El presidente venezolano Rafael Caldera, cuando todavía contaba como pieza clave de la democracia venezolana antes del vendaval de Hugo Chávez, asistió a un cónclave hemisférico celebrado en 1994 en Miami. Prudentemente, al ser preguntado por las expectativas, contestó que estaba allí para complacer al presidente Bill Clinton, quien al parecer había invitado a los otros 32 presidentes y primeros ministros a una barbacoa y a tomar café.
En rigor, Clinton había convocado a sus colegas en la mayor cumbre de las Américas desde la histórica de Punta de Este en 1967. Desde 1994 mucho viento ha soplado en el hemisferio y en el mundo. No queda prácticamente nada de las buenas intenciones de Clinton y de sus colegas. En Miami se había anunciado la plasmación del mayor bloque de integración regional del planeta. Se extendería desde la Tierra de Fuego colindante con las Malvinas, cerca del Polo Sur, hasta la Alaska donde años más tarde lanzaría su candidatura Sarah Pallin. Era, en fin, la culminación del contraataque del imperio por medios pacíficos. Nacía el Area del Libre Comercio de las Américas (ALCA).
No era, sin embargo, una novedad. Se trataba de una ampliación espectacular del método del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCNA, mejor conocido como NAFTA, sus siglas en inglés). De esa manera se trataba de responder, poco a poco, a la formación del Espacio Económico Europeo, compuesto por la Comunidad Europea, transformada desde 1992 en Unión Europea, y también por los miembros de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), progresivamente huérfana de socios que optaban inexorablemente por la tenaz UE.
En Miami también Clinton se hizo una foto histórica con los colegas canadiense y mexicano, quienes daban la bienvenida al NAFTA a Eduardo Frei, quien aportaba Chile al bloque norteamericano, con dudoso respeto por los conceptos geográficos. La doble pinza entre ALCA y NAFTA parecía de esa manera ser un competidor para los incipientes y defectuosos esquemas de integración latinoamericanos. Sucesores en subregiones de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y su trueque en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), la Comunidad Andina (nacida como Pacto Andino) y el llamado ampulosamente Mercado Común Centroamericano veían como surgía el imponente Mercado Común del Sur (MERCOSUR). A medio camino entre la América norteña y la sureña, se detectaba la lenta formación de la Comunidad del Caribe (CARICOM), predominantemente compuesta por ex colonias británicas.
Por otra parte, en lugar de combatir estos esfuerzos americanos, la Unión Europea aportaba cuantiosos recursos financieros y apoyo político, además de la sutil venta de su modelo de integración. Centroamérica (aquejada de enfrentamientos cruentos) y el Caribe balcanizado serían los mayores receptores de ayuda al desarrollo. Europa veía que una Latinoamérica más rica y políticamente coherente solamente le podía reportar beneficios en términos de importaciones y rentabilidad de sus inversiones. Todo, en fin, era un escenario complejo, pero sólido, de un tejido de integración y cooperación interamericana que contribuyera al desarrollo, el progreso y la estabilidad de todo el continente.
Pero el ambicioso esquema continental empezó a resquebrajarse por las disputas internas y la desconfianza ante la política de Estados Unidos. La virtual estructura institucional se esfumó. Miami vio que de su utopía en convertirse en la Bruselas de las Américas (según los esloganes usados por cámaras de comercio) solamente quedaban unas tarjetas de visita de cargos sin contenido. Washington comprobó cómo sin el asentimiento de Brasil no habría hegemonía continental por la fuerza del comercio.
Recientemente, firmada el acta de defunción del ALCA, lanzada alegremente la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), gracias a los petrodólares de Chávez, los sub-bloques se han movido irresponsable o contradictoriamente. La Comunidad Andina se quedó sin un socio (Venezuela, que ha tratado de ingresar en MERCOSUR, como un elefante en un bazar), otro amenaza en irse (Bolivia), mientras el resto opta desesperadamente por lograr tratados de libre comercio con Estados Unidos. El Caribe y Centroamérica son incapaces de completar uniones aduaneras. Finalmente, ante la mirada al mismo tiempo estupefacta y satisfecha de México y Chile, que disfrutan por separado del favor europeo y estadounidense, la UE he tirado la toalla ante los desastres de los sub-bloques y se declara dispuesta a negociar individualmente.
Desde la reunión de Miami, el entramado continental ha sido sustituido por una serie de cumbres que se han paseado por Quebec, Monterrey, Santiago de Chile, Mar del Plata y ahora le toca a Puerto España. Por mucho que se resistan los organizadores, las estrellas que se teme acaparen la atención son Chávez en presencia, quien ya organiza un preludio del ALBA en Caracas, y Fidel y Raúl Castro en ausencia.
Pero algo positivo hay ahora. Es la primera vez que todos los 34 asistentes han sido democráticamente elegidos. Que dure. Las tentaciones populistas se esparcen y las peticiones de mano dura para enfrentarse a la inseguridad, las protestas por la desigualdad, y el ansia de movilidad descontrolada pueden convertirse en parte de una agenda imposible de cumplir. (FIN/COPYRIGHT IPS)(*)Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).