Desde bolsas hasta cubiertos descartables, para bien o para mal, el plástico se encuentra prácticamente en todos los lugares del mundo, y Kenia no es la excepción.
Lo que es originalmente útil puede convertirse en un adefesio contaminante luego de ser desechado. Las autoridades y la población de Nairobi hacen esfuerzos por aprender a reciclar su plástico.
Según la Autoridad Nacional de Manejo Ambiental, el plástico constituye 225 toneladas de las 1.500 (o 15 por ciento) de los residuos sólidos recolectados cada día en la capital keniata.
Pero esta agencia calculó que menos de uno por ciento de los desechos plásticos del país se recicla. Kenia, por ejemplo, tiene apenas cuatro empresas dedicadas a esa tarea a gran escala, mediante la fabricación de las bolsas de plástico fino conocidos en el lugar como «flimsies».
A mediados de 2007, el gobierno gravó las bolsas plásticas con un impuesto extra. También prohibió las de menos de 30 milésimas de milímetro de espesor, para alentar la manufactura y el empleo de bolsas más gruesas, por considerar que tienen más probabilidades de ser recicladas y reutilizadas.
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Pero temores de que la prohibición causara una gran pérdida de empleos en la industria del plástico llevaron a la implementación de la medida que se postergó hasta comienzos del año próximo. El desempleo en Kenia asciende a 40 por ciento de la fuerza de trabajo.
Mientras, la no gubernamental Asociación Kayole de Manejo Ambiental (KEMA) demuestra que hay otros modos de vencer la amenaza del plástico y hacer dinero al mismo tiempo.
«Formamos esta organización en 1999 para apoyar el manejo de los residuos sólidos por parte de la municipalidad de Nairobi y para dar a nuestros jóvenes el poder de convertir basura en riqueza, mediante la elaboración de productos comerciables y de alta calidad», dijo Simon Munywe, director de KEMA.
Munywe observó que, como las autoridades no recogían la basura, los vecinos la arrojaban sin concierto. Eso elevó las enfermedades originadas en el agua, entre otros riesgos sanitarios.
Según el sitio web de KEMA, 4.500 hogares suscriben a la asociación, que emplea a unas 400 personas para recolectar y reciclar basura de los suburbios y tugurios de Nairobi oriental.
Entre ellas hay hombres jóvenes que abandonaron sus hogares para ganarse la vida en las calles.
«Nos levantamos muy temprano cada mañana y nos dividimos en grupos para juntar basura de los hogares y vertederos del vecindario. Luego, la transportamos a un centro de recolección de KEMA, donde la clasificamos para el reciclaje», explicó Michael Njoroge, de 19 años, quien sale a las calles con una carretilla apenas sale el sol.
Según Munywe, el plástico es reutilizado para crear varias mercaderías, entre ellas colchones, almohadas, almohadones, pantallas de lámparas, papeleras, sombreros, bolsos, postes a prueba de termitas y tejas.
Para fabricar los postes y las tejas, se debe calentar el plástico de cualquier variedad a unos 120 grados, para que se derrita. El plástico líquido es luego vertido en moldes de postes y tejas. Un solo poste requiere 15 kilogramos de desechos plásticos, dijo Munywe, y una teja cinco kilogramos.
Las tejas, agregó, no son quebradizas como las de arcilla, y el agua de lluvia recogida en los techos fabricados con ellas puede beberse. Mientras, los postes son una alternativa útil a los de madera, en un país que combate la deforestación.
Munywe dijo que los productos reciclados tienen un precio razonable, al alcance de gente con dificultades para llegar a fin de mes. Según el último Informe de Desarrollo Humano de la Organización de las Naciones Unidas, 22,8 por ciento de los keniatas viven con menos de un dólar por día, y 58,3 por ciento con menos de dos dólares por día.
Los residuos biodegradables también son reciclados —para hacer abono que luego es vendido a los agricultores—, mientras que los metales son vendidos a vendedores de chatarra.
KEMA también ofrece cursos cortos en manejo de residuos sólidos y elaboración de carbón vegetal a partir de materiales como el aserrín, entre otras destrezas. Además de keniatas, han recibido estos cursos miembros de asociaciones vecinales, de jóvenes y de mujeres de Tanzania y Uganda.
«Tenemos la intención de crear empleos para 3.000 personas en Kenia, con la producción de bolsos para el mercado nacional y el extranjero», dijo Munywe.
Pero la asociación afronta varios desafíos.
Los miembros a veces no logran pagar el permiso para la recolección de basura, que es de unos 50 centavos de dólar mensuales por hogar.
Munywe afirmó que el recelo de los consumidores en relación a los productos reciclados también debilita las ventas de estas mercaderías. Además, KEMA debe fabricar artículos resistentes al fuego y, al mismo tiempo, minimizar las emisiones tóxicas que se desprenden cuando se calientan desechos plásticos.
Según él, la asociación está colaborando con agencias gubernamentales, universidades, instituciones de investigación y donantes para explorar tecnologías que permitan el reciclaje de desechos sólidos, particularmente plásticos.
No obstante, hay una marcada mejoría en la limpieza de las áreas donde KEMA está activa, agregó.
Otras organizaciones realizan actividades similares.
En el vasto tugurio de Kibera, considerado el mayor asentamiento informal de África, y tal vez del mundo, varias organizaciones de jóvenes recogen desechos plásticos y los usan para fabricar bolsas, manteles y cortinas de baño.
Entre esas organizaciones figura PAT Zero Waste, que cuenta con alrededor de 40 miembros y exporta sus productos a Canadá y Estados Unidos, demostrando nuevamente que la basura puede trocarse en dinero.
* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales).