En la historia de los 250 años del capitalismo industrial se han verificado numerosas crisis cíclicas y por lo menos tres crisis sistémicas -incluida la actual- que tuvieron carácter mundial.. En las crisis precedentes los capitalistas siempre adoptaron medidas para sanear el sistema y recuperar el ciclo de expansión y de reproducción del capital.
Entre esas medidas se destaca la necesidad de destruir el capital acumulado sobrante (en pocos meses han sido quemados más de cuatro billones de dólares), aumentar la explotación laboral de los trabajadores para elevar la tasa de lucro sobre todo mediante el desempleo, la disminución de los niveles medios salariales y el incremento de la productividad laboral. La Organización Mundial del Trabajo pronostica que 40 millones de operarios perderán sus empleos.
En ese marco, las consecuencias de la crisis sobre la agricultura muestran algunas características peculiares.
En los últimos 20 años se ha difundido en el hemisferio sur una alianza entre los grandes terratenientes y las corporaciones que controlan la producción de insumos agrícolas y el mercado mundial de alimentos, el agrobusiness.
Esta agricultura capitalista, latifundista y mecanizada exige cada vez más agrotóxicos y créditos. Necesita el capital financiero para comprar los insumos industriales producidos por las corporaciones. Pero la crisis actual ha afectado la irrigación de capitales, ha causado la caída de la producción de las mercaderías destinadas al mercado mundial, el descenso de la tasa de lucro y un cuantioso desempleo entre los trabajadores asalariados que en general trabajan solamente en los ciclos agrícolas y en gran parte son migrantes.
Aunque se ha reducido el ritmo de inversión de capitales en la agricultura, se advierte una intensificación de la apropiación de los recursos naturales aún disponibles. En los últimos años es patente una ofensiva capitalista para adquirir más tierras, áreas con biodiversidad, reservas minerales, fuentes de agua y de energía.
La tendencia es hacia la posesión de bienes naturales que por no ser utilizados tienen bajos precios pero que, en el próximo ciclo de acumulación aportarán inmensas ganancias al ser colocados en el mercado. Al mismo tiempo las corporaciones intentan un mayor control del mercado de las simientes. En muchos países se impone la adopción de simientes transgénicas sobre las que, según las normas de la Organización Mundial del Comercio, las corporaciones tienen derechos de propiedad cuando en realidad son un patrimonio de la humanidad.
Brasil y otras naciones de Asia y Äfrica somos víctimas de la avidez de capitales internacionales que han venido a invernar durante la crisis para recomponerse y volver a concentrarse en un nuevo ciclo de acumulación.
Los campesinos continúan resistiendo en todo el mundo y experimentan las consecuencias negativas y positivas de esta crisis.
Negativa es la reducción de la demanda de sus productos en los mercados locales en función de la caída de la renta de la población trabajadora, cada vez más urbanizada, más desocupada y con empleo precario. Se han reducido los flujos migratorios de su juventud, que no encuentra trabajo en las ciudades o en los países desarrollados. Por ello, también disminuyen las remesas de los trabajadores emigrantes del sur a sus familias, generalmente de origen campesino.
Como consecuencia de la presión de las grandes corporaciones para apoderarse de más tierras y recursos naturales se intensifican los conflictos sociales. En casi todos los países del sur las tierras más fértiles y próximas a los mercados se disputan palmo a palmo entre los campesinos y los capitalistas que quieren implantar el modelo del agrobusiness para la exportación.
En los numerosos casos en los que los campesinos fueron captados por la agricultura industrial y adquirieron los insumos producidos por las corporaciones, ahora enfrentan un encarecimiento de esos insumos muy superior a la inflación. Muchos campesinos se han endeudado y han debido abandonar sus tierras, particularmente en países de Asia como India, Tailandia e Indonesia.
Los recursos que los Estados antes aplicaban a programas sociales a favor de los campesinos -salud pública, educación, transporte, asistencia técnica- se reducen en el marco de la crisis porque van en primer término a salvar a los capitalistas.
Los aspectos positivos derivan de que los pequeños campesinos, aunque operan en un medio capitalista, pueden producir sus propios alimentos y no pierden sus trabajos. Se les reduce la renta pero no quiebran.
El modo de producción de monocultivos en gran escala, que destruye las demás formas de vida vegetal y animal, y genera alimentos cada vez más adulterados por los venenos agrícolas, está causando el desequilibrio del medio ambiente, la contaminación del aire y del agua y el cambio climático.
Estas contradicciones están orientando a las poblaciones de las ciudades a convertirse a mediano plazo en aliadas de los campesinos para modificar el modo de producción agrícola a fin de obtener alimentos sanos.
La crisis provocará ciertamente un largo e intenso debate en la sociedad sobre la forma de utilizar los recursos naturales y puede determinar cambios benéficos para la agricultura mundial.
Los capitalistas quieren producir dólares y lucro. Los campesinos quieren producir alimentos sanos y bienestar. Esta disputa acontece en todos los espacios territoriales en los que ambos se encuentran. El futuro está del lado de los campesinos. Y en contra de los depredadores de la naturaleza y de los explotadores del pueblo. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) João Pedro Stedile, economista, miembro del Movimiento de los Sin Tierra (MST) y de Via Campesina Internacional