R. nació y creció en La Habana y como parte de los atributos culturales que recibió con esa circunstancia están el haber sido fanático de Industriales, el equipo de beisbol de la capital cubana, decir qué bolá a modo de saludo, en lugar de ¿cómo estás? y preferir el mango a la manzana. R. salió de Cuba cuando rondaba los 30 años, y ya radicado en España, se casó con M., una joven española, y poco después vio nacer a su hijo P. El niño es madrileño y, como parte de esa condición, se dice hincha del Real Madrid, cuando algo le gusta exclama me mola y devora manzanas. P. nunca será fan de los Industriales ni sentirá lo mismo que R. cuando escuche cantar a Celia Cruz o Benny Moré, porque P. no es cubano.
La aventura de R. y su hijo P. no es excepcional. Al contrario, a lo largo de la historia se ha repetido muchos millones de veces entre los incontables millones de personas que han ido al exilio voluntario u obligatorio o, simplemente, han buscado otro sitio de la tierra donde gastar sus días y con su decisión le han dado una nueva patria a su descendencia. En cualquier caso, no porque sea tan común el caso de R. y de P. deja de ser parte de una tragedia marcada por el desarraigo y de un conflicto marcado por el quiebre de las referencias comunes de la idiosincrasia: son individuos de dos culturas, dos pasados, dos formas de ver la vida, dos nacionalidades…
La historia de R. y P. una de las muchas que conozco, incluidas las de varios de mis familiares- me persigue desde que comenzó a circular la noticia de que los cubanos estábamos en algo parecido al peligro de extinción. Tal como suena. Y es que, al menos yo, soy incapaz de imaginarme el mundo sin cubanos, sin música cubana, sin deportistas cubanos, sin mujeres cubanas, sin cubanos vociferantes que, incluso contra toda lógica, siempre andan convencidos de que ellos son quienes tienen la razón. Pero la realidad es que cada vez somos menos…
El hecho confirmado es que desde hace unos años la tendencia demográfica en Cuba marca una línea descendente que, según los especialistas, ya es evidente y pronunciada y lo será más en los próximos años si no se revierten las tendencias que marcan tres importantes elementos que gravitan sobre el crecimiento demográfico: la mortalidad, las migraciones y la fecundidad.
Los demógrafos incluso han comprobado cómo en los tres últimos años el número de habitantes de la isla -poco más de once millones- se han reducido en 7.737 personas y se atreven a predecir que dentro de diez años habrá casi 25 000 cubanos menos que hoy, pues aumentará la mortalidad de una población envejecida, las mujeres engendrarán menos hijos y la opción de migrar a otras latitudes no parece detenerse, sino más bien lo contrario, pues en el pasado 2008 se alcanzó la mayor cifra de migrantes de los últimos cuatro años. Mientras Latinoamérica tiene una tasa media de crecimiento demográfico del 1.3%, en Cuba se registró en 2006 una disminución de 0.04%.
Si bien la alta mortalidad por envejecimiento es un proceso en el que Cuba se comporta como los países del norte desarrollado gracias a la mayor longevidad de sus habitantes (17% de los cubanos superan los 60 años), el problema de la baja fecundidad (1,5, la más reducida de América Latina), también típica del primer mundo y capaz de provocar la imposibilidad de sustituir o incrementar la población, se debe a una serie de factores de muy compleja índole.
Entre esos factores se deben anotar el más alto nivel educacional de la población, la búsqueda de proyectos de vida en los que no figuran los hijos (o una mayor cantidad de ellos) y el fácil acceso a los diversos métodos anticonceptivos y el aborto. Pero también gravitan con un peso creciente las dificultades económicas que obligan a las parejas a una estricta planificación familiar en un país donde los salarios son insuficientes, las habitaciones difíciles o imposibles de conseguir y donde la carga económica de criar un hijo (alimentarlo, vestirlo, etc.) puede llegar a ser demasiado pesada. En cualquier caso, aunque en 2008 hubo un ligero aumento de la natalidad, en Cuba no se alcanzan cifras de reemplazo poblacional desde 1977, y como ya se ha dicho, el decrecimiento demográfico actual es pronunciado.
El muy sensible tema de la migración, por su parte, tiene rasgos específicos en Cuba, donde, como suele suceder, envuelve fundamentalmente a los jóvenes (y muchas veces jóvenes profesionales en busca de otras perspectivas) y a un por ciento importante de mujeres que optan por el matrimonio con extranjeros (sobre todo españoles, italianos y franceses) como vía de solución a sus problemas económicos, de vivienda, de bienestar. Los posibles hijos de esos migrantes engrosan una importante lista de personas de origen cubano que ya no tienen ni la nacionalidad ni la cultura de su(s) progenitor(es) y que restan cifras en la cantidad de habitantes presentes y futuros de la isla. El caso del joven P.
Sea por las razones que sea, el hecho cierto de que cada vez seamos menos los cubanos aun cuando no lleguemos al extremo de estar en inminente peligro de extinción- me provoca una enorme tristeza… Quizás ocurra algún día, pero no me puedo imaginar un mundo del futuro donde los cubanos lleguemos a ser como los dinosaurios, o peor, como los hunos o los fenicios, pueblos desintegrados, y que cuando alguien escuche La Guantanamera, con versos de José Martí, pueda llegar a decir: Oye, esa canción y esa letra: las inventaron aquellos tipos simpáticos que se hacían llamar cubanos. Lástima que ya no existan, ¿no? (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a una decena de idiomas y su más reciente obra, La neblina del ayer, ha ganado el Premio Hammett a la mejor novela policial en español del 2005.