BRASIL: POTENCIA Y REALISMO

Dicen que un político francés, al preguntársele si Brasil tenía un buen futuro, contestó con desdén y sabia ironía que “Brasil siempre había tenido un gran futuro, tenía un buen futuro, y siempre tendría un magnífico futuro”. Parece que Brasil ha vivido durante décadas bajo esa especie de estigma.

Durante la segunda mitad del pasado siglo, Estados Unidos descubría sistemática y periódicamente el potencial de Brasil como socio o aliado idóneo para su estrategia mundial. En el resto del continente se decía, como contraste con la ambivalencia y frecuentes cambios en las estrategias de política exterior, que en Latinoamérica solamente había dos Estados “serios” en sus movimientos diplomáticos: Cuba y Brasil. Los demás presentaban agendas erráticas, poco confiables, y generalmente ineficaces para sus respectivos intereses.

Pero lo cierto era que Brasil no conseguía sublimar una teórica implantación mundial acorde con la percepción de la que disfrutaba en casi todo el planeta. El nuevo desorden mundial tras el final de la Guerra Fría ha permitido el ascenso de algunos actores secundarios que se han ubicado en el centro de la atención, no solamente de Estados Unidos, como único superviviente de la confrontación ideológica anterior. Pero si es verdad que Estados Unidos puede intervenir, con mayor o menor fortuna, en cualquier escenario y sobre toda la gama de la agenda de urgencia, no está garantizado que pueda tener éxito sin la colaboración de socios con potencial de eficacia y merecedores de la confianza. Brasil, por fin, ha venido a ocupar ese puesto de privilegio.

El problema es que otros actores que quieren contar en el nuevo e incierto mundo también piensan lo mismo de Brasil y pujan para tenerlo a su lado. Además, algunos de estos nuevos protagonistas tienen las mastodónticas dimensiones de Brasil y también compiten con su potencial protagonismo. El primer déficit de Brasil es que tiene un exceso de atractivo. Y lo que no está tan claro es si Brasil está en condiciones de responder a las expectativas y si sus dirigentes están dispuestos a prestarse a ejercer ese papel de responsabilidad. Entre la ambición y la cautela se mueve ahora la maquinaria gubernamental en Brasilia, donde el poder es la industria local.

La voluntad existe para encarar esos retos globales y regionales, pero por otra parte sus dirigentes y estrategas económicos, por no hablar de los expertos sociales, son conscientes de la notable dosis de déficit en su problemática nacional interna. En primer lugar, Brasil está ya en recesión, con un descenso del 0,8%. Tiene una moneda sobrevalorada, que produce carestía de la vida. Como otros países latinoamericanos, sufre de un elevado nivel de desigualdad, inaceptable moralmente e insostenible para la estabilidad político-económica.

Como resultado, la percepción de la amenaza a la seguridad personal ya no es una advertencia a turistas, sino una evidencia cotidiana de los ciudadanos de Rio y otras urbes. Impresionantes espacios del territorio están fuera del alcance del Estado. Hay “favelas” urbanas donde la policía simplemente no penetra; el “orden”, simple y llanamente, está “garantizado” por las llamadas eufemísticamente “milicias”, bandas de narcotraficantes, extorsionadores y asesinos.

El necesario escudo social para enfrentar este reto es todavía deficitario. El estado de la educación alarma, no solamente a los ciudadanos perceptivos, sino a la UNICEF. La repetición de curso es la norma. Escandaliza el ausentismo de los profesores, mal pagados y peor educados. No tienen contraparte en los hogares: las tasas de familias regidas sin padre son espectaculares, herencia de la esclavitud, según algunas interpretaciones. Solamente un 2% de los negros llegan a enseñanza superior. Se señala que casi el 50% de las familias en estado de pobreza están regidas (si eso es posible) por cabezas de familia (en desproporción, mujeres) que no tienen un solo año de educación alguna. No está mejor el escalón superior de la educación: mientras Alemania disfruta de 30 doctorados por mil habitantes, Brasil solamente tiene 0,6%.

No obstante, la ventaja comparativa en competencia con el resto de los llamados BRICs (Brasil, Rusia, India y China) con los que el Presidente Lula se ha reunido en una cumbre en Ekaterinburgo el 16 de junio, es que Brasil, con todos sus defectos, es un sistema económico mundial desde hace más tiempo que sus socios en ese curioso grupo. En su teatro natural, su preeminencia (o simplemente su presencia) no es cuestionada. Ni México (con su proximidad a Estados Unidos como losa permanente), ni mucho menos Argentina, pueden ocupar el lugar en el sol en principio reservado al Brasil.

En América Latina Brasil es punto de referencia ineludible. Lo contrario de Venezuela, que levanta recelos, silenciados tácticamente. En contraste con la fiebre de reelección que atenaza al resto de Latinoamérica, Lula, que disfruta de un nivel de aceptación envidiable, no seguirá, ni ha escuchado los cantos de sirena en esa peligrosa senda. Ese comportamiento razonable tendrá también un peso considerable en que Brasil no siga siendo simplemente un país de futuro: es un coloso con el que se debe contar. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Joaquín Roy es catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (roy@Miami.edu).

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