Ochocientos kilómetros al oeste de Anchorage, en el noroccidental estado estadounidense de Alaska, sobre la costa de la bahía de Kangirlvar, está asentada la comunidad esquimal Yup’ik de la localidad Toksook Bay.
Ciento diez hogares, una escuela y una pista de aterrizaje están concentradas en allí. Sus habitantes se ganan la vida mediante la pesca comercial, el trabajo para la escuela y el gobierno local, y la caza de subsistencia.
La línea del horizonte es relativamente aplanada en torno a Toksook Bay, pero hace poco surgieron algunos elementos nuevos por encima de la tundra. En 2006, tres turbinas eólicas de 100 kilovatios, cada una de 32 metros de altura, comenzaron a proveer de energía a esta comunidad de 600 habitantes.
Hoy, alrededor de 20 por ciento de la electricidad de Toksook Bay procede del viento, según Brent Petrie, gerente de cuentas de la Cooperativa Eléctrica de Aldeas de Alaska (AVEC, por sus siglas en inglés), que posee y opera el proyecto.
A cientos de kilómetros de cualquier parte, los suministros llegan a Toksook Bay, y más de otras 100 aldeas y pueblos de Alaska ubicados fuera del sistema carretero, por bote o por avión.
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La mayoría de estas comunidades obtienen la electricidad a partir de generadores alimentados a diésel, fuente energética cada vez más difícil de costear.
«En 2002, nuestra factura de combustible fue de 1,5 millones de dólares. El año pasado fue de 4,3 millones de dólares», dijo Brad Reeve, gerente general de la Asociación Eléctrica de Kotzebue (KEA), una cooperativa sin fines de lucro que brinda energía a los 3.100 habitantes de Kotzebue, 41 kilómetros al norte del Círculo Ártico.
Que en la Alaska rural la electricidad cueste entre 40 y 50 centavos por kilovatio es algo habitual. En comparación, en Anchorage ese precio está más cerca de 12 centavos por kilovatio.
Mientras otras aldeas como Toksook Bay buscan alternativas, no sorprende que estén regresando a la energía eólica. Alrededor de 100 comunidades de Alaska, especialmente las que se ubican sobre la costa, tienen fuertes recursos eólicos.
Alaska ya intentó antes aprovechar el potencial del viento. A comienzos de los años 80, cuando el estado rebosaba dinero derivado del petróleo, unos 140 proyectos eólicos florecieron en todo su territorio, pero se generó poca energía, por culpa de una mala planificación y de una tecnología inmadura.
Reeve citó un ejemplo de una turbina destinada a Kotzebue que nunca se erigió porque sus cimientos fueron instalados al lado de una pista de aterrizaje.
Hoy, proyectos mejor organizados demuestran que la energía de los fuertes vientos costeros de Alaska puede aprovecharse económicamente. Reeve viene instalando turbinas eólicas, de a pocas por vez, fuera de Kotzebue, desde 1997.
Incluyendo la instalación, este año, de tres nuevas turbinas, la granja eólica de la Asociación Eléctrica de Kotzebue ahora alberga a 17 turbinas, lo que la convierte en la más grande de tales plantas en el estado.
Entre cinco y siete por ciento de la electricidad del pueblo es generada a partir del viento. En un año típico, eso resulta en unos 350.000 litros de diésel que la Asociación no tiene que comprar.
Estas cifras deberían aumentar a medida que las tres nuevas turbinas comiencen a funcionar. Con el diésel a 2,50 dólares por casi cuatro litros, el precio que citó Reeve en octubre, los ahorros se siguen sumando.
St. Paul, una comunidad de la etnia Aleut de 460 habitantes ubicada en la isla homónima, 482 kilómetros al occidente de Alaska continental, en el mar de Bering, también cuenta con una turbina eólica funcionando desde 1997.
Propiedad de la firma TDX Power, la turbina, de 225 kilovatios, proporciona alrededor de 40 por ciento de la energía usada por un aeropuerto industrial de poco menos de una hectárea.
A veces, el viento suministra más electricidad de la que la planta puede usar. El excedente se emplea para calentar el edificio.
Ron Philemonoff, presidente de TDX Power, dijo que el proyecto fue financiado a través de un programa privado de contratos de recompra, pagado en siete años.
La idea, por ahora, es no reemplazar los sistemas a diésel, sino complementarlos. Al integrar viento y diésel, los sistemas permiten a las turbinas generar energía cuando sopla el viento, y los generadores a diésel asumen la tarea cuando los vientos amainan.
«En St. Paul hay meses en los que el diésel no se usa», dijo Ian Baring-Gould, ingeniero del Laboratorio Nacional de Energías Renovables de Estados Unidos. La tecnología existe para que el viento satisfaga entre 60 y 70 por ciento de las necesidades energéticas de comunidades con buenos recursos eólicos.
Un puñado de otras comunidades de Alaska occidental también incorporaron turbinas eólicas a sus centrales eléctricas, con éxito variado. Un proyecto en Wales, una comunidad de 140 habitantes al sudoccidente de Kotzebue, resultó problemático porque las turbinas fueron ajustadas con retroactividad a un sistema de diésel ya existente. Reeve y Baring-Gould coincidieron en que las turbinas funcionaron bien, pero la integración con el viejo diésel causó problemas.
Queda abierta la pregunta sobre qué impacto tienen las turbinas de Alaska sobre las aves, pero todavía no se documentó ninguno. Los proyectos en St. Paul, Toksook Bay y Kotzebue están ubicados tierra adentro, lo que debería ayudar a evitar el contacto con pájaros marinos. Sin embargo, datos inadecuados dificultan el juicio.
«Yo diría que no sabemos suficiente para decir una cosa o la otra todavía», dijo Ellen Lance, bióloga de la división de Servicios Ecológicos y Especies en Peligro del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos en Alaska.
«Esperamos aprender a través de asociaciones con constructores», agregó.
Adaptar la tecnología eólica al clima extremo de Alaska ha sido todo un desafío.
Mantener refrigerados los sistemas puede ser un problema en climas más cálidos, pero en Alaska hubo que hacer modificaciones para asegurarse de que los lubricantes y otras partes funcionaran en el frío extremo.
Instalar cimientos en permafrost (capa de hielo permanentemente congelada en los niveles superficiales del suelo), especialmente en áreas donde hay derretimientos, es difícil y puede agregarse a los costos de instalación, según Petrie. Sin embargo, los éxitos de St. Paul, Toksook Bay y Kotzebue mostraron que llevar la energía eólica a Alaska es técnicamente factible.
«La tecnología no es un obstáculo, sino un desafío», opinó Baring-Gould.
Sin embargo, la economía puede ser problemática. No sólo es caro embarcar los equipos y trabajar en el entorno remoto, sino que también las turbinas de tamaño mediano requeridas por comunidades pequeñas no están en alta demanda en otras partes.
«En todo el mundo hay muy pocas compañías que ahora fabriquen las turbinas más pequeñas», dijo Chris Rose, del Proyecto Alaska de Energías Renovables, una organización sin fines de lucro que trabaja para aumentar el uso de esas fuentes en el estado.
«A menos que haya un mercado más grande para las turbinas más pequeñas, ellas siempre serán más caras por kilovatio instalado», añadió.
Como resultado, los proyectos eólicos pueden costar entre cinco y 10 veces más por kilovatio que proyectos más grandes construidos en ubicaciones menos remotas, libres de permafrost, según Meera Kohler, presidenta de AVEC.
Para complicar más el aspecto económico, un subsidio del estado llamado Ecualización de Costos de Energía solventa parcialmente los elevados costos de la electricidad rural.
Aunque el programa ayudó a las aldeas a mantener las luces encendidas incluso en vista de los altos precios del diésel, también brinda algún desincentivo para invertir en programas que pueden reducir los futuros precios de la energía.
La legislación que se abre camino a través de la legislatura del estado podría poner un tope a las escalas económicas, para incorporar más proyectos eólicos y de otras energías renovables.
De aprobarse, el proyecto 152 de la Cámara de Representantes creará un fondo de préstamos y subsidios para energías renovables. Su aprobación y un financiamiento adecuado del programa, podría señalar una nueva dirección en las políticas energéticas de Alaska.
«Es un momento emocionante, especialmente en Alaska. Es redituable, lo sabemos. Técnicamente, es viable y se está haciendo. Ahora es más una cuestión de política, de qué quieren hacer como estado, y qué queremos hacer nosotros como nación», expresó Baring-Gould.
* La autora vivió en Alaska entre noviembre de 2004 y junio de 2006, y visitó dos veces las comunidades de la costa occidental. Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales).