La noticia cayó como un rayo e iluminó el mundo entero: ¡Obama, Premio Nobel! Fue inesperada, para algunos prematura y provocó las más diversas reacciones en todos los rincones del planeta..
Es natural. En un mundo tan complejo y peligroso como el actual, en rápida mutación, donde se contraponen tantos intereses contradictorios y agresivos, y cuyo rumbo es por lo tanto incierto y problemático, es comprensible la diversidad de actitudes, desde el aplauso vehemente, las reservas insidiosas o categóricas de desagrado, hasta las dudas cautelosas sobre el mérito y la oportunidad de la decisión.
Lo que resalta el coraje y la oportunidad de la elección del comité del Nobel es la controversía que está provocando. Obama es una de las rarísimas personalidades que no deja indiferente a nadie. Se inmiscuye en el futuro de todos nosotros. Por ello es amado y odiado, tanto en América como en todos los continentes.
Desde mi punto de vista, el jurado del más consagrado de todos los premios no podía haber elegido mejor y más oportunamente.
Se ha sostenido, en sentido contrario, que Obama está en la presidencia desde hace pocos meses y aún no ha tenido tiempo de hacer nada concreto. Ni en Estados Unidos, ni en Iraq, ni en Afganistán, ni en Guantánamo. ¿Qué no hizo nada? Sólo hizo una cosa: cambiar radicalmente a su país y al mundo.
Estados Unidos, con Bush, estaba desprestigida por haber infringido gravemente los derechos humanos -la principal bandera del llamado mundo libre- y por haber mentido sin pudor sobre la existencia en Iraq de armas de destrucción de masas. Relegó a las Naciones Unidas, provocó dos guerras cruentas, en Afganistán y en Iraq, involucrando a la OTAN en la primera, lo que constituyó un error fatal, además de un crimen. Incentivó el capitalismo especulativo de inspiración neoliberal, lo que precipìtó la mayor crisis financiera y económica mundial que hemos padecido.
Obama puso fin al unilateralismo arrogante y agresivo de Estados Unidos que, en razón de su poderío militar, se arrogaba el papel de «dueño del mundo», y por el contrario acepta el multilateralismo, promueve el diálogo con todos los países emergentes, extiende la mano a los árabes, dá marcha atrás con respecto a la instalación de misiles en Europa Oriental obviamente dirigidos hacia Rusia, entabla conversaciones con China, propicia una nueva relación sobre bases de igualdad con Latinoamérica (aceptó negociar con Cuba sin condiciones previas y dar pasos concretos para levantar el embargo y condenó el golpe de Estado en Honduras, una señal importantísima de cambio). En su calidad de afroamericano hizo una apertura hacia África, sostuvo ante las Naciones Unidas la importancia del diálogo, de la paz y del respeto por la dignidad de los pueblos, propuso un programa de desnuclearización progresiva y en la reunión de diciembre próximo en Copenhague suscribirá y relanzará los mecanismos del protocolo de Kioto para reducir drásticamente las emisiones de CO2 e iniciar una política concertada de defensa del planeta.
Todos estos ejemplos ¿son solamente palabras, promesas, no valen nada? Quien esto afirma, no posee una noción exacta de la importancia de la defensa de las ideas y de las buenas causas para la marcha del mundo, que siempre han tenido.
Dicho esto, es claro que nadie tiene una varita mágica para cambiar el mundo. Tampoco Obama. Por otra parte, como demócrata y humanista, él no se vale de imposiciones o de amenazas. Su actitud es de proponer y persuadir, negociar con realismo y persistencia sus ideas y sus políticas de valores. Con ese enfoque busca acuerdos para una paz negociada a fin de terminar con las guerras abiertas o latentes en el marco de una visión global que es la premisa para enfrentar este y los demás grandes desafíos contemporáneios.
Obama no está solo. Lo apoya la mayoría de los norteamericanos, los jóvenes, los más pobres y las elites intelectuales, científicas y artísticas. Están en contra los grandes intereses, los egoísmos particularistas y los inconscientes formados por la cultura de la violencia o por la desinformación.
La fuerza máxima de Obama emana de la esperanza que suscita de un mundo mejor, más solidario y más justo. No es una nueva utopía. Es posible, hoy, dar un gran paso hacia adelante, como muchos otros que se han registrado a lo largo de la historia.
El jurado de Oslo demostró valentía y lucidez -valores coherentes con su propia tradición- al atribuir a Obama el premio Nobel de la Paz «por sus esfuerzos extraordinarios para el fortalecimiento de la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos». «Muy pocas veces una persona ha captado la atención del mundo y le ha dado a su pueblo esperanza para un mundo mejor en la misma medida en que lo ha hecho Obama. Su diplomacia se funda en el concepto de que los que han de dirigir el mundo deben hacerlo basándose en los valores y actitudes que comparte la mayoría de la población del mundo.
¡Felicitaciones a Oslo! ¿Deseamos que Obama logre más en Afganistán, en Iraq, en Irán, en Cuba? Recordemos que Obama no impone, negocia. Y como dicen los italianos: Roma y Pavía//No se hicieron en un día»… (FIN/COPYRIGHT IP)
(*) Mário Soares, ex Presidente y ex Primer Ministro de Portugal.