Si es miércoles (o jueves) puede ser Londres, Estrasburgo, Baden-Baden, Praga o incluso Estambul. Barack Obama se ha embarcado en un agotador periplo europeo que ni siquiera va a impactar su peculiar sonrisa y carisma. Europa ya apostó por Obama, aunque no se sabe bien si fue por el disgusto con Bush o por apoyar las causas liberales de las minorías raciales, aunque en el propio continente se pisoteen frecuentemente. El hecho es que el presidente estadounidense encara de lleno la inevitable necesidad de mantener la alianza con una región que es a la postre la única de fiar para los intereses globales de Washington, antes y ahora. Europa y Estados Unidos están condenados a entenderse.
La descomunal agenda de Obama encara algunas importantes aristas, incomprensiones y falsas percepciones. En Europa existe un malentendido sobre Estados Unidos, donde se ignoran ciertas esencias europeas, sobre todo las de más reciente instalación. La primera causa de la defectuosa comprensión de Europa para los ojos norteamericanos es precisamente la ambivalencia europea en definirse. Existe una contradicción entre las declaraciones oficiales y los evidentes logros de la integración (sublimada en la entidad llamada Unión Europea) y la imagen negativa que frecuentemente proyectan los líderes europeos actuales, aunque a menudo los ciudadanos no les van a la zaga.
Todavía resuena la admonición de Henry Kissinger acerca de la identificación del teléfono de Europa. La UE respondió lenta pero tímidamente con la instalación del nuevo puesto de Alto Representante para la Política Exterior Común y de Seguridad (PESC). Javier Solana, es sabido, es hasta ahora el primero y único Mr. Pesc. Pero cuando se intentó elevar este cargo a la categoría de Ministro de Asuntos Exteriores en la fallida Constitución, no se consiguió más que rebajarlo a la categoría del título rimbombante original en ese rescate del Titanic que es el Tratado de Lisboa, pendiente de un hilo, el segundo referéndum irlandés.
De aprobarse este texto de reforma, Europa pasaría a tener no un teléfono, sino cuatro: el nuevo Presidente con un mandato de dos años y medio, renovables; Mr. Pesc; el mandatario del país que rotatoriamente seguiría coordinando los consejos; y el Presidente de la Comisión, que no quisiera verse rezagado. De ahí que los líderes no estén dispuestos a dar mayor poder al Parlamento, ya que su presidente quisiera poder controlar a las demás instituciones. Ya lo dijo Madeleine Albricht una vez: para entender a la UE hay que ser francés o muy inteligente.
Pero, en fin: hay lo que hay. Y con eso debe lidiar Obama. Ante la ambivalencia europea, el presidente norteamericano se va a mostrar prudente para no herir susceptibilidades. Ve que la dirigencia checa (ahora en desbandada, pero no enterrada) quisiera desmantelar la UE y convertirla en una ineficaz OEA, bañada por el Danubio, no por el Potomac Observa cómo la extraña pareja de Nicolas Sarkozy y Angela Merkel no se parecen en absoluto a Mitterrand y Kohl. Comprueba cómo para las nuevas generaciones Monnet es un pintor y Schuman un compositor. A pesar del programa Erasmus, la integración de la juventud europea, aunque ha superado la incomunicación de la primera parte del siglo XX, deja todavía mucho que desear.
Respetuoso con la tradicional relación especial con los británicos, Obama toma cuidadosa nota de que en los discursos que el primer ministro Gordon Brown pronunció en su reciente visita a Washington, no mencionó una sola vez a la Unión Europea. Coincidió con el Presidente americano en referirse a Europa genéricamente. Este concepto geopolítico angloamericano incluye a la OTAN, a cualquier coalición de la vieja y la nueva Europa, y sobretodo a cualquier esquema que suavice los requisitos comerciales de la UE, percibidos como obstáculos para la libre circulación de las exportaciones norteamericanas.
De ahí que Obama, como era el caso notorio de Bush, se deba mostrar extremadamente escrupuloso en no ser etiquetado como inclinado hacia el federalismo europeo, sobretodo en las actuales circunstancias. Ante la anunciada renacionalización de la producción en ciertos sectores (con Sarkozy a la cabeza), el contraataque del imperio no se ha hecho esperar: comprad americano es el grito de guerra populista en el Congreso. Identificada (erróneamente) como la madre natural de NAFTA, la UE puede ingresar en un periodo de mala prensa, a pesar los (insuficientes) esfuerzos que hacen las representaciones de la Comisión Europea, los diversos centros y cátedras dedicadas a romper el malentendimiento, y los esfuerzos individuales dignos de encomio.
El hecho es que la población norteamericana se divide todavía (fuera de la élite académica) en dos bandos. Uno ignora todo sobre la UE y el estado actual de Europa; el otro cree que la integración europea es una maniobra para competir con Estados Unidos y desplazarlo de la posición hegemónica que ha disfrutado durante casi un siglo. Interpretando incorrectamente las causas del actual cambio desfavorable para la moneda norteamericana, se cree que la subida del euro es un ardid europeo agresivo contra la economía norteamericana, cuando en realidad es negativa para las exportaciones europeas. La agenda de Obama es, por lo tanto, ardua y voluminosa. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).