PENA DE MUERTE-CHINA: Las últimas horas

La primera vez que le ofrecieron un cigarrillo importado, el joven chino Wen Show no sabía que esa condescendiente palmada en el hombro lo empujaría cuesta abajo en espiral, rumbo al pabellón de los condenados a muerte.

"Mientas aspiraba el humo, pensaba: ¡qué diferencia entre este cigarrillo y los chinos y baratos que nos venden en la calle!", según contó en una carta.

Así comenzaba la historia de Wen, entonces un vecino de 19 años de la central ciudad china de Chongqing, utilizado por narcotraficantes como intermediario mientras lo convertían en adicto.

No se sabe cuántos sentenciados a la pena capital hay en China. Al igual que ellos, sus historias están condenadas al olvido. Su mundo es demasiado duro. Los argumentos de la ejecución son demasiado infames como para elaborar un libro capaz de escapar a la censura de este país comunista.

Pero, gracias a su modestia, "Cartas desde el pabellón de la muerte" tuvo éxito precisamente allí donde trabajos más ambiciosos quizá hubieran fracasado.
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El libro cuenta la historia de 22 mujeres y hombres presos sobre la base de las cartas enviadas desde sus celdas. Sus páginas revelan una extraña honestidad que invade a los condenados a muerte en las horas anteriores a la ejecución.

El autor, Huan Jingting, no se inspiró en una obra que podría considerarse un antecedente de su trabajo: la novela precursora del nuevo periodismo estadounidense "In Cold Blood" ("A sangre fría", 1966), de Truman Capote, relato del asesinato en 1959 de una familia de cuatro integrantes en Kansas y el proceso hacia la ejecución de los dos homicidas.

Su autor, Huan Jingting, declaró que su propósito no era debatir acerca de la pena de muerte ni comentar las divisiones de la sociedad china al respecto.

"Este libro fue concebido como un tributo a la vida humana. Para mí, no hay nada más humilde que la vida humana", señaló.

Pero lo que permite hacer un paralelismo con el libro de Capote son las agudas observaciones de Huan sobre la mente criminal. Sus páginas están llenas de historias de delincuentes menores, ladrones y traficantes de droga, cuya lucha por sobrevivir termina de forma inexplicable y cruel en la sala de ejecuciones.

A los 20 años, Liu Yuan ya había sido detenido y reeducado tantas veces en campos de trabajo forzado por delitos menores que le fue imposible conseguir trabajo en su pequeño poblado natal.

Terminó yéndose a la próspera ciudad meridional de Shenzhen, donde millones de inmigrantes trabajan en fábricas que explotan a sus empleados.

Poseía la imagen usual de los matones rurales chinos. Logró atraer la atención de los refinados dueños de una agencia de modelos, donde solía representar a un pandillero. Pero empujado por su imagen pública terminó convirtiéndose en uno verdadero.

Huan Jingting no pudo registrar las últimas palabras de altos funcionarios condenados por corrupción ni de la de los presos de una cárcel especial.

El libro es, en definitiva, un estudio acerca la muerte de los menos favorecidos por la sociedad china. Los asesinos son descriptos de forma compasiva, y no sólo aquellos condenados por delitos menores.

"Mamá, mi querida mamá, espero que no sufras mucho tiempo y que olvides rápido a este ignorante hijo tuyo", dice la carta de Ai Qiang, de apenas 20 años, que espera la muerte por robar y asesinar a un extraño en la calle.

"Por ignorante arruiné mi vida. Por ignorante me voy de este mundo. Espero ser mejor hijo en la próxima vida. Me despido, tu poco filial hijo."

Huan dijo a IPS: "Me atrevo a decir que este es el primer libro en China que describe el costado humano de aquellos a quienes solemos ver como malos por naturaleza. Hay muchos reportajes sobre delincuentes, que siempre aparecen retratados como si hubieran nacido para delinquir."

Sesenta delitos, entre ellos algunos de carácter no violento, como actos de corrupción y evasión de impuestos, pueden ser castigados con la muerte en China.

Activistas de derechos humanos consideran que la pena capital se dictamina aquí con demasiada facilidad, y que abundan los fallos injustos.

Las autoridades chinas no divulgan jamás la cantidad de condenas a muerte ni de ejecuciones. En 2005, la organización de derechos humanos Amnistía Internacional, con sede en Londres, constató 1.770 ejecuciones, más de 80 por ciento de todas las registradas en el mundo.

Pero varios especialistas chinos calculan que la cifra real supera las 10.000 al año.

En los últimos años se intensificó el debate público sobre la pena de muerte. Expertos atribuyen el amplio respaldo popular al castigo a la creencia en que es el único modo de garantizar que los delincuentes reciban lo que se merecen.

El propio Huan Jingting fue condenado por fraude a fines de los años 90. Estuvo preso un año y medio en una prisión de Chongqing. Como sabía leer y escribir, le pidieron que se encargara de recabar la última voluntad de condenados a muerte.

También recogió diversas historias de los condenados. "Fue una experiencia que me cambió definitivamente. Me volvió más tolerante", recuerda Huan.

Huan siempre llevaba un paquete de cigarrillos cuando visitaba a un preso la última tarde antes de la ejecución. Los condenados creen que si fuman en sus últimas horas de vida, la muerte será menos dolorosa y podrán renacer en una buena familia.

El autor sólo escribió lo fundamental y pasó más horas escuchando las historias personales. Al estilo de Truman Capote, Huan combinó un reportaje periodístico de los hechos con un estilo de redacción propio de la ficción.

Huan cambió los nombres verdaderos de los presos, pero registró con sumo cuidado sus lugares de procedencia. La primera docena de relatos se publicaron en 2001 y la versión completa, el pasado otoño boreal.

El autor niega toda intencionalidad de crítica social, pero su libro se constituye en una poderosa descripción de ciudadanos de una clase marginada que terminaron siendo castigados por las reformas económicas.

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