Para quienes estamos concentrados en erradicar la pobreza y la desigualdad, el mayor riesgo de la reunión cumbre del G20 fue que los países más ricos pudieran usar la depresión financiera global para recortar sus compromisos en materia de ayuda y poner en primer lugar sus propios intereses. Ello significaría un desastre para los millones de personas que sufren por el hambre en aumento, el cambio climático y una vida en profunda pobreza en el mundo en desarrollo. Es en esta hora cuando más se necesita la ayuda y cuando las soluciones deben ser audaces.
Cuando el primer ministro británico Gordon Brown finalmente se presentó para anunciar los términos del acuerdo, fuimos cautelosamente optimistas: prometió más de un billón de dólares para préstamos de emergencia a fin de ayudar a los países en apuros: la magnitud de la cifra pareció imposible de entender y los mecanismos para entregarla a los países más pobres resultan por lo menos dudosos.
El aspecto quizás más preocupante es que el G20 propone entregar esos masivos recursos mayormente a través de las ya existentes instituciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo, que en el pasado insistieron en la aplicación de fracasadas políticas de globalización como condición para que los países pobres obtuvieran ayuda.
Los gobiernos de los países pobres han sido forzados a menudo a implementar políticas de libre comercio, se les impuso la desregulación de sus mercados financieros y de capitales y recortes en los gastos de salud y educación. ¿Continuará ello ahora? La reunión no fue clara al respecto.
Hemos estado diciendo desde hace años que esas instituciones necesitan urgentemente ser reformadas y que si se les dá más dinero sin concretar previamente la reforma , puede no ser de ayuda a la gente que más lo necesita.
Somos también cautelosos y desconfiados por la falta de pormenores sobre el uso de incentivos para la construcción de una economía verde y porque sus montos no pueden provocar cambios significativos a favor de una economía global más sostenible.
Y, por supuesto, todo queda reducido a la gran cuestión del gobierno de la economía mundial. Y cabe preguntarse: ¿Es este foro el más apropiado para tomar estas decisiones y el verdaderamente adecuado para enfrentar al defectuoso orden financiero mundial que ha sido creado imprudentemente a través de décadas?
El G20, que incluye sólo a 20 de las naciones del mundo, no es el mejor lugar para idear los planes para enfrentar la crisis mundial. El foro adecuado es las Naciones Unidas, que incluyen a 192 estados miembro. Reuniones de la ONU previstas los próximos meses la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Crisis Económica y Financiera Mundial y su impacto en el desarrollo a celebrarse en junio y la Conferencia de Copenhague sobre Cambio Climático en diciembre- serán claves para avanzar en estos temas. El presidente francés, Nicolás Sarkozy, no puede hablar en nombre de Bangladesh ni Brown en nombre de Zimbabue.
Desde hace tiempo asistimos a reuniones de líderes mundiales en las que han prometido grandes ayudas para el desarrollo pero cumplieron poco. Francamente, sus palabras a menudo suenan falsas. Para África solamente, los donantes están 40.000 millones de dólares por detrás de lo prometido en ayuda para el desarrollo durante la reunión de Gleneagles en julio de 2005. Algunos países, particularmente los de África subsaharina, necesitan no más préstamos sino donaciones de dinero sin condiciones para poder alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio. De otro modo, la misma solución se puede transformar en un problema. La reafirmación del compromiso del G20 de cumplir con sus respectivas promesas, incluyendo las referidas a la ayuda para la financiación del comercio, el alivio de la deuda y las efectuadas en Gleneagles, especialmente con relación al África subsahariana, es por lo tanto bienvenida.
Pero la realidad es dramática. Los países pobres están en estado de total desesperación. Están sufriendo los gravísimos efectos del encarecimiento de los alimentos y de la energía, así como del cambio climático que avanza, y ahora, además, les está golpeando una crisis financiera que sus gobiernos no causaron en modo alguno.
En realidad, necesitamos una representación igualitaria de todos los países del mundo para reparar una economía global desestabilizada e inicua. Las intenciones expresadas por el G20 son buenas pero omiten importantes detalles que muestren de qué modo serán protegidos los pobres y cómo será canalizado el dinero hacia las mujeres y niños más necesitados. Quienes estamos en el movimiento antipobreza no podremos descansar un solo minuto ni apartar nuestra mirada del tema en los meses venideros. Esta lucha está lejos de haber terminado y mantenemos una considerable presión para lograr que se haga justicia con quienes más lo merecen. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Kumi Naidoo, copresidente del Llamado Mundial a la Acción Contra la Pobreza (GCAP)