Creo que resulta importante recordarlo: debieron ocurrir varios acontecimientos de repercusión universal para que se vislumbrara el fin del embargo norteamericano sobre Cuba. Porque sin el profundo viraje político que se vive en América Latina, sin la elección conmovedora del primer presidente negro de Estados Unidos (un hombre, por demás, comprometido con el Cambio, en sus más amplias resonancias), y sin el cataclismo de la crisis económica y financiera que ha sacudido las bases del sistema capitalista, el tema del bloqueo/embargo decretado hace 47 años sobre Cuba quizás hubiera mantenido por quién sabe cuánto tiempo sus más permanentes características: condenado por muchos en los foros internacionales, denunciado por el gobierno cubano pero sufrido en carne propia por los habitantes de la isla y sostenido por las administraciones norteamericanas como supuesto mecanismo de presión para provocar cambios políticos en La Habana.
Pero las transformaciones que pretendía Washington no han llegado, y la secretaria de Estado Hillary Clinton ha debido reconocer, al fin, el fracaso de la política norteamericana hacia Cuba. El presidente Obama, en su intervención durante la V Cumbre de las Américas, ha ido incluso más allá y comentó Creo que podemos llevar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos en una nueva dirección… y advirtió que no estaba hablando de esa forma solo por salir del paso en un cónclave donde la ausencia de representación cubana y el problema del embargo a la isla fueron asuntos más que recurrentes.
Aunque hasta ahora se acumulan más palabras que hechos, resulta indudable que en los aires que corren se respira una nueva época. Para nada es casual que tras la derogación por parte de Obama de las restricciones que impedían el libre viaje a la isla de los cubanos residentes en Estados Unidos y el envío de remesas a sus familiares, sumado a la posible negociación de contratos para mejorar las comunicaciones de Cuba y con Cuba, el presidente Raúl Castro declarara que su gobierno le había expresado a la nueva administración norteamericana en privado y en público la disposición a discutirlo todo, derechos humanos, libertad de prensa, presos políticos…, con el único requisito de que fuese en igualdad de condiciones, sin la más mínima sombra sobre nuestra soberanía….
Pero el presidente Obama, enemigo de la retórica, no ha podido escapar de las fórmulas al uso y comentó que Cuba debería también dar pasos de acercamiento y mostrar su voluntad de cambio para que se avanzase en el camino del entendimiento posible. Lo que parece olvidar es que el bloqueo/embargo ha sido incluso un aliado político del gobierno cubano, pues le ha granjeado solidaridad internacional y ha funcionado como un elemento utilizado para reafirmar la postura interna y darle rostro a muchas de las carencias que se viven en el país. Por tales razones resulta evidente que su eventual supresión, aun cuando agilizaría diversos procesos económicos y sociales en Cuba (imprevisibles y, por tanto, riesgosos para el status quo), no es una urgencia vital para el gobierno cubano, que ha demostrado que puede sobrevivir sin el apoyo del desaparecido socialismo del este y hasta con el embargo recrudecido de la era Bush.
Por ello, quizás el elemento más importante a tener en cuenta en el terreno de las exigencias es si los cambios que en algún momento deben introducirse en la economía y la sociedad cubanas responderán a la creación de un nuevo clima de entendimiento o llegarán por una necesidad de la realidad que se vive en un país urgido de cambios estructurales y conceptuales.
Aunque lentos, retardados, menguados, parece inevitable que algunos cambios llegarán. La proverbial ineficiencia económica de la isla, que no ha conseguido satisfacer numerosas exigencias del país, ni siquiera en rubros como la agricultura; el desgaste social que se manifiesta en la marginalización de sectores de la población y la tendencia a la emigración de muchos jóvenes; la incapacidad del engranaje productivo para resolver problemas como el de la vivienda (se calcula un déficit superior al medio millón de habitaciones, mientras una ciudad como La Habana se puebla de ruinas amenazantes); la reconocida incongruencia entre los salarios estatales y el costo de la vida, sumado a la trampa financiera de la existencia de dos monedas y dos economías que se miran sin entenderse; o la necesidad de permisos de entrada y salida para los cubanos que viajen desde y hacia Cuba, son apenas algunas de las realidades que reclaman nuevas políticas, porque presionan la vida cotidiana de los habitantes y amenazan el futuro del sistema social mucho más que el bloqueo/embargo.
Durante los últimos 20 años Cuba ha vivido en la etapa que a principios de 1990 fue denominado período especial en tiempos de paz, para darle un nombre menos doloroso a lo que en realidad fue una crisis general. Y aunque en los últimos tiempos muchos de los efectos de esa crisis han sido aliviados (el suministro de medicinas y el transporte urbano en La Habana, por ejemplo) y otros superados (los apagones que llegaron a durar 16 horas por día), no puede olvidarse que toda una generación de cubanos ha crecido bajo los efectos desgastantes de esa coyuntura. A las carencias materiales se ha ido sumando, entonces, el desgaste moral de importantes sectores, manifiesto en actitudes como el desempleo voluntario, el resurgimiento de la prostitución, la proliferación de tribus urbanas de jóvenes, la pérdida de valores éticos diversos, la corrupción…
Cuba debe cambiar, y no por lanzar un gesto sobre el estrecho de La Florida, sino por sus propias deficiencias y necesidades. Y quizás ahora Estados Unidos, desde una perspectiva más realista, llegue a entender que la eliminación o degradación del embargo puede ser lo que más ayude a propiciar esos y otros cambios en su vecino del Caribe. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a una decena de idiomas y su más reciente obra, La neblina del ayer, ha ganado el Premio Hammett a la mejor novela policial en español del 2005.