en la producción de papel se puede aumentar la eficiencia térmica de la planta de 47 por ciento a cerca de 70 por ciento.
El carbón que libera la biomasa será capturado y vendido a una fábrica de la zona que elaborará carbonato de calcio, un derivado de la piedra caliza empleado como revestimiento del papel producido por la papelera, lo que le convierte en un verdadero sumidero de carbono.
Flambeau River Biofuels ha patrocinado un proyecto piloto en el Southern Research Institute, en el oriental estado de Carolina del Norte, para probar el proceso de la biorrefinería que se utilizará en Park Falls.
«Necesitamos 270 millones de dólares para construir la biorrefinería», remarcó Johnson.
«Estamos trabajando con los departamentos (ministerios) de Agricultura y de Energía sobre las garantías de los préstamos. Es una nueva tecnología y conlleva un factor de riesgo. El inversionista promedio no pone dinero en estos proyectos, pero confiamos en lograr atraerles, si el gobierno garantiza una parte», explicó.
Está previsto que la refinería comience a construirse en 2012 y que esté plenamente operativa al año siguiente.
Johnson está orgulloso de que su negocio marque el sendero de la sustentabilidad. «Podemos convertirnos en un ejemplo de lo que se puede hacer con una vieja papelera que compite en una época difícil y lo hace de forma correcta», indicó.
* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).