KENIA: Marihuana contra la pobreza

Pequeños agricultores keniatas optaron por cultivar marihuana o «bhang» —como se conoce en este país africano a la planta de cannabis sativa— del otro lado de la frontera, en Tanzania.

Uno de ellos, Steve Odhiambo, de 25 años, sostiene que las campañas nacionales e internacionales contra el cultivo de marihuana perjudican sólo a los pequeños agricultores, en tanto los verdaderos beneficiarios ni se inmutan.

Desde hace 10 años, la unidad antinarcóticos local lleva adelante una campaña para erradicar el cultivo y el comercio de marihuana. Cientos de hectáreas de plantaciones de cannabis en las regiones de Embu y Meru, en el Monte Kenia, se destruyen e incendian cada año.

La idea de liquidar los cultivos ilegales, escondidos en claros de bosques, fumigándolos desde el aire, no prosperó por la oposición de ambientalistas.

De las 17.578 personas detenidas entre 2005 y 2007 por cargos vinculados a drogas, más de 500 eran cultivadores de cannabis.
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La medida permitió disminuir la producción de marihuana en 80 toneladas al año, según estimaciones de la policía. El kilogramo se vende en la calle a 15 dólares. Pero este país sigue siendo el mayor consumidor de la droga en África oriental.

"La demanda del consumo no disminuyó, pese al freno puesto a la producción", señaló un oficial de la unidad antinarcóticos, quien estimó que el suministro es casi el doble de la producción local porque los "los pequeños y grandes traficantes encuentran otras fuentes de suministro. Hay que librar una batalla constante".

Uno de los grandes frentes de lucha es la frontera con Tanzania, de 769 kilómetros de largo.

La mayoría de la marihuana consumida en Kenia se cultiva en ese país e ingresa por la frontera casi sin demarcar. El control policial es difícil por la afinidad cultural y lingüística de ambos países y el movimiento permanente de personas y de ganado.

Los agricultores tanzanos no son los únicos productores. Muchos son keniatas forzados por la ofensiva policial a arrendar tierras en los frondosos bosques de montaña del otro lado de la frontera, en especial en el distrito de Arusha.

Ya pasaron 10 años desde que el adolescente huérfano Steve Odhiambo abandonó su pueblo natal, Migori, en la meridional provincia keniata de Nyanza, y arrendó un terreno de media hectárea del otro lado de la frontera, en Roria, para cultivar marihuana.

"Sólo tenía 15 años y la primera cosecha fue un desastre. Llovió bastante y la producción fue buena, pero no tenía experiencia en venderla. Gasté más dinero sobornando personas de ambos lados de la frontera que lo que gané", dijo Odhiambo a IPS.

Ni el maíz ni la caña de azúcar ni ningún otro cultivo da dinero, respondió Odhiambo cuando IPS le preguntó por qué decidió vivir de una substancia ilegal. Hay muchas tierras disponibles en Tanzania para plantar por apenas unos 25 o 30 dólares, menos de media hectárea, una temporada.

"La bhang se usa como un cultivo rotativo. Se puede cosechar en cuatro o cinco meses. También lo planto como una segunda opción, junto con maíz y caña de azúcar, lo que me ayuda a mantenerla escondida", señaló Odhiambo.

En un buen año, el joven puede llegar a ganar unos 200 dólares gracias a la cosecha de su pequeño terreno. El mayor costo de producción es el par de empleados que debe contratar para cosechar la siembra, que cobran unos 10 dólares por la tarea. Los familiares también suelen colaborar.

Odhiambo relató que la mayoría de los agricultores keniatas de Tanzania arriendan pequeñas parcelas de entre media y una hectárea, por lo general escondidas en la espesura de los bosques de las laderas montañosas. Hombres y mujeres participan en el emprendimiento.

Él no se encarga de ingresar las llamadas piedras de marihuana a Kenia. De eso se ocupan los traficantes, a quienes no quiso identificar, pero a los que se refirió como "personas con grandes automóviles o pequeños camiones que vienen desde Mombasa, Nairobi, u otras grandes ciudades a comprar su producción".

También son los que más beneficios obtienen, mientras los pequeños agricultores como Odhiambo luchan por salir de la pobreza. Los 200 dólares que él gana son menos de lo que cuesta una piedra grande en el mercado.

Aunque es tentador tratar de aumentar sus magras ganancias, Odhiambo no está dispuesto a correr el riesgo de vender directamente su producción, en especial en los lugares más turísticos de Kenia.

Al igual que otros sectores de la economía de este país, la venta de drogas depende mucho del turismo. El año pasado fue uno de los más provechosos para Odhiambo, pero los violentos disturbios de 2008 disminuyeron sus ingresos a tan sólo 140 dólares.

La cadena se completa con un tercer integrante, el intermediario, que vende la droga al consumidor final en zonas urbanas. Al igual que con los cultivadores, su margen de ganancia es bastante menor que el de los grandes traficantes.

El primo de Odhiambo, David Otieno, vende en Mombasa cigarrillos de marihuana a entre 30 y 40 centavos. Él compra una pequeña piedra a ocho dólares que luego, con el valor añadido de formar los bastoncillos, saca 16 dólares.

Por otro lado, el Departamento de Estado (cancillería) y la Agencia Internacional para el Control de Narcóticos de Estados Unidos divulgaron un informe en marzo cuestionando la capacidad y el compromiso de Kenia para luchar contra las drogas.

Según el informe, los barones de la droga sobornan a policías y otros funcionarios, además de políticos. En Kenia pueden llegar a lavar unos 100 millones de dólares al año.

"La idea muy difundida de que cultivar marihuana es bastante redituable es falsa", señaló Odhiambo. "La gente piensa que, como es ilegal, los cultivadores obtienen grandes ganancias. El hecho es que las medidas contra la bhang apuntan principalmente contra los cultivadores, la mayoría de los cuales se vuelcan a esa actividad para salir de la pobreza".

"Mi experiencia me indica que si se legaliza, los agricultores como yo vamos a poder acceder al mercado de forma directa y, por lo tanto, tener mejores ingresos", apuntó.

Mientras sea ilegal, los grandes terratenientes, que pueden proteger sus cultivos con guardias armados, y los barones de la droga, que pueden manipular el sistema, seguirán siendo los más beneficiados, según Odhiambo.

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