La victoria de Mauricio Funes, el candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador está completando una oscilación hacia la izquierda en América Latina. Progresivamente ha ido variando el perfil del continente desde los tiempos en que la mayoría de los países salidos de las dictaduras militares fueron eligiendo gobiernos centristas o conservadores. Hoy, el panorama revela que, con la excepción de México y Colombia, y por otro lado Cuba, todos los demás países están gobernados por la izquierda moderada de inclinación socialdemócrata o los neo-populismos que han ido surgiendo. Quedaría el caso de República Dominicana, gobernada por liberales con preocupaciones sociales.
El caso de El Salvador, donde durante casi dos décadas gobernó ARENA, ejemplo claro de autoritarismo de derecha, es significativo por dos motivos. En primer lugar, porque parte de la explicación del triunfo de Funes es que se ha despojado del radicalismo de su partido, todavía bajo la estela de la ideología guerrillera. En segundo término, porque ha completado el total dominio de Centroamérica por los partidos considerados como de izquierda socialdemócrata. Allí conviven el partido de Liberación Nacional en Costa Rica, fundado por José Figueres, ahora bajo el mando prudente de Oscar Arias, los gobiernos de Honduras y Guatemala, considerados más escorados a la izquierda (y admiradores de Castro), los sandinistas nicaragüenses que han tomado una senda peligrosa rozando la dictadura, y en Panamá el partido de Martín Torrijos, miembro de la Internacional Socialista.
En Sudamérica, el balance hacia el neo-populismo está liderado por Hugo Chávez en Venezuela y los Kirchner en Argentina, imitados por Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. Solamente tiene el contrafuerte de Lula en Brasil. A sus flancos están la coalición socialista-democristiana de Chile, el difícil equilibrio del aprista Alan García, y la moderación de los gobiernos de Uruguay y Paraguay, liderados respectivamente por un médico y un obispo. En Colombia, Alvaro Uribe sigue sin oposición, perennemente enfrentado a la narcoguerrilla.
Resulta problemático especular sobre el futuro de este balance. Pero cualquier análisis debe contar con la evaluación del efecto de la crisis económica en cada uno de estos casos. Lo más que se puede hacer es acceder a las comparaciones con las experiencias en otros continentes, donde se ha producido en las recientes décadas una transformación de cierto número de países hacia la democracia. La clave está en seguir enfrentando un enigma perenne: si el progreso económico favorece la consolidación de la democracia.
En Europa el deterioro económico no ha resultado en la reversión democrática. Lo demuestran Ethan Kapstein y Nathan Converse, en un exhaustivo estudio (The Fate Of Young Democracies). En alarmante contraste, en Asia más de la mitad de las democracias en crecimiento recayeron en el autoritarismo. Pero más significativo es que dos tercios de la caída en el autoritarismo se han producido en regímenes donde el ejecutivo es omnipresente, mientras los congresos y el poder judicial son débiles. Es un toque de atención para América Latina, donde un buen puñado de presidentes parecen más interesados en la reelección que en gobernar eficazmente.
Ahora bien, también debe sopesarse (como ocurre ya en Venezuela) que la presión de la crisis puede dejar a los populistas autoritarios sin su arma fundamental (los subsidios). Como ha detectado la CIA, la crisis fuera de Europa y Estados Unidos ya produce mayores niveles de pobreza y desigualdad, de las que América Latina está bien equipada. Mayor nivel de desamparo produce más presión emigratoria y la opción de actividades delictivas, como el narcotráfico y el secuestro. El estado de caos en Ciudad Juárez en la frontera mexicana es solamente un aviso. El uso del ejército mexicano en funciones policiales se puede ver replicada por el insólito envío de tropas estadounidenses a la frontera.
Resultará aleccionador: lo que en su origen fue simplemente un fenómeno producido por la avaricia humana y la incompetencia financiera, se puede convertir en una amenaza más imponente que el terrorismo internacional. Reclamar ahora, como Bill Clinton, que es la economía, estúpido, es un diagnóstico acertado, pero incompleto. La política es, después de todo, algo que decide por opción humana. Mientras tanto, convendría no dejarse atrapar por los resultados globales de las elecciones en El Salvador (con la lección de otras anteriores). Recuérdese que el triunfo del FMLN está respaldado por apenas algo más del 50% del electorado, mientras la otra mitad sigue siendo soporte incondicional de ARENA. Igual puede decirse de la victoria de Chávez en el último referéndum: el país está visceralmente dividido en dos. Y no hay que ir más lejos para recordar que el triunfo de Obama no borró el hecho de casi la mitad de los votantes apoyaron a McCain. Una división tan nítida no es lo mejor que se necesita en estos tiempos tormentosos. (FIN/COPYRIGHT PS)
(*) Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami jroy@Miami.edu