Un juez civil de Belén, Raimundo das Chagas Filho, me condenó el mes pasado a pagar una indemnización y costas de alrededor de 20.000 dólares por daño moral causado a la memoria de Romulo Maiorana y su familia, propietaria del mayor grupo de comunicaciones del Norte del Brasil, asociado a la Red Globo de Televisión. El motivo de la sentencia es un artículo publicado en el Jornal Pessoal (Diario Personal), quincenario que escribo integralmente y que circula en Belén desde hace casi 22 años, en el que mencionaba la relación de Maiorana con el contrabando en el origen de su fortuna.
Pese a que el juez afirma que la facturación de Jornal Pessoal es suficiente para hacer frente a la indemnización, esa cifra representa un año y medio de facturación bruta del medio, que es su único recurso ya que no aceptamos publicidad y equivaldria a 15 millones de dólares si la pena se aplicase al diario de los Maiorana, "O Liberal". El objetivo de este último juicio y de los 32 que lo precedieron, es terminar con mi medio de expresión. He apelado esa sentencia.
En 1992 Haroldo Maranhao, quiza el más importante escritor de Amazonía del siglo pasado, escribió un artículo en un diario de Belén lanzando mi candidatura a diputado federal. Sostenía que yo debía dejar el periodismo y transmitir mi mensaje a auditorios mayores y más calificados.
En 1970, cuando cumplí 21 años, mi padre me hizo la misma propuesta. Quería que yo fuese su sucesor en política, heredando su inmenso caudal electoral en el Bajo Amazonas de Pará, donde fue elegido prefecto de Santarem y diputado estadual. El régimen militar lo proscribió y se disponía a transferirme su patrimonio de votos. Lo pensé largamente pero finalmente decidí continuar con el periodismo;
Eso pese a la tentación y a la conciencia sobre que significaría el cambio de profesión: en vez de retratar la realidad y explicarla, intentar modificarla.
Pero topaba con la pregunta clave: ¿podría yo ser mejor como político que como periodista? Creo que no. Esta certeza está en contradicción con la sensación que frecuentemente me asalta: el periodismo me ha impedido un mayor nivel intelectual. La coyuntura y lo cotidiano de quien vive en la Amazonía y se ocupa de seguir la historia inmediata de la región absorbe todo el tiempo y toda la energía, no deja espacio para proyectos de mayor envergadura. El día a día es increíblemente dinámico y cambiante.
En 1976, por ejemplo, cuando el satélite norteamericano Skylab fotografió el mayor incendio hasta entonces documentado en la historia, en la hacienda Volkswagen situada en el sur de Pará, la deforestación plurimilenaria de la Amazonía no superaba el 0,8% de su superficie. Hoy llega al 20%. Nunca antes el Homo Sapiens derribó tanto bosque en tan poco tiempo
Por coincidencia, ingresé en el periodismo profesional en 1966, a los 16 años, cuando fueron aprobados los incentivos fiscales federales que hicieron multiplicar el ritmo de ocupación de la Amazonía -a un costo exorbitante para el tesoro nacional- y científicos de diversos países se reunieron en Belén para conmemorar el centenario de la más antigua institución regional de investigación, el Museo Emilio Goeldi. Aún adolescente, descubrí que la ciencia y el desarrollo deben transitar por caminos paralelos. La ciencia podría haber orientado el proceso de desarrollo si se la hubiera colocado en la delantera. Pero relegada a la retaguardia, sólo ha podido registar en el suelo amazónico devastado las señales de la irracionalidad y de la destrucción.
Puse todo mi empeño para tratar de evitar que esa trayectoria esquizofrénica condujese al deterioro de esta región que es la mayor frontera de recursos naturales del planeta. He perseguido la verdad con el método del periodismo de investigación: someter las informaciones obtenidas a examen antes de presentarlas a los ciudadanos. Y nunca me preocupé por averiguar a quien le agradaba esta actividad o -lo que es más peligroso- a quien le desagradaba. Sólo me importa saber si las informaciones son correctas y relevantes. Comprendí, en la práctica, lo que todos sabemos en teoría: que la verdad es incómoda, subvierte, amenaza.
Por ironía, en 1992, los incomodados -todos ellos encaramados en distintos grados de poder- decidieron que la mejor táctica era, no discutir con el autor de las revelaciones, sino perseguirlo, intimidarlo y condenarlo. Y así comenzó la serie de las hasta ahora 33 acciones judiciales contra mi persona en los tribunales de Belén, sin que los demandantes aceptasen, ni siquiera una vez, discutir los temas de mis denuncias públicas. Saben que la verdad está de mi lado. Pero también saben que tienen el poder. En plena vigencia de la democracia en Brasil, están consiguiendo lo que ni aún durante la dictadura militar parecía posible: instaurar procesos políticos por vía judicial, semejantes a los de la era comunista en Europa Oriental.
Condenado una vez más el mes pasado, tengo la impresión cada vez más nítida de estar en un Gulag tropical. Pero siento también más fuerte la determinación de seguir enfrentándolo. Es una forma de lucha tan especial que, para poder entablarla, tuve que crear un arma original: un periódico que escribo enteramente. Es microscópico, pero es un mosquito "con pegada" como se dice en el lenguaje pugilístico.
Desde su base casi artesanal se ha convertido en una de las voces amazónicas, una voz disonante en un concierto mundial que la ataca pero no la quiere admitir como protagonista. Precisamente, que la Amazonía sea la protagonista de su propia historia es lo que deseamos. Y por ello continuaremos la lucha, siempre. (FIN/COPYRIGHT IPS))
(*) Lúcio Flávio Pinto, director de Jornal Pessoal (Diario Personal), que denuncia la corrupción, la impunidad y las consecuencias económicas y ecológicas de la explotación de la Amazonía, ha enfrentado 33 procesos judiciales y numerosas agresiones físicas y amenazas de muerte.