OBAMA, A TODA MARCHA

Pasados pocos días desde la asunción de la Presidencia de los Estados Unidos -el 20 de enero-, hay que reconocer que Barack Obama está actuando muy rápidamente, sin darle tiempo a sus adversarios y a los observadores para organizar sus críticas y sus eventuales ataques. Mientras en Europa no parecen haber advertido -sobre todo los políticos que la dirigen- la "revolución copernicana" que se ha iniciado en Estados Unidos. Se muestran estupefactos y sin capacidad de reaccionar ante las novedades que cada día llegan desde Washington.

Se trata de una revolución pacífica, legitimada por una amplia mayoría de ciudadanos y que, según una encuesta realizada inmediatamente después de su memorable discurso inaugural se declararon de acuerdo en 84% con Obama.

Las expectativas son, efectivamente, inmensas, como lo son los problemas y las dificultades que lo aguardan. Los norteamericanos -como el resto del mundo- depositan una enorme esperanza en este afroamericano de 47 años, de rara preparación y lucidez, con una visión humanista, unitaria y patriótica para Estados Unidos, adepto de la paz, del diálogo y de los derechos humanos que, sin perder un minuto, prohibió la práctica de la tortura y afirmó que dentro de un año clausurará el campo de concentración de Guantánamo y comenzará a retirar las tropas de Iraq.

La nueva política externa será para Obama un permanente dolor de cabeza como se puede ver en esta enumeración en estilo telegráfico de los puntos más calientes:

El conflicto israelo-palestino que, después de la reciente "guerra inútil" que devastó la franja de Gaza y provocó una masacre entre inocentes y, sobre todo, de niños, dejó un lastre de odio hacia Israel que difícilmente desaparecerá en tiempos próximos. Afganistán, donde la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) está próxima al derrumbe mientras la guerra prosigue implacablemente. Irán, que afortunadamente no ha llegado a ser atacado como Israel proponía, pero que implica una negociación extremadamente compleja. El Líbano, donde el cuadro sigue siendo precarío después de otra "guerra inútil" que sólo sembró devastaciones y enconos. El combate contra el terrorismo, que tantos perjuicios causó durante los mandatos de George W. Bush, quien nunca consiguió saber donde se ocultan las bases de Al Qaeda y capturar a Osama bin Laden. Las relaciones con China y Rusia, países emergentes y acreedores de Washington. La dramática situación que padece África, con tantos focos de violencia. Las nueva relaciones a establecer con América Latina, en fase acelerada de transición, sin olvidar el embargo a Cuba, cuyo levantamiento se espera. El renovado impulso a las relaciones euro-americanas, de manera de reducir las secuelas causadas por la administración de Bush. Una mejora substancial de los vínculos con las Naciones Unidas y sus agencias especializadas, así como con las organizaciones económicas internacionales (en primer término el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que deben ser democratizados e integrados en el sistema de Naciones Unidas). Etcétera.

Si de la política externa pasamos ahora al ámbito nacional, no es menor la necesidad de ruptura con el pasado junto con el descubrimiento de nuevos caminos y de nuevas estrategias. Esto vale prioritariamente en materia ambiental, en la que se aguarda que el gobierno de Obama suscriba los acuerdos de Kioto. Pero la mayor urgencia es, obviamente, hacer frente a la crisis económica. El flamante Presidente ha concebido un vasto programa de inversiones en obras públicas y privadas con la finalidad de crear numerosos puestos de trabajo en una coyuntura en la que el aumento de la desocupación constituye el principal flagelo para los Estados Unidos. Ya ha entablado negociaciones con los sindicatos con la idea de otorgarles más prestigio y más protagonismo en el escenario norteamericano y hacerlos partícipes de su designio de crear una nueva sociedad, más democrática y más equitativa. Se ha propuesto, además, "poner más dinero en los bolsillos de los estadounidenses". Y ya ha comenzado a restringir el campo de acción de los lobbies organizados que ejercen presión a favor de intereses privados ante políticos, funcionarios y parlamentarios, una actividad hasta ahora legalmente permitida que es la causa principal de la corrupción reinante. Y como si todo esto fuera poco, se ha declarado contrario a los paraísos fiscales y a la localización de empresas off shore, una práctica sigilosa y opaca que ha sido el vehículo de los grandes escándalos financieros que se han destapado en los últimos años.
(FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Mário Soares, ex Presidente y ex Primer Ministro de Portugal.

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