REFUGIADOS-CHAD: Agotados por falta de agua y leña

Cada mañana, poco después del alba, Fatne Abdaraman camina una corta distancia a través del campamento de refugiados de Iridimi, en el oriente de Chad, arrastrando un recipiente plástico de 20 litros.

Lo alinea junto con los contenedores de las otras mujeres en el punto de distribución de agua y luego espera su turno para retirar la que le corresponde por día de uno de los recursos más escasos de África central, en el que radica el actual conflicto regional.

El acceso justo al agua y la leña son motivadores de rebeliones en Chad y en la occidental región sudanesa de Darfur, según Alain Lapierre, director de la organización humanitaria CARE International.

De hecho, estas dos cosas nunca están lejos de las mentes de Abdaraman, los otros 18.000 refugiados del norte de Darfur en Iridimi y los residentes originales del cercano pueblo de Iriba.

Ambos recursos vitales escaseaban incluso antes de que el conflicto de Darfur enviara a 250.000 refugiados a Chad oriental. Ahora se consumen más rápidamente de lo que la naturaleza puede reabastecer, y los cambiantes patrones climáticos también hacen estragos.
[related_articles]
Pese a los esfuerzos desesperados de organizaciones internacionales de asistencia, las autoridades locales estiman que la madera se agotará el año próximo. El agua podría seguirle pronto.

Pero hoy hay suficiente agua en el moderno sistema de distribución de Iridimi para llenar el contenedor de Abdaraman.

Cuando no hay, "simplemente camino hasta el otro pozo", explica mientras llena su recipiente con el agua que fluye de un grifo de acero inoxidable. Los niños se amontonan a su alrededor.

Pero el otro pozo está a unos 800 metros de distancia y se encuentra fuera del campamento. El viaje de media hora en burro no es sólo cálido y tedioso. También puede ser peligroso, considerando el aumento del bandolerismo y la actividad de los rebeldes sudaneses en el oriente de Chad.

De esto último se culpa, en gran parte, a la Alianza Nacional, con base en Sudán, que busca derrocar al presidente de Chad, Idriss Déby.

Es un tradicional pozo abierto, de 15 metros de profundidad, conectado directamente con una reserva subterránea. El agua que surge es fresca, limpia y rica en minerales. El problema es que el pozo fue cavado hace años por los residentes de Iriba, y no les gusta que los refugiados lo usen.

Poco después de establecido el campamento en Iridimi, en 2004, se desataron peleas en el pozo entre las mujeres de Iriba y las del campamento. Ambas partes formaron un comité tradicional para mediar en conflictos por el agua. En un sentido más amplio, los problemas hídricos de Iridimi recién comienzan, y también generan una reacción en cadena en la escasez de leña.

Adrian Djimdim, director de CARE que trabaja en Iridimi, dijo que sus equipos tienen que cavar cada vez más profundo para llegar al agua subterránea.

"Y cuando se encuentra, podría no haber tanta como se piensa", interviene Abdoulay Dramon, ingeniero de CARE.

Los dos hombres intentan todo para estirar el suministro hídrico del campamento. Donde las modernas bombas eléctricas de agua son inadecuadas, instalan otras manuales. Y también prueban nuevas maneras de capturar más de las intensas pero breves lluvias estivales de Chad.

El agua de lluvia se desliza demasiado rápido por los resecos lechos de los ríos (wadis) para que el suelo los limpie y vuelva disponibles para los pozos.

Así que Djimdim y Dramon comenzaron a construir represas improvisadas a lo largo de los wadis en y alrededor del campamento. "La idea es enlentecerlo para que pueda mojar el suelo", dijo Dramon.

Comenzaron con un pequeño sistema de represas en un wadi que conducía a un jardín dentro del campamento. Este año, su gran proyecto es una represa de concreto reforzado en un wadi cercano y más grande. Pero incluso esa represa podría resultar una decepción, dado que la temporada lluviosa de Chad, tradicionalmente de cuatro meses, ha pasado a ser más breve, fenómeno del que Lapierre culpa al cambio climático.

Aunque las lluvias vuelvan a la normalidad y las represas funcionen como se anuncia, podría ser demasiado tarde para salvar el limitado suministro de madera de Iridimi.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) recomienda que los refugiados reciban casi un kilogramo de leña por día, señala Caroline Saint-Mleux, de CARE. Pero en Iridimi hay apenas un tercio de esa cantidad por persona. Y el problema se agrava. El presidente de Iridimi, Abu Abbaker Atom, dijo que la madera se agotará el año próximo.

En cierto sentido, la madera ya se agotó. Ya nadie recolecta madera muerta en Iridimi porque simplemente no existe. Para abastecer a los refugiados, una organización sin fines de lucro local llamada Adesk registra las zonas rurales.

Cada día, a las tres de la mañana, miembros de Adesk salen en sus camiones para volver a Iridimi seis horas después, con hasta tres toneladas de ramas secas y torcidas en su espalda, cada una mendigada o hurtada del patio trasero de alguien más.

Las mujeres refugiadas se suben a lo alto y obtienen la madera para atar, pesar y distribuir. En la estación donde se la pesa, Amdalal Usman Abakar dice que nunca hay suficiente madera para ella y sus seis hijos. (Su esposo todavía está en Sudán).

Cada una de las 10 zonas del campamento recibe apenas una entrega por mes, y las entregas se vuelven cada vez más difíciles para Adesk.

Al principio, la organización recolectó madera del exterior del campamento. Ahora sus integrantes viajan hasta 60 kilómetros, a veces incluso más allá de la frontera con Sudán. Con cada kilómetro que deben trasladarse, el trabajo de los recolectores se vuelve más caro, más peligroso y con menos probabilidades de éxito.

Plantar más árboles es la única solución a largo plazo para la escasez de madera —y CARE tiene un pequeño vivero en Iridimi, donde dos turnos de unos 20 trabajadores —todos ellos refugiados— cuidan miles de diminutos almácigos. Pero muchos de los árboles jóvenes mueren por falta de agua, e incluso los que sobreviven pueden necesitar tres años de comenzar a producir leña, dice Djimdim.

Mientras, Iridimi tiene sus esperanzas puestas en una improbable combinación de alta tecnología y técnicas anticuadas. CARE está entregando estufas llamadas "Save 80" (Ahorre 80), de 100 dólares, a todas las familias que tienen tres o más integrantes. Estos sofisticados artefactos se llaman así porque necesitan apenas 20 por ciento de la madera que se usa en un fuego abierto.

Pero debido a su costo, se las introduce lentamente, según Saint-Mleux. Muchas familias de Iridimi han reaprendido o redescubierto los métodos tradicionales de encerrar un fuego abierto en una cápsula de tierra, duplicando la tecnología de ahorro de calor de las "Save 80".

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe