El régimen cubano es como una caja negra de un avión: solamente se abre cuando hay un accidente. Pero, mientras el accidente es instantáneo, la investigación de las cintas grabadas puede durar meses. Puede suceder también que los resultados de la inspección lleguen a una conclusión poco novedosa: error humano. En Cuba se ha producido un accidente para los defenestrados, pero la caja todavía no se ha abierto.
El análisis del cambio en el gabinete de Raúl Castro tiene dos alternativas. La primera es el simplismo que ha sido la norma analítica de numerosas etapas de la escena cubana. Los fracasos en la vivisección de la evolución del régimen cubano incluyen que con la desaparición de Fidel Castro se habían terminado todos los problemas.
La explicación más creíble de los cambios decretados en los primeros días de marzo por Castro es que ha querido rodearse de fieles colaboradores y despojarse de las dudosas lealtades de algunos ministros colocados por su hermano. La teoría de las diferencias ideológicas no funciona. Fernando Remírez de Estenoz perdió su importante cargo de director de relaciones internacionales del Partido Comunista y pudiera ser considerado un profesional de la diplomacia. El canciller Pérez Roque estaba equipado de la credencial de duro. El vicepresidente Carlos Lage era sospechoso de aperturista, aunque fue precisamente el diseñador de la estrategia económica que salvo a Cuba de la quiebra en el período especial.
Noches similares de cuchillos largos han sido la norma en la historia del régimen, desde los 60 hasta la destitución del moderno Roberto Robaina en 1999, quien de ministro de Relaciones Exteriores se ha convertido en pintor erótico. Los fusilamientos de Ochoa y sus colaboradores en el 1989 forman parte del guión de las purgas estalinistas. No tienen otra explicación que la necesidad de mantener el poder sin fisuras. Esta tesis, por lo tanto, estaría conectada con la pretendida resistencia al cambio del régimen, interpretación que viene rebatida por el hecho de que el sistema castrista ha ido cambiando con el paso del tiempo, según las conveniencias.
El fidelismo se despojó del guevarismo, abrió la economía al turismo, ofreció el diálogo a la emigración, y ha colaborado con Washington en materias sensibles de seguridad regional. O sea que, aunque la imagen de colocar los carromatos en circulo (ante la llegada de los indios de las supuestas reformas de Obama) es adecuada, pero no explican todo el complejo fenómeno. Resulta significativa la cronología entre los cambios ministeriales de Raúl y la aparente marcha atrás del nuevo gobierno norteamericano, que ha reducido la anunciada reforma del perfil general del embargo a unos toques cosméticos.
De momento, en lugar de tener que esperar tres años para una nueva oportunidad de visitas familiares, los exiliados y transterrados podrán hacerlo anualmente y gastar más. El gobierno norteamericano hará la vista gorda ante las violaciones de la legislación. Mediante la pinza compuesta por los cambios de Raúl y la prudencia de Obama (bajo la presión de los intransigentes del Senado) se ha echado un jarro de agua fría sobre los informes que abogan a grito abierto por una nueva política de Estados Unidos hacia Cuba. La Comisión presidida por el senador republicano Richard Lugar y las recomendaciones en cascada de la Brookings Institution son solamente la punta del iceberg en cuyo lomo Obama terminará por asentarse.
Para adelantarse a la jugada, según la teoría del maquiavelismo de los hermanos Castro, Raúl habría mandado un mensaje a Obama: todo sigue atado y bien atado. De momento, los colaboradores más prudentes del presidente (quien quiere gobernar por consenso) han optado por la hispánica doctrina del más vale malo conocido que bueno por conocer. Al tener que elegir entre la estabilidad y el riesgo implícito en provocar cambios, Obama ha optado por el más vale no meneallo, de momento.
En este contexto, con los cambios de gabinete, Raúl quiere ganar tiempo, proseguir las maniobras diplomáticas urbi et orbi, en las que las visitas de mandatarios extranjeros casi han dejado de ser noticia. Raúl, con los mensajes enviados a través de sus visitantes, también quisiera aliviar la presencia agotadora del presidente venezolano Hugo Chávez y diversificar su dependencia económica, preparando el momento en que la burbuja petrolífera estalle. Los espectaculares cambios ministeriales no son esencialmente ideológicos. Son fundamentalmente económicos.
Se trata de colocar los peones para encarar el que de veras es el desafío de Raúl: el deterioro de la economía cubana. Sabe que su seguridad interna está de momento asegurada y reforzada por la prudencia de Washington. Sabe que el reto fenomenal es también interno, y atañe muy directamente al estómago de los cubanos y sus bolsillos, ambos perennemente vacíos. Raúl leyó en su momento muy bien a Clinton en su admonición a Bush Sr. Es la economía, estúpido. La caja negra sigue cerrada. Pero, Raúl no reconoce que ha habido error humano. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*)Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).