Desde hace décadas, en los medios progresistas se sostiene la necesidad de un nuevo orden económico mundial. Siempre en vano.
Pero hace poco días, en plena crisis global y en el marco de la cumbre de los mayores países del planeta, el llamado G20, celebrada en Pittsburgh entre el 24 y el 25 de septiembre, el primer ministro británico Gordon Brown decretó que «·ha sido creado un nuevo orden económico mundial para enfrentar los problemas financieros y económicos globales». La coordinación de la empresa, al parecer, estaría a cargo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial.
¿Qué verdad encierra esta sorprendente declaración de Gordon Brown? Me parece que es una media verdad o sólo en parte una verdad.
Los países que forman parte del G20 representan el 85% del producto bruto mundial. Esta considerable realidad abarca a países emergentes -Brasil, India, China, Rusia, Arabia Saudita, Argentina, Sudáfrica, Indonesia, México, Turquía, Australia- que se suman a las tradicionales potencias -Alemania, Canadá, Estados Unidos, España, Francia, Japón, Italia- y al representante de la Unión Europea.
Se trata indudablemente de una importante ampliación con relación al G7, el grupo de las siete naciones industrializadas que posteriormente se convirtió en el G8, y significa la incorporación de doce países provenientes de cinco continentes. Pero se debe considerar, por ejemplo, que sólo tres entre los países del mundo islámico están representados: Arabia Saudita, que es una teocracia plutocrática, Indonesia y Turquía. Esto es manifiestamente poco para una organización que se propone como el «gobierno económico y financiero del planeta». En realidad, para asumir tal función, deberían incorporase los restantes 170 países miembros de las Naciones Unidas.
Por otra parte, no se han definido con suficiente claridad las políticas financieras y económicas del proclamado nuevo orden que, según la expresión del Presidente estadounidense Barack Obama, sentará las bases de un «nuevo paradigma de desarrollo».
Además, el G20 no ha sido capaz de superar las viejas divergencias entre los países desarrollados y los países emergentes. Y es poco lo que se ha hecho para reformar la economía de casino: no se han reducido los premios multimillonarios y escandalosos de los dirigentes de grandes empresas -bancos incluidos-, no se ha puesto fin a los paraísos fiscales, no se han establecido los necesarios mecanismos de fiscalización para evitar la corrupción en el sistema financiero. Son estas condiciones sin las cuales no se podrá superar esta crisis y prevenir las futuras.
No obstante todo lo anterior, en el plano diplomático el G20 implica un paso relevante, el de instituir el diálogo entre naciones tan diferentes como Estados Unidos, China, Alemania, Japón, Rusia, Brasil, India, Sudáfrica e Indonesia.
En el preámbulo del documento final del G20 figura la premisa (polémica) de que los países signatarios se han comprometido a garantizar la recuperación económica, a reparar los sistemas financieros y a mantener el flujo global de capitales. Afirma también que «todo ha funcionado» (lo que es igualmente polémico) y que el grupo de naciones no permitirá el retorno de un sistema bancario que ha sido el responsable de la crisis económica en curso. Parafraseando a los creyentes, podríamos exclamar: «¡Qué Dios los oiga!
En sentido semejante, las conclusiones del G20 contienen algunos principios simpáticos pero vagos, como que es necesario un mayor empeño para impedir «las prácticas abusivas del mercado», que se debe «fortalecer la regulación del sistema financiero internacional», que el Banco Mundial y los bancos de desarrollo regionales «deberán reforzar la recíproca coordinación» y que «se debe fomentar la transparencia de las estructuras de compensación». Y sobre las negociaciones comerciales mundiales que desde noviembre del 2001 se arrastran en el marco de la Ronda Doha debido al desacuerdo entre países desarrollados y en desarrollo nos dicen que obrarán para que concluya con éxito en 2010 y agregan que «es imperativo permanecer unidos contra el proteccionismo». Pero no se dice en parte alguna de qué manera y con cuales medidas se alcanzarán tan loables objetivos.
El G20 se ha ocupado también de la seguridad energética y de los cambios climáticos que deben ser afrontados -mediante medidas perentorias.- en la Conferencia de las Naciones Unidas en Copenhagen en diciembre próximo y se ha empeñado a «trabajar para que la recuperación sea duradera, sustentable y verde».
Todas buenas intenciones, ¿pero realmente estará decidido el G20 a pasar de las palabras a los actos?
La próxima cumbre del G20 tendrá lugar en Canadá en junio del 2010 y en Corea del Sur en noviembre del mismo año. Veremos si el tiempo -y la crisis- inducen a este grupo de países a actuar con buen sentido y a cumplir sus promesas. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Mário Soares, ex Presidente y ex Primer Ministro de Portugal.