El panorama financiero se ha enriquecido con una
 nueva compañía estadounidense que coloca en la bolsa los juicios de divorcio
 de millonarios. Los inversionistas pagan los altos costos legales de
 uno de los contendientes y participan de la ganancia si el fallo los
 favorece. Todo esto, mientras hay cien millones de nuevos pobres en el
 mundo gracias a la catástrofe financiera.
Aunque todos aseguran que estamos saliendo del túnel de la última
 crisis financiera, también se prevé que el enorme número de desocupados
 no disminuirá a corto plazo.
Entretanto, pese al clamor universal para su reforma, el sistema financiero
 vuelve a comportarse como antes de la crisis, como si nada hubiera pasado.
 A mediados de octubre se informó que el monto de los derivados, el instrumento
 financiero de alto riesgo que fue el detonante de la crisis continuaba su expansión
 y totalizaba 445 billones de dolares: una suma escalofriante que
 equivale a 6,5 veces el Producto Bruto Mundial.
Recordemos que el crack de la financiera Lehman Brothers, así como el rescate
 in extremis de la aseguradora AIG que costó 182.500 millones de dólares
 al Tesoro norteamericano, se debieron a los derivados, una parte
 importante de los cuales se habían convertido en títulos tóxicos.
Otra noticia fresca es que el último Global Financial Stability Report del
 Fondo Monetario Internacional informa que los bancos han eliminado
 1.300.000 millones de dólares de títulos tóxicos, pero los que aún mantienen
 ascienden a 1.500.000 millones.
Lo que pasa es que ahora, gracias a la ayuda recibida mediante el dinero de los
 contribuyentes, el saneamiento financiero no es la prioridad de los bancos, que
 pueden mantener esa ingente cantidad de títulos tóxicos en sus portafolios Están
 incubando una bomba de tiempo que estallará con la próxima crisis.
Algunos políticos han sumado su retórica a la tesis de la famosa reforma estructural
 del sistema financiero, coralmente exigida por las organizaciones de la sociedad civil,
 por religiosos de todo el mundo y por innumerables ciudadanos enfurecidos. El
 ministro italiano Giulio Tremonti, por ejemplo, lanzó la campaña de "un nuevo
 Bretton Woods". Sin embargo, ninguna reforma concreta se ha adoptado hasta ahora..
Entretanto, se acentúa otro riesgo sistémico: la creciente concentración financiera.
 Los mayores bancos supérstites están adquiriendo numerosos bancos pequeños en
 dificultades o quebrados. Sólo en Estados Unidos más cien bancos habían quebrado
 entre enero y octubre de este año. De esta manera los bancos que son "demasiados
 grandes para quebrar" y que por lo tanto se deben salvar con dinero público siguen
 creciendo y aumentando el riesgo de próximas quiebras.
Como si fuera poco, con las inyecciones de dinero público y los bajos tipos de interés,
 los bancos han reincidido en sus antiguos vicios. En efecto, reciben de los bancos centrales
 sumas inmensas con casi cero interés con las que se capitalizan y así resulta que el
 sector financiero, causante del desastre, es el primero y hasta ahora el único que ha
 emergido de la crisis.
Este sector ha empujado a las bolsas y así el índice Dow Jones ha vuelto a superar los
 10.000 puntos, mientras la Goldman Sachs se dispone a distribuir 23.000 millones de
 doláres de bonus a su personal, la misma cantidad del 2007, aunque ahora donará 300
 millones en filantropía.
Esta realidad contrasta con la retórica reformista de los gobiernos. En el Congreso
 norteamericano se está discutiendo un proyecto sobre los derivados, pero se prevé que
 saldrá una ley con unas escapatorias que eludirán todo control real.
En Europa, el debate parece haberse reducido al nivel de los bonus para los banqueros.
 La ministra de hacienda de Francia Catherine Lagarde, se pronunció en contra
 de un proyecto de ley para colocar un impuesto a los bancos. (Lagarde, como la
 mayoría de los dirigentes economicos públicos viene de cargos importantes en
 algún banco internacional). Y lo único que ha quedado de la campaña de Tremonti
 es que en su afán de contener el gasto público, Italia ha bajado al último lugar entre
 los países donantes de ayuda para el desarrollo, situada ahora en 0,1% del producto
 bruto nacional en vez del 0,7% con el que se había comprometido múltiples veces.
Esto nos lleva a una triste observación. Según los etólogos, nuestra especie muestra 
 una falla desconcertante: no aprendemos del peligro.
El 10 de diciembre, en Copenhague, todos los países se reunirán para discutir
 como gobernar el cambio climático. La sobrevivencia de la especie es instintiva 
 en el reino animal. En el caso del hombre, el control del clima es obviamente vital. 
 Y sin embargo, aún no se ha logrado el acuerdo entre los países de vieja 
 industrialización y los de nueva industrialización como Cina, India, Brasil,
 para financiar los cambios tecnológicos que permitan a estos últimos reducir sus 
 emisiones de gas invernadero sin frenar su crecimiento.
Sin este acuerdo está amenazada nuestra propia especie y la Madre Tierra que la sustenta.
 El costo es de unos 40.000 millones de dólares, y los ricos declaran que la crisis
 les impide afrontar ese gasto. Pero hemos visto que en pocos días un sólo país, Estados Unidos,
 encontró 182.500 millones de dólares para salvar a una sóla empresa, la AIG. De cara al
 desafío crucial de Copenhague los países ricos deberían revisar sus prioridades y
 asumir las responsabilidades que les corresponden. (FIN/COPYRIGHT)
(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).



 
								


