AMBIENTE-KENIA: Vallas entre vecinos

Poner o no vallas en el parque nacional más antiguo de Kenia es motivo de un debate que ya lleva un decenio. Pero como se encuentra a sólo 20 minutos del centro de la capital, y dado el desarrollo urbano que lo rodea, la decisión debe tomarse con urgencia.

Crédito: Wanjohi Kabukuru
Crédito: Wanjohi Kabukuru

Los lindes del norte, el este y el oeste del Parque Nacional de Nairobi, de 118 kilómetros cuadrados, ya están vallados.

Los del sur, que se abre hacia las planicies de Athi-Kapiti y el corredor de Kitengela, un ecosistema mucho más amplio que proporciona una ruta de migración con radicación de comunidades humanas y un área de dispersión para la naturaleza.

«Un corredor vincula dos áreas de conservación, mientras que una de dispersión —dicho de modo simple— brinda espacio para la expansión de la fauna y la flora», dijo Paul Omondi, experto en ciencias sociales de la Universidad de Moi en Eldoret, al noroeste de Nairobi.

«Las planicies de Athi-Kapiti son tanto un corredor como un área de dispersión de la naturaleza. Pero pueden terminar dejando de ser un área de dispersión por el acelerado crecimiento de los asentamientos humanos en el área», explicó.
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Por lo tanto, ¿es el vallado al sur la mejor manera de mantener la armonía entre los animales del Parque Nacional de Nairobi y comunidades como la de Ongata Rongai y el río Athi, que se poblaron de gente que busca trabajo en canteras, granjas florales y zonas de procesamiento de exportaciones?

Para un grupo liderado por la influyente Sociedad para la Naturaleza del Oriente Africano (EAWL), la respuesta es sí.

«El conflicto humano con la naturaleza es común hoy en el área», según un estudio de 2003 encargado por EAWLS y titulado «To Determine the Availability of Land for Wildlife Migration in the Areas Bordering Nairobi National Park» («Determinar la disponibilidad de tierra para la migración de naturaleza en las áreas que limitan con el Parque Nacional de Nairobi»).

«Los asentamientos humanos y las nuevas formas de uso de la tierra, incompatibles con la naturaleza, reemplazan e invaden áreas inicialmente usadas por la fauna y flora», agrega el informe

Según Simon Makallah, uno de los tres autores de la investigación, buena parte del corredor de Kitengela y del área de Athi-Kapiti están prácticamente bloqueados para la migración y la dispersión de la naturaleza.

«Si en el sur tuviéramos una conservación adecuada, tal vez no tendríamos que vallar. Como no se toma ninguna medida realista, deberíamos cercar para reducir conflictos innecesarios», observó Omondi, quien estudió el área durante casi dos décadas.

Quienes se oponen al vallado se unieron en torno de la principal agencia de conservación del país, el Servicio de Naturaleza de Kenia. Su director, Julius Kipng’etich, insinuó que a la organización le gustaría que el gobierno se haga cargo de la tierra adyacente al parque en el sur.

Reclamar esta área requeriría aproximadamente 2.800 millones de dólares en el mercado de bienes raíces, cuyos precios se dispararon, según cálculos conservadores.

Todas las planicies de Athi-Kapiti y algunas zonas de la periferia de Kitengela ahora están divididas en terrenos que son propiedad de particulares.

El Programa de Arrendamientos de Kitengela, que busca hacer frente a la situación sin las vallas, ha arrojado resultados diversos.

Lanzada en abril de 2000 por la organización no gubernamental Amigos del Parque Nacional de Kenia y el estadounidense Wildlife Trust, esa iniciativa apunta a propietarios de tierras en un intento por salvaguardar el corredor migratorio de Kitengela y las planicies de Athi-Kapiti.

Casi 120 personas fueron persuadidas de no construir en sus propiedades a cambio de incentivos monetarios. La protección fue comprada a unos cuatro dólares por media hectárea, en unas 3.480 hectáreas, que representan aproximadamente cuatro por ciento del corredor.

Pero la mayoría de los 42.305 dueños de tierras de Kitengela optaron por aprovechar el auge inmobiliario para vender sus tierras.

La prestigiosa conservacionista Daphne Sheldrick cree que, si el programa de arrendamientos colapsa, el la «cuarta frontera» del parque «deberá ser vallada antes de que todo se pierda, y lo que pueda vivir naturalmente dentro de tales límites lo hará, y lo que no, no».

Sheldrick mencionó el cráter Ngorongoro, en Tanzania, como ejemplo de cómo la naturaleza puede desarrollarse en un espacio cerrado. El cráter tiene un diámetro de apenas 25 kilómetros en su punto de mayor amplitud.

«Especies migratorias como el antílope ñu, cebras y gacelas simplemente satisfacen su urgencia por desplazarse dando vueltas y vueltas alrededor del cráter, en un carrusel sin fin, pastando primero en un sector para luego pasar al siguiente», explicó.

A propósito del Parque Nacional de Kenia, Sheldrick agregó que «mientras todos sus componentes indígenas estén representados, será una joya invalorable para el país, si los humanos tienen la sabiduría de dejar a la naturaleza hacer sus maravillas y dictar qué es lo que puede vivir allí y lo que no, naturalmente, mediante una política de no interferencia».

* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales).

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